Los hijos del matarife pencón, José Nieves Garcés: Carlos, Natacha, Mili y José Garcés Bouldres recuerdan aspectos de su infancia en el ex barrio matadero de Penco. |
El matadero municipal de Penco terminó allá por 1971, bajo la
administración del entonces alcalde Bernardino Díaz, cuando la función de faenar se concentró en un sector de Coronel, poniéndose fin con ello a toda la
actividad paralela a su alrededor. Por tanto, hoy sólo quedan recuerdos de
la esquina de Infante con Los Olivos donde estuvieron sus instalaciones por
tantos años. Como señalábamos en otro post, el matadero de Penco tuvo
características épicas: se faenaban animales de día en el cumplimiento de la
norma municipal y, también se hacían excepciones: se mataba animales de noche
fuera de la norma. Nos cuentan que con cierta frecuencia llegaba de Concepción
un chino abastero que tenía un camión cerrado. En el vehículo traía caballos,
los que eran faenados de trasnoche y el chino regresaba a la ciudad penquista
de madrugada con el camión completo de carne lista para su comercialización. De
éstas y muchas otras historias relacionadas con el rubro matarife pencón conversamos
con Carlos, Natacha, José y Milagros, cuatro de los nueve hijos del matrimonio
Garcés Bouldres, que vivieron su infancia en el barrio matadero, porque su
padre, don José Nieves Garcés Oviedo era el jefe y principal experto en faenar de esa
repartición municipal. Como en Penco nadie escapaba a los apodos a Garcés
Oviedo le decían “el Burro” aunque en la pega del matadero, los subalternos le
llamaban “apá”.
Sus hijos me cuentan que el barrio matadero era visitado de
tanto en tanto por loceros y refineros quienes llegaban a la casa de los Garcés
Bouldrés los fines de semana a disfrutar de los famosos cocimientos que se
hacían en un fondo especial sentado sobre un fogón de leña. Bofes, entrañas,
chunchules, corazones, pana, lenguas, ubres… de todo cabía en esa olla enorme
que hervía y hervía, mientras los comensales conversaban de carreras de
caballos, de aspectos de sus trabajos y, también, de sus últimas conquistas. El
acompañamiento –es decir, el vino-- no faltaba. Para eso estaban los
proveedores: el "Huaso", Jaunita, la viuda,
etc. José Garcés hijo me dice: “Mi papá simplemente me mandaba. ‘Anda a buscar
más vino y pide del que me gusta a mí’. No me daba más detalles. Yo
obedientemente iba, sin dinero para pagar. Pedía el encargo, me pasaban una
chuica de blanco o de tinto y me iba de regreso, directo al cocimiento. Nunca
compré con plata”. Añadió que su padre tenía algún tipo de convenio con los
bodegueros para el tema de los pagos. Y luego de un breve silencio, en la
conversación comprendemos sin decirlo que con toda seguridad pagaba en carne de
res.
Precisamente la carne de res, como un preciado bien de
consumo, hizo de quienes la vendían al detalle, verdaderos autoridades en Penco,
nos cuenta Natacha. Y ella recuerda que este rango informal lo tenían carniceros
como Antonio Figueroa, que atendía su negocio en la esquina de Alcázar con
Cochrane; Juan Wong con su carnicería en calle Freire al llegar a Maipú.
Eduardo “Ñato” Careaga, Nano Parra, Guillermo Araya.
