martes, octubre 28, 2014

PELIGROSO FUE EL COMERCIO DE AGUARDIENTE EN PENCO

Un alambique para producir aguardiente que ya es pieza de museo.
Vi como producían aguardiente en un predio llamado San Juan de Millahue, en el área de Rafael, comuna de Tomé. Había una fogata y un tambor ahumado en medio de las llamas. El enorme tiesto contenía orujo hirviendo. La tapa recubierta de barro se veía hermética. Una cañería bajaba a la tierra desde la tapa y permanecía recostada en el lecho de un chorrillo de agua corriente para enfriar. El vapor del hervor lo transportaba la cañería el que se condensaba al tomar contacto con las paredes frías del caño de cobre. El tendido del ducto salía del curso de agua y arrojaba su hilo de líquido en una botija. Era el aguardiente. Esta actividad entonces como hoy en día es ilegal, como lo es también su comercialización. El peligro: que el alcohol no sea apto para el consumo humano por su efecto sobre la víctima: la ceguera.
Entonces sin duda la actividad reportaba dinero. Sin embargo, se requería de ingenio no sólo para producir aguardiente, sino también para llevarlo al consumidor y sortear las rígidas fiscalizaciones policiales. Para ese fin los improvisados comerciantes de alcohol usaban cámaras de neumáticos. Los cortaban, los vulcanizaban y les ajustaban alguna tapa, por lo general una coronta de choclo, y echaban el aguardiente en su interior. Luego viajaban en micro con las cámaras llenas entre sus ropas o bajo mantas y pasaban los registros policiales sin problemas. En la ciudad, lo vendían al por menor.
El producto arribaba a Penco por dos medios: uno, gracias a la habilidad y osadía de viajeros que llegaban en góndola luego de transportarlo en micro de los campos cercanos a Florida. Y segundo, la producción que provenía de Rafael y de Millahue –como la narrada al comienzo—bajaba en carreta por el camino a Primer Agua. Nunca vi un negocio en gran escala de aguardiente artesanal: tres a cinco litros como máximo. El producto se vendía en el barrio y lo compraban las mujeres para echarle al mate. En invierno un mate con malicia venía muy bien para combatir el frío pencón.
Había otro brebaje que se ofrecía con motivo de los velorios o velatorios. Lo llamaban “gloriado” y consistía en una taza con café al que le agregaban aguardiente. El “gloriado” se servía después de la medianoche entre las personas que acompañaban a los dolientes en torno al féretro. Una tacita de café con el alcohol destilado en los campos cercanos ayudaba a los acompañantes a sobrellevar el trasnoche.
A pesar del consumo de ese aguardiente artesanal, no se supo en Penco que alguien haya resultado con ceguera por beber algún tipo de alcohol –de ese origen-- no apto para el consumo.

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