miércoles, enero 30, 2013

LAS "MEICAS" Y LA OTRA MEDICINA EN PENCO

Ilustración de medicina araucana.

         En Penco y Lirquén no toda la gente podía pagar por ser atendida por un médico. Ello, pese a todo lo que les era posible hacer a los facultativos de entonces. De manera que cuando estos profesionales no estaban, aparecían las “meicas” que llenaban el vacío. Eran mujeres mayores sin formación académica que ejercían el oficio de conocedoras de la salud solamente a partir de la experiencia y del relato oral que oyeron de sus ancestros. Había quienes les atribuían poderes fuera de lo común. Serían las equivalentes a las machis mapuches. En el ejercicio de atender pacientes, diagnosticaban enfermedades según su parecer y recetaban no sobre un papel. En algunos casos intervenían físicamente a los enfermos.
         La abuela Paula, en calle Alcázar o la abuela Cruz en calle Las Heras, por ejemplo, entregaban este servicio alternativo, por así llamarlo, a la medicina ortodoxa. También había una “meica” a la entrada de Cerro Verde y otra muy conocida en el sector de Los Barones. No nos referiremos a su formación para conocer de enfermedades, nos remitiremos a la fe que le tenían sus pacientes. Eran especialistas en lo que llamaban el “mal de madre”, el “mal de ojo”, el “empacho”, el “desconchavo de huesos” o simplemente el “mal”. 
         Recuerdo haber espiado una “consulta” de la “meica” de Los Barones, muy conocida y respetada. Era una mujer vieja, flaca como palo, alta. Desde detrás de una cortina oí que luego que una paciente le contara sus dolores, ella la toqueteara por encima de la ropa a la altura del ombligo y le dijera luego de pensar un rato: “esto es mal de madre, niña”. Y le explicó que una de las causas de la dolencia era el frío pero también la acción esotérica de “alguien” inamistoso. En seguida recetó un brebaje turbio dentro de una botella que dijo estar hecho con una hierba específica del campo: la pila-pila, una planta rastrera de hojas redondas muy abundante en los cerros de Penco. No supe si la paciente se mejoró.
     La abuela Cruz ejercía de igual modo, salvo que ella era una vieja de acción. Una vez vi que un estibador de Lirquén sufrió un esguince de tobillo. Era tal el dolor del hombre que hubo que salir corriendo a buscar a la “meica” a eso de la medianoche. Frente a esta urgencia, la abuela Cruz saltó de su cama, cayó justo sobre sus suecos (estaba durmiendo vestida y más detalles de este episodio están narrados en otro post) y fue casi volando a la dirección del paciente. Pidió un lavatorio con agua caliente, hizo que el hombre metiera su pie inflamado y comenzó a sobar y sobar la piel en el agua. Después de media hora pidió una venda y dos huevos. Impregnó la venda con las claras y vendó fuertemente el tobillo.  Las claras servirían para que las vendas se pusieran rígidas cuando se secaran. Bueno, el paciente pudo por fin conciliar el sueño y la abuela Cruz volvió a su casa, se sacó sus suecos y se metió igualmente en su cama. 
         Hay muchas otras historias referidas a esta actividad alternativa, más unida al mito o a supuestos poderes sobrenaturales con los que en su ignorancia comulgaban muchos habitantes de Penco, cuando llegar a una consulta médica era casi imposible. ¿Habrá algo de eso todavía? 

1 comentario:

marilyn dijo...

donde puedo ubicar a alguna de ellas exactamente gracias ;)