miércoles, enero 18, 2012

LAS LAVANDERAS DE CERRO VERDE



O no había detergentes o no había dinero para comprarlo. Pero, las señoras se las arreglaban para lavar su ropa, especialmente las sábanas, los overoles de sus maridos o las cortinas. Un ejemplo del ingenio de las mujeres de esos años lo vi en Cerro Verde. Poco antes del cruce ferroviario a la salida hacia Lirquén hay un estero que desemboca en la playa. Hoy existe un pequeño puente, pero entonces había que vadearlo. Bien, si usted tiene la ocasión de pasar por allí, fíjese que al lado oriente hay una piedra grande, una roca en el lecho útil para apoyar la ropa sucia. Pues bien, el agua corriente servía para el propósito de lavar sin detergente, una proeza.

Esa carencia la suplía el ingenio popular realizando el lavado de la siguiente forma: las canastas con ropa sucia se echaban al agua para el remojo. Un buen rato servía para aflojar la mugre y para conversar de todo. Las lavanderas comadreaban (hablaban) de lo lindo mientras la suciedad –se suponía—se ablandaba en el torrente, que era debilucho. Si había muchas personas remojando, se turnaban para realizar el paso siguiente.

Para efectuar esta tarea –que a veces se convertía en una entretenida actividad social—ellas disponían de una paleta, parecida en la forma a una raqueta de tenis o de ésas para paletear en la playa. Era de gran espesor y siempre pasada de agua, en conclusión una paleta pesada que podía agotar a cualquiera con un par de raquetazos. Las mujeres apoyaban la ropa en la roca que tiene un canto parejo, como una mesa. Con una mano sujetaban la prenda y con la otra le daban fuertes golpes contra la piedra. El splash-splash se escuchaba de lejos a un ritmo bien acompasado. Dicen que la técnica era infalible para limpiar los overoles de los mineros, sucios con polvo de carbón pegado con el aceite de los carros que los transportaban en las galerías subterráneas de la mina de Lirquén.

La lavandera que se desocupaba primero tendía su ropa en las zarzamoras que abundaban en el sector o en las cercas de madera o de alambre de púas de los alrededores. La segunda fase del proceso era esperar que las prendas se secaran al sol y al viento. Al cabo de unas horas, las mujeres regresaban a sus casas en Cerro Verde con sus canastos de ropa limpia apoyados sobre sus cabezas. Este espectáculo de la cultura local era típico visto desde la ventanilla del tren de pasajeros que regularmente cubría el recorrido Concepción-Tomé. Demás está decir que los piropos volaban desde el convoy en marcha.

1 comentario:

melisanatalia dijo...

Hola, mandé un correo hace más d eun mes. Por si existe la posibilidad de que lo lea :D. Muchas gracias