sábado, noviembre 07, 2015

CUANDO EL LOCO VENÍA POR LAS CALLES DE PENCO

Penco durante el crepúsculo de un día de octubre de 2015. Imagen captada con mi IPhone 5.

          Una curiosidad de la era industrial en Penco fue que en los días hábiles había pocos hombres en las calles y en los lugares públicos. Lo que pudo ser sólo una percepción o una subjetividad tenía una explicación, que ellos estaban trabajando en las fábricas, en el mar, en la mina, en faenas forestales, en los bosques o en los campos de los alrededores. Aquellos que dedicaban ocho duras horas de labor en las industrias (Vipla, Fanaloza, Refinería de azúcar) usaban parte de su tiempo libre para estar en sus casas ya sea atendiendo menesteres domésticos o descansando. Por tanto en las calles y en los lugares públicos era más fácil toparse con mujeres de todas las edades que con hombres adultos. 

      Esta apreciación ─también subjetiva─  daba lugar a que los vendedores al menudeo tuvieran más fácil llegada a las dueñas de casa, habitualmente las mejores clientes en lo que se refiere a las novedades que ofrecían. Pero, este diríamos vacío, también permitía situaciones ridículas y otras atemorizadoras para la paz del barrio: a veces pasaba el loco disparatando. El «loco» era el término genérico que hacía referencia a un sujeto con sus facultades perturbadas, algo desquiciado o fuera de sus cabales, un chalado, no un borracho de mala cabeza. Entonces el loco iba caminando por el medio de las calles polvorientas de esos años haciendo gestos y musarañas, bailando o gritando, amenazando con perseguir a los niños que los observaban con ojos de susto y a prudente distancia. Las mujeres decían que los locos nunca fueron tal, que eran sujetos pillos que se valían de una supuesta condición de enfermo mental para entablar conversaciones con ellas. En efecto, decían que las miraban con una sonrisa boba a la espera de algún consejo o una orientación, tal vez. Cuando se oía la voz de alarma de los niños más crecidos: «arrancar que viene el loco», las dueñas de casa prudentemente trancaban sus puertas y cerraban las ventanas. Algunos de estos hombres metían miedo. Sin embargo, jamás se oyó que un loco haya cometido una locura que alcanzara el grado de delito. Pero, si eran sorprendidos por carabineros terminaban en el cuartel a modo de prevención. 
          Recuerdo algunas identidades informales de algunos de ellos: «el Cachulo», «el hombre del cerro», «el viejo del saco» por ejemplo. Estos locos aparecían de tarde en tarde, venían de no sé donde y se dirigían hacia ninguna parte. Igualmente fueron un ingrediente ínfimo del horizonte social de ese Penco obrero y proletario del siglo XX. 

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