viernes, julio 12, 2013

UN TROCITO DE VERANO LLEGABA A PENCO CON EL CARRUSEL

La llegada del carrusel o parque de diversiones en invierno encendía las frías y monótonas noches penconas, cuando la televisión era todavía una promesa, cuando los jóvenes mataban el ocio vespertino con conversaciones entre amigos en las distintas esquinas. Pero, llegaba el carrusel y todo cambiaba. Era como traer de otra parte un trozo del verano. A nadie ya le importaba el frío. La iluminación mortecina de la esquina de Freire con Maipú, ahí donde había un sitio baldío justo para esta empresa itinerante, la encrucijada más importante de la ciudad, se sumaba a las largas y vistosas guirnaldas de ampolletas multicolores que traía el carrusel. Cuando estas luces festivas se encendían, arrancaban también las bocinas o altoparlantes instalados en mástiles sólo para ese fin. Entonces la esquina de Freire y Maipú se volvía una fiesta popular de música actual, iluminación ad hoc y actividades que realizar. El carrusel era un sitio para ir y hacerse ver por los demás. 
 
El centro de entretenciones traía todo lo que no había en Penco aquellas lejanas noches invernales: tiro al blanco con rifles de aire comprimido y plumillas. Obtenía premio, una botella de licor, quien lograra acerca cinco famas. No lejos, había otro juego parecido, dispararle a patos de lata en movimiento sobre una correa sin fin. Los rifles aquí se cargaban con postones. Más allá se levantaba una pirámide de botellas selladas con diversos tragos para probar suerte con argollas. Se llevaba la botella quien lograra colocarle el anillo de madera lanzado desde cierta distancia. La guinda de la torta eran las sillas voladoras. Un hombre moreno, bajo, de rostro impenetrable vendía las fichas para subir, ajustaba los cinturones de los pasajeros y ponía el marcha el juego. La rueda de la que colgaban con cadenas las sillas comenzaba a girar y con ello, todos quienes habían pagado el boleto. El juego duraba solamente lo que calculaba el hombre de cara de piedra. Él decidía cuando detener la diversión y abajo, se acabó el cuento. 
Los adolescentes, en cambio, llenaban el parque de diversiones porque el empresario, al parecer un señor de Tomé, vendía churros fritos ahí mismo a la vista de sus clientes en una enorme olla de cobre. Pero, lo más atractivo era la música a todo volumen, vivificante, fresca, con lo último de la producción disquera: Te Veré en Mi Batería, del grupo los Shadows, una pieza maestra: 
 


Otros temas: Nunca en Domingo, Te Quiero, Aeropuerto, Sonambulismo… Toda esta música no cantada, llamaba la atención por sus ritmos. Eso era lo más reciente en discografía, Penco así estaba a la vanguardia, pensábamos todos. Al cabo de una o dos semanas, el carrusel levantaba sus bártulos y se iba con sus luces y su música a otra parte.  
 
Cuando el camión partía con su última carga, la esquina de Freire y Maipú, quedaba de nuevo a media luz. Los jóvenes volvían a sus tertulias bajo cielo descubierto y ya no quedaba más esperanza de diversión hasta el retorno del carrusel.

1 comentario:

cheo-andino dijo...

Bellos tiempos, pero yo recuerdo e uno que llego al fremte de "almacen meliton" de la dona pepa al frente del estadio crav, alli habia un concurso de canto, esto fue tal ves en 1967, aparecio un joven que era pequeno , usaba baston y se hacia llamar "carlitos twist". Le tiraron tanto jabon en polvo "milagro" que era el premio en todos los juegos. Que despues sentimos verguenza de ver el espectaculo.