Los abasteros llevaban sus reses en pie hasta el matadero y
algunos esperaban allí a que les entregaran la carne. “Había un abastero muy celoso --recuerda José--, quien estaba siempre con los ojos bien
abiertos viendo como faenaban sus animales con el fin de que nadie les fuera a
quitar un trozo de carne. Pero, mi papá tenía un balde colgado en el muro, con
algún cuento distraía al carnicero suspicaz y en un abrir y cerrar de ojos, él lanzaba
un trozo de carne por el aire que caía justo dentro del balde, encestando como
el mejor de los basquetbolista. Eso era parte de la broma. De seguro que en alguna oportunidad, el cliente
alcanzó a divisar algo volando en dirección al balde sin comprender de qué se
trataba, pero sospechando de alguna maniobra de sustracción…”
El matadero de Penco disponía de un camión Ford con
carrocería cerrada, revestida por dentro con latas. Estaba pintado de rojo y
su chofer era un conocido pencón del barrio apodado “don Lito”, un
hombre alto vestido siempre de overol de mezclilla, quien al parecer padecía de
tortícolis congénita: tenía su cabeza inclinada hacia uno de sus
hombros. Lucía muy correcto con su bigote bien trabajado. Pues “don Lito” y dos peonetas
recorrían Penco, Lirquén y Cerro Verde entregando la carne faenada en las
direcciones de los abasteros. “Era ahí adentro de la carrocería cerrada, donde
se producía la sustracción de pequeños trozos por parte de los peonetas,
mientras “don Lito” manejaba inocentemente su camión por las calles de Penco”,
recuerda Carlos Garcés, el hijo menor de don José Nieves.
El equipo de trabajadores del matadero eran Humberto
Vergara, su hermano Enrique quien tenía un brazo menos y le decían “el Zunco
Quique”, Manuel Vera, “el Taquilla” Pedreros, “el Chileno”, “el Challo” y un
par de mujeres mencionadas en el post anterior. Algunos de éstos trabajadores recibían
a modo de pago, partes del animal que ellos salían a vender por las calles. Por
eso, era frecuente ver al “Zunco Quique” con un canasto vendiendo patas, guatas, bofes,
chunchules, panas, cabezas, corazones… Se decía que el dinero ganado en esa
venta ambulante iba directo a los bolsillos de los bodegueros del sector.
Otro negocio informal del matadero era la venta de sangre fresca. Gente de
Cerro Verde hacía colas comprando el “ñachi” de cordero. En las casas a ese
producto se le agregaba cebolla picada y aliños, todo iba a la sartén y el
almuerzo estaba listo. “Era como comer prietas”, recuerda una persona de ahí que
acostumbraba a consumir sangre frita.
El equipo de trabajadores del matadero de Penco. A la derecha, de sombrero, don José Nieves Garcés. |
Cuando el matadero de Penco se cerró, los trabajadores
tuvieron que dedicarse a otra cosa. Don José Nieves buscó nuevos horizontes y
dejó el trabajo de su vida, matarife. El oficio lo había heredado de su padre
Florentino Garcés Aguayo. Ambos provenían de Lloicura, en el sector de Rafael. Fue
precisamente gracias a su oficio que don José Nieves conoció a quien sería su
esposa, Elena Bouldres. Ella era hija del primer veterinario que tuvo el
matadero local, don Francisco Bouldres, proveniente del sur de Francia, del país vasco francés y avecindado
en Penco. Don José Nieves es recordado por su gran estampa, su fuerte vozarrón y
su fama de bueno para las fiestas. Sin otro matadero para desempeñarse, ingresó
a trabajar en la Cosaf. Pero, como era un hombre certero para la estocada (capaz de faenar un animal en menos de 30 minutos), siempre lo buscaban para
hacer esos trabajos. De modo que a don José Nieves, “el Burro” Garcés nunca le
faltó un encargo de este tipo para seguir practicando lo que a él tanto le
gustaba.
Elena Bouldres y José Nieves Garcés. |
“Don Lito”, en cambio,
siguió manejando, pero no el camión rojo repartidor de carne. La
municipalidad local lo destinó a guiar un tractor con un rastrillo para hacer
el aseo de la playa de Penco.
Florentino Garcés Aguayo. |
1 comentario:
Don Nelson : Lo primero es darle las gracias por este lindo reportaje a nuestro padre, abuelo y bisabuelo. Como familia le estamos muy agradecidos por hacer pública la vida de trabajo de un grupo de personas de nuestro Penco .
Muchas gracias
Natacha Garcés Bouldres
Publicar un comentario