lunes, mayo 09, 2016

SE FAENABA DE DÍA Y SE FAENABA DE TRASNOCHE EN EL EX MATADERO DE PENCO


Los hijos del matarife pencón, José Nieves Garcés: Carlos, Natacha, Mili y José Garcés Bouldres recuerdan aspectos de su infancia en el ex barrio matadero de Penco.
El matadero municipal de Penco terminó allá por 1971, bajo la administración del entonces alcalde Bernardino Díaz, cuando la función de faenar se concentró en un sector de Coronel, poniéndose fin con ello a toda la actividad paralela a su alrededor. Por tanto, hoy sólo quedan recuerdos de la esquina de Infante con Los Olivos donde estuvieron sus instalaciones por tantos años. Como señalábamos en otro post, el matadero de Penco tuvo características épicas: se faenaban animales de día en el cumplimiento de la norma municipal y, también se hacían excepciones: se mataba animales de noche fuera de la norma. Nos cuentan que con cierta frecuencia llegaba de Concepción un chino abastero que tenía un camión cerrado. En el vehículo traía caballos, los que eran faenados de trasnoche y el chino regresaba a la ciudad penquista de madrugada con el camión completo de carne lista para su comercialización. De éstas y muchas otras historias relacionadas con el rubro matarife pencón conversamos con Carlos, Natacha, José y Milagros, cuatro de los nueve hijos del matrimonio Garcés Bouldres, que vivieron su infancia en el barrio matadero, porque su padre, don José Nieves Garcés Oviedo era el jefe y principal experto en faenar de esa repartición municipal. Como en Penco nadie escapaba a los apodos a Garcés Oviedo le decían “el Burro” aunque en la pega del matadero, los subalternos le llamaban “apá”.
 
José Nieves Garcés en acción
en Playa Negra.
Sus hijos me cuentan que el barrio matadero era visitado de tanto en tanto por loceros y refineros quienes llegaban a la casa de los Garcés Bouldrés los fines de semana a disfrutar de los famosos cocimientos que se hacían en un fondo especial sentado sobre un fogón de leña. Bofes, entrañas, chunchules, corazones, pana, lenguas, ubres… de todo cabía en esa olla enorme que hervía y hervía, mientras los comensales conversaban de carreras de caballos, de aspectos de sus trabajos y, también, de sus últimas conquistas. El acompañamiento –es decir, el vino-- no faltaba. Para eso estaban los proveedores: el "Huaso", Jaunita, la viuda, etc. José Garcés hijo me dice: “Mi papá simplemente me mandaba. ‘Anda a buscar más vino y pide del que me gusta a mí’. No me daba más detalles. Yo obedientemente iba, sin dinero para pagar. Pedía el encargo, me pasaban una chuica de blanco o de tinto y me iba de regreso, directo al cocimiento. Nunca compré con plata”. Añadió que su padre tenía algún tipo de convenio con los bodegueros para el tema de los pagos. Y luego de un breve silencio, en la conversación comprendemos sin decirlo que con toda seguridad pagaba en carne de res.
 
Precisamente la carne de res, como un preciado bien de consumo, hizo de quienes la vendían al detalle, verdaderos autoridades en Penco, nos cuenta Natacha. Y ella recuerda que este rango informal lo tenían carniceros como Antonio Figueroa, que atendía su negocio en la esquina de Alcázar con Cochrane; Juan Wong con su carnicería en calle Freire al llegar a Maipú. Eduardo “Ñato” Careaga, Nano Parra, Guillermo Araya.
 
Los abasteros llevaban sus reses en pie hasta el matadero y algunos esperaban allí a que les entregaran la carne. “Había un abastero muy celoso --recuerda José--, quien estaba siempre con los ojos bien abiertos viendo como faenaban sus animales con el fin de que nadie les fuera a quitar un trozo de carne. Pero, mi papá tenía un balde colgado en el muro, con algún cuento distraía al carnicero suspicaz y en un abrir y cerrar de ojos, él lanzaba un trozo de carne por el aire que caía justo dentro del balde, encestando como el mejor de los basquetbolista. Eso era parte de la broma. De seguro que en alguna oportunidad, el cliente alcanzó a divisar algo volando en dirección al balde sin comprender de qué se trataba, pero sospechando de alguna maniobra de sustracción…”
 
El matadero de Penco disponía de un camión Ford con carrocería cerrada, revestida por dentro con latas. Estaba pintado de rojo y su chofer era un conocido pencón del barrio apodado “don Lito”, un hombre alto vestido siempre de overol de mezclilla, quien al parecer padecía de tortícolis congénita: tenía su cabeza inclinada hacia uno de sus hombros. Lucía muy correcto con su bigote bien trabajado. Pues “don Lito” y dos peonetas recorrían Penco, Lirquén y Cerro Verde entregando la carne faenada en las direcciones de los abasteros. “Era ahí adentro de la carrocería cerrada, donde se producía la sustracción de pequeños trozos por parte de los peonetas, mientras “don Lito” manejaba inocentemente su camión por las calles de Penco”, recuerda Carlos Garcés, el hijo menor de don José Nieves.
 
El equipo de trabajadores del matadero eran Humberto Vergara, su hermano Enrique quien tenía un brazo menos y le decían “el Zunco Quique”, Manuel Vera, “el Taquilla” Pedreros, “el Chileno”, “el Challo” y un par de mujeres mencionadas en el post anterior. Algunos de éstos trabajadores recibían a modo de pago, partes del animal que ellos salían a vender por las calles. Por eso, era frecuente ver al “Zunco Quique” con un canasto vendiendo patas, guatas, bofes, chunchules, panas, cabezas, corazones… Se decía que el dinero ganado en esa venta ambulante iba directo a los bolsillos de los bodegueros del sector. Otro negocio informal del matadero era la venta de sangre fresca. Gente de Cerro Verde hacía colas comprando el “ñachi” de cordero. En las casas a ese producto se le agregaba cebolla picada y aliños, todo iba a la sartén y el almuerzo estaba listo. “Era como comer prietas”, recuerda una persona de ahí que acostumbraba a consumir sangre frita.

 
El equipo de trabajadores