miércoles, junio 06, 2012

MI ENCUENTRO CON EL GRAN ESCRITOR RAY BRADBURY

Queridos amigos, esta vez no hablaré de Penco ni de su pasado. Quiero contarles mis sentimientos --profunda pena-- al saber que hoy ocurrió la muerte de un gigante de la literatura universal: Ray Bradbury, a la edad de 91 años. ¿Y qué tiene que ver eso con Penco?. Pues sí, ya que un pencón tuvo el privilegio de conversar con este laureado escritor norteamericano, ahí en el living de su casa. El pencón era yo.
El escritor Ray Bradbury.


Eso ocurrió en noviembre de 1988, ocasión en que yo estaba de paso en California en mi calidad de reportero de TVN. Estando en esa ciudad, me las ingenié para que una productora televisiva de Los Ángeles, cuyo nombre era Carole Shapiro, me consiguiera una entrevista con mi escritor favorito. Tenía que aprovechar la oportunidad. Recuerdo que Shapiro me miró extrañada. Debió pensar "uff qué lata tener que atender una solicitud como ésta". Tomó el teléfono e hizo un par de llamadas, en el federal Building de la ciudad. Yo miraba toda la acción, ansioso de que lo consiguiera. Cuando colgó el teléfono luego de la última llamada, me miró y me dijo: "El señor Bradbury te espera en su casa esta tarde a las 7. La dirección es..."  Y yo anoté todo. Le agradecí, me paré, miré el reloj y comprobé que faltaban tres horas. Estaba feliz y nervioso, anhelante porque llegaran las siete. Cuando faltaba una hora, a las 6, tomé un taxi y le pasé al chofer la dirección escrita en un papel. Me acurruqué en el asiento trasero y el vehículo avanzó por las calles congestionadas de L.A.

Me bajé del taxi y caminé hacia la dirección. Era de noche. El número que me dio Carole correspondía a un cerco de madera del jardín de calle de una casa de un piso de un barrio residencial, de clase media. Nada extravagente. Una casa modesta. No había cómo hacerse oír desde ese punto en la calle bulliciosa. Así que opté por empujar la puerta de la cerca de madera pintada de blanco y avancé por el jardín, no hacia el fondo, sino paralelo a la vereda, pegado a la reja, por dentro. El estrecho caminito me dejó en el porche de la casa toda contruida en madera. Subí los tres peldaños que me dejaron en la misma puerta, pero antes de golpear con los nudillos de la mano, miré a mi alrededor: en el piso de madera de la entrada había un canasto con leña cortada. Del cielo raso pendía una ampolleta encendida y en los marcos exteriores del porche, unas telarañas. "Ésta es la casa de Bradbury", pensé sin dudar y di tres golpecitos en la puerta. De su literatura lo había leído todo: Fahrenheit 451, Crónicas Marcianas, El Hombre Ilustrado, Las Doradas Manzanas del Sol, Remedio para Melancólicos, El Árbol de las Brujas...

Yo podía escuchar mi corazón emocionado pum-pum-pum-pum esperando que se abriera la puerta. No tuve que golpear dos veces, porque sentí que las maderas comenzaron a crujir por los fuertes pasos de alguien que se acercaba desde el interior de la casa. Y la puerta se abrió. Una figura humana enorme se ubicó en el centro de la entrada. Lentes gruesos, pelo blanco largo y caido sobre las orejas. Y una tremenda sonrisa de bienvenida...

"Señor Palma... lo estaba esperando..."

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