viernes, abril 13, 2012

EXORCISMO EN EL BOSQUE


Durante las tertulias nocturnas de invierno en Penco, cuando no había televisión y la gente se visitaba en las casas para contar historias, hacer vida social y matar el tiempo, recuerdo una que me llamó la atención y que la tengo fresca en la memoria porque entonces me dejó frío de espanto. Y se relaciona con el bosque de pinos que aun permanece ahí en la calle Los Olivos, luchando contra el tiempo y contra quienes quieren eliminarlo. Esos árboles deben tener setenta años, si no más. Que ni se les ocurra cortarlos.



Pero, el cuento que estoy rememorando habla de un exorcismo que tuvo lugar entre esos pinos, según la leyenda que entonces corría de boca en boca. Decían que un conocido empresario pencón dueño de una bodega de vinos que amasó una gran fortuna debía su riqueza a un pacto que habría hecho con el innombrable que consistía en que recibiría dinero a manos llenas a cambio de entregar su alma el día de su muerte. Fue por medio de tal acuerdo –continuaban diciendo—que el hombre tuvo prosperidad. Sin embargo, en algún momento de su vida el nuevo rico recapacitó y decidió terminar ese supuesto acuerdo siniestro. ¿Cómo salir del embrollo si el asunto ya estaba sellado?

Decían en esas noches de animadas conversaciones grupales mientras la lluvia arreciaba sobre los techos que el empresario comenzó a averiguar cómo mandar el acuerdo a la punta del cerro. Y he aquí que los entendidos de esos años le habrían aconsejado simular su muerte y someterse a un velatorio dentro de un ataúd. Aunque la prueba era escalofriante el afligido bodeguero se dispuso a protagonizar su muerte ficticia.

Los que oíamos este relato dábamos por hecho algunos detalles como, por ejemplo, que tuvo que comprar una urna y ordenar servicios funerarios. Donde en cuento se conecta con el bosque de pinos que hoy algunos quieren cortar, fue que el bodeguero optó por efectuar su velatorio (velorio decían entonces) precisamente en ese bosque de Penco. Entre los árboles a cielo descubierto debía ser la prueba. A media falda, en un lugar que mira hacia Cerro Verde Bajo, donde antiguamente había una estructura de concreto que parecía un mausoleo, ahí se efectuó el velatorio sin asistencia de deudos.


Lugar del supuesto velatorio.
Apurado el bodeguero y luchando contra el destino que lo condenaba, cerca de la medianoche instaló el ataúd sobre esa estructura, encendió velas a su alrededor y se metió adentro cerrando la tapa. Ahí debería pasar la noche. Previamente contrató servicios religiosos para que unas monjas hicieran guardia junto al ataúd toda la noche, rezos y rosarios incluidos. Fue una experiencia horrorosa, pero valía la pena, dijeron después algunos de sus cercanos. Mientras las monjas rezaban y luchaban por mantener las velas encendidas en medio de un fuerte viento norte. El relato de esa noche pencona bajo lluvia torrencial, prosiguió:

Dicen que se oían quejidos y ruidos indescriptibles y que aves de la noche lanzaban graznidos desgarradores, mientras las monjas no dejaban de rezar. Quien contaba esta historia decía que el bodeguero permanecía frío de espanto dentro de la urna. Y nosotros imaginábamos el cuadro tenebroso en medio del bosque.

Hasta que llegó la mañana.

La historia terminaba conque una vez cumplida la exigencia que le habrían impuesto para terminar el pacto, el bodeguero pudo por fin salir del macabro encierro. Las monjas levantaban sus manos dando gracias. Así concluyó la historia que oímos entonces. El empresario siguió ganando dinero, pero sin ese remordimiento que no lo dejaba dormir. Lo vi un par de veces con su sombrero oscuro circulando en su camioneta celeste por las calles de Penco. Literalmente le había vuelto el alma al cuerpo y el lugar elegido para ganar la batalla había sido ese característico bosque de pinos adorno de Penco.

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