Hermoso interior de una casona patronal cercana a Florida por el camino que sale de Penco. |
Familias completas llegaron a Penco provenientes de los
campos de los alrededores deslumbradas por la actividad industrial en
desarrollo en los comienzos del siglo XX. Esa gente, que se vino con lo que tenía, buscaba una mejor calidad
de vida en la ciudad. El único inconveniente era que eran mayormente
analfabetos. Sobre esta migración no tenemos datos, pero todos sabíamos que una
buena parte de Penco provenía de “cerro arriba” y el analfabetismo estaba
asociado a esa condición, como que hubo iniciativas particulares de profesores
para enseñar a leer gratuitamente a esa gente aspiracional. Ellos venían de Florida, Roa, Agua Amarilla,
Cieneguillas, Primer Agua, Los Varones…
Pero, el analfabetismo se refería a la cultura letrada
porque en materia de cultura oral esas migraciones traían una carga de
conocimientos y prácticas que enriquecieron el quehacer pencón. Entre los que
llegaron había alfareros: sabían trabajar el barro, la greda y eran capaces de
hacer cacharros y vasijas para el uso doméstico con un poco de agua mezclada con
la tierra apropiada. En el siglo XIX fueron conocidos en el país los trabajos
de las llamadas loceras de Penco.
Las tejedoras que venían de los campos buscando nuevos horizontes en Penco sabían escarmenar la lana y urdir, ellas también tenían gusto estético para elaborar sofisticados tejidos en seda con el manejo de bolillos. Los carboneros eran hombres que sabían hacer carbón vegetal construyendo agujeros en las laderas de los cerros y controlando perfectamente la combustión.
Las tejedoras que venían de los campos buscando nuevos horizontes en Penco sabían escarmenar la lana y urdir, ellas también tenían gusto estético para elaborar sofisticados tejidos en seda con el manejo de bolillos. Los carboneros eran hombres que sabían hacer carbón vegetal construyendo agujeros en las laderas de los cerros y controlando perfectamente la combustión.
Entrada a Roa, a 30 km. de Penco. |
Había gente que elaboraba muy bien el mimbre. Con esas
varillas vegetales de gran elasticidad y consistencia, hacían canastos,
paneras, cajas para la ropa, sillas, maletas, revestimientos para botijuelas. Ellos eran los cesteros. Además entre esas personas que vinieron a
instalarse en Penco había curtidores,
ellos sabían procesar los cueros y por extensión estaban los talabarteros que
eran entendidos en la fabricación de riendas y aperos. Los huerteros, en cambio
conocían muy bien la estacionalidad para el cultivo de hortalizas y como
potenciar la tierra para obtener mejores frutos. Los escoberos se las
arreglaban muy bien para hacer escobas con hierba seca y rústica la que ataban
a un extremo de un palo con alambre de fardo. Había algunos que además salían a
venderlas por las calles.
Y qué decir de los panaderos, gente especialista en amasar
pan y fabricar tortillas de rescoldo. Para este oficio había gente con manos
divinas. También llegaron los leñadores, personas que se dedicaban a buscar y
cortar madera, secarla y partirla con hachas. Este producto tenía siempre un
mercado asegurado en Penco. Estaban los cazadores que sabían capturar conejos,
aves silvestres y preparar estas carnes. Aunque en menor cantidad, venían
también domadores o domesticadores de animales de labranza como bueyes y
caballos. Entre estos últimos y aún en número más escaso, los arregladores, quien sabían preparar la caballería para competencias, carreras o saltos.
Los recolectores eran los más. Ellos sabían cuando y como
obtener digüeñes, changles, zarzamora, murtilla, nalcas, chupones, queules,
avellanas, camarones. Entre las personas que emigraron del campo a la ciudad
había también especialistas en la fabricación de herramientas de labraza, por
ejemplo, hacían arados, yugos, ruedas para carretas. Y quienes hicieron el
mejor negocio fueron los herreros. Se establecieron en Penco y con pequeñas
fraguas hicieron herraduras para caballos y bueyes, la actividad duró hasta que
la modernidad con los vehículos a motor
desplazó el uso de los animales. Sobre los especialistas en fabricar vino, hablaremos en otro post.
Sin lugar a equívocos, todos quienes llegaron de los cerros conocían las hierbas medicinales para el dolor de guata, la fiebre, los empachos, los resfríos o para curar heridas rebeldes. Sabían identificar los árboles o el uso apropiado de sus maderas.
Sin lugar a equívocos, todos quienes llegaron de los cerros conocían las hierbas medicinales para el dolor de guata, la fiebre, los empachos, los resfríos o para curar heridas rebeldes. Sabían identificar los árboles o el uso apropiado de sus maderas.
Podemos afirmar que Penco se nutrió de toda esa sabiduría
oral que trajeron quienes migraron, extendiendo su atractiva cultura en todos los
ámbitos. Sin embargo, muchos de esos oficios ya no existen en la ciudad e ─incluso─ pueden ser desconocidos para la mayoría.
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