Esos países lejanos y resplandecientes, situados en lugares inalcanzables, nosotros los conocíamos por las películas en blanco y negro que se proyectaban en el teatro de
la Refinería o en los documentales vespertinos que se mostraban en el gimnasio
de Fanaloza (entonces no se conocía la televisión). Así era el mundo, como se veía en el cine. Hasta que una noche de agosto se unió un viejo al círculo de amigos que nos
habíamos juntado para conversar en la esquina de Alcázar con
Freire. Ese viejo era don Efraín. A pesar que arrastraba los pies para
caminar, contaba historias muy sabrosas. Y esa noche bajo el cielo frío, húmedo y
estrellado de Penco, nos comenzó a hablar de sus viajes, porque había sido
grumete. Con su relato tuvimos, sin esperarlo, una nueva visión de esos países
lejanos y resplandecientes, pero contados en primera persona. ¡Qué viejo más
bacán!
“En la Baquedano (el buque escuela de la Armada de esos años) –dijo don Efraín, mientras a todos nosotros se nos despertaba la imaginación– navegamos cruzando el Atlántico, porque teníamos que recalar en Londres…”
“En la Baquedano (el buque escuela de la Armada de esos años) –dijo don Efraín, mientras a todos nosotros se nos despertaba la imaginación– navegamos cruzando el Atlántico, porque teníamos que recalar en Londres…”
El viejo se tomó un respiro, como haciendo memoria. Y todos
nosotros a su alrededor en un silencio ansioso, esperábamos a que don Efraín
continuara porque queríamos oír más.
“El buque estaba embanderado, porque así lo ordenó el
comandante. Poco antes de las 12, entramos por el río Támesis. Estábamos
felices y orgullosos. La Baquedano iba remontando aguas arriba hasta que
llegamos al puerto. Desde cubierta veíamos los autos y los buses que circulaban. Qué ciudad más bonita”. Y remató el viejo su narración: "qué emocionante fue apreciar el Big Ben".
Luego dio otros detalles náuticos y nos contó de la borrachera con cerveza en un céntrico pub de Londres. Aunque en forma parcial, el viejo ya nos había entregado una imagen de la capital británica. Esos ojos semi llorosos por el frío de la noche de agosto de don Efraín habían visto el Big Ben y los puentes londinenses. A él no le venían con cuentos. Ese viejo pencón podía contar con propiedad cómo era esa ciudad a un puñado de jóvenes reunidos allí en la calle. Cuando regresamos a nuestras casas llevábamos fresco el relato del ex grumete: Londres. ¡Hay que ir y conocerlo! Años más tarde, cuando tuve la ocasión de caminar por las calles londinenses miré el Big Ben y el Támesis recordando esa noche pencona y el relato de don Efraín.
Luego dio otros detalles náuticos y nos contó de la borrachera con cerveza en un céntrico pub de Londres. Aunque en forma parcial, el viejo ya nos había entregado una imagen de la capital británica. Esos ojos semi llorosos por el frío de la noche de agosto de don Efraín habían visto el Big Ben y los puentes londinenses. A él no le venían con cuentos. Ese viejo pencón podía contar con propiedad cómo era esa ciudad a un puñado de jóvenes reunidos allí en la calle. Cuando regresamos a nuestras casas llevábamos fresco el relato del ex grumete: Londres. ¡Hay que ir y conocerlo! Años más tarde, cuando tuve la ocasión de caminar por las calles londinenses miré el Big Ben y el Támesis recordando esa noche pencona y el relato de don Efraín.
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