viernes, diciembre 19, 2014

RAÚL OLIVEROS SE LAS INGENIÓ PARA HACER DE LA VIDA UNA FIESTA

El folclorista Raúl Oliveros en su casa de calle Alcázar en Penco.
A la edad de 84 años ha dejado de existir el gran folclorista pencón, ex estibador de Lirquén y ex pescador de Penco, don Raúl Oliveros Díaz. Su deceso se produjo en el hospital Higueras de Talcahuano. Sus restos fueron trasladados a su casa de calle Alcázar 375, Penco,  para el velatorio. Decenas de amigos y familiares concurrieron a esa dirección para tributar un sentido homenaje a don Raúl, un hombre ampliamente conocido y querido en la comuna. Su funeral se efectuó en el cementerio parroquial de Penco luego de un oficio religioso en su domicilio.
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Los Oliveros, grupo integrado por tres generaciones.


Raúl Oliveros era un hombre ladino, cultor de la picardía chilena y los juegos de palabras. No era un payador, pero le gustaba la rima expresada en los versos de las canciones que interpretaba y componía. Cantaba con el alma y ejecutaba su acordeón de botones como ninguno. En alguna reunión cuando don Raúl estaba presente no se pasaban penas y si las había él las aventaba con una buena salida chilena o la talla oportuna. A él nadie le venía con cuentos, las sabía todas, como que se inició en el duro oficio de pescador, donde las bromas vuelan para envalentonarse unos con otros arriba de los botes cuando los pescadores son sorprendidos por el viento de travesía. Y a este respecto, don Raúl fue siempre prudente en el mar; no se internó más allá de los límites de la isla Rocuant o el túnel de Punta de Parra.

Precoz ejecutor del acordeón. Foto en la
plaza de Penco.



De niño y a la sombra de su tío, don Felipe Díaz otro folclorista pencón, aprendió a tocar el acordeón. Amó tanto ese instrumento musical que llegó a dominarlo como un maestro. Don Raúl fue el alma de las fiestas. No sólo cantaba y creaba cuecas, también las bailaba. Y lo hacía tan bien, que obtuvo el premio nacional de cueca en un concurso realizado en San Carlos. Su pareja en esa presentación fue su hija Mirella Oliveros Lavín.
Después de dejar el oficio de pescador se enroló como estibador del sindicato local. Dedicó años de su vida al duro empleo de cargar y descargar barcos graneleros en el muelle de Lirquén. La rudeza de la faena no lo amilanaba sin embargo, por el contrario, sus compañeros gozaban con él por sus tallas pícaras y divertidas.
Le encantaba salir a cazar. Por eso, junto a un grupo de amigos pencones creó un club de caza y pesca, el que se denominó FAVIPAR (por provenir sus integrantes de Fanaloza y Vipla y la participación de particulares). Prendido por FAVIPAR se las ingenió para crearle un himno, cuyas estrofas, según recordó el profesor Servio Leyton, ex miembro del club, eran las siguientes:

El FAVIPAR cazando va, cazando va. Tengan cuidado becacinas, liebres y zorzales porque hoy sale de caza el famoso FAVIPAR. Si en Chile hubiese elefantes, osos, tigres y jaguar ya estarían extintos por el famoso FAVIPAR. Al salir de madrugada sentiremos la brisa del mar y al volver de anochecida ya no lo veremos de tanto tomar…
El FAVIPAR en una excursión de caza en el ramal a Chillán. Oliveros tocando el acordeón.
Otro viaje de caza con amigos pencones. Raúl Oliveros, de sombrero a la izquierda junto a su perro.
El FAVIPAR fue otro testimonio del sentido festivo de la vida que tuvo don Raúl Oliveros. Salir de caza resultaba ser, en realidad, una excusa para divertirse con los amigos y con las familias en aquellos lugares de la zona elegidos para el propósito. El profesor Leyton recuerda que las salidas del FAVIPAR eran una fiesta desde el momento en que subían a las micros contratadas. A poco andar salían a relucir las guitarras y el acordeón. Todos los integrantes del club cantaban al compás y el ritmo que imponía Raúl Oliveros.

Raúl Oliveros también jugó fútbol defendiendo al equipo de sus amores: Gente de Mar. Arriba, el segundo de derecha a izquierda.
No quería nada con los médicos y los hospitales. Enfermo en una oportunidad, su familia y sus amigos le rogaron que fuera a ver un doctor. Les hizo caso, compró el bono y en la consulta esperó a que lo atendieran. Siéntese, le dijo el médico, qué es lo que lo trae por aquí. Don Raúl respondió, no sé, doctor. Vine porque me dijeron que viniera, pero yo estoy bien, no tengo nada. El médico sorprendido lo miró y le dijo: bueno, aquí tiene su bono. Ya que usted dice no tener nada, vaya a la caja para que le devuelvan el dinero de la consulta… Puchas, doctor, le dijo don Raúl  entre pícaro y compungido: ya que estoy aquí ¿por qué no me echa una revisadita?

Aparte de tocar el acordeón, Oliveros era diestro en la percusión utilizando conchas marinas entre sus dedos a modo de castañuelas.

Otro cantante de Penco avecindado en Puente Alto, Heriberto Ramos, de nombre artístico Mario Rey, recuerda que fue vecino con don Raúl cerca de la cancha de Gente de Mar. “Cantábamos juntos en fiestas familiares”, dice. Y añadió que era notable la alegría de Oliveros, después de las fiestas en el casino La Bahía, de propiedad de Francisco Jara (me aclaran que en realidad ese recinto era de don Armando Urbina). Terminadas esas reuniones sociales y ya de madrugada, los enfiestados se iban por la calle Freire y se instaban a cantar en las esquinas. Eran los años cincuenta (1950).
Oliveros estibador en un barco en Lirquén, 1957. Foto tomada por Mario Delva.
Permítanme romper el estilo de esta nota para indicar que don Raúl me recibió en su casa hace un par de meses. Conversamos largamente acerca de Penco y de cómo era el pueblo de esos años. Afortunadamente grabé esa conversación con una cámara de video. Tengo el registro, lo revisaré y lo difundiré en otro momento. Por ahora sólo interesa decir que ha fallecido un vecino, que quiso la vida, la gozó a su modo, proyectó esa alegría hacia quienes estaban cerca de él y estuvo siempre orgulloso de su origen pencón con raíces en Gente de Mar. Saludos a la familia de don Raúl. Penco recordará por mucho tiempo la persona, la cordialidad y el talento artístico de don Raúl Oliveros Díaz.
¡Salud! hermanos Oliveros, Raúl a la derecha. Foto captada en el legendario bar Capri de Penco.

Cueca de Enrique de Penco interpretada junto a la voz inconfundible de Raúl Oliveros. Es una excelente versión que merece la pena escuchar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola quisiera acotar a esta historia que el casino la Bahía era de propiedad de Don Armando Urbina (qepd) y fue el único casino de dos pisos que existió en la playa de Penco.
GRACIAS

Anónimo dijo...

Que bello reportaje. Las fotos preciosas. El contenido sensible. Orgullosos deben sentirse y justa razón es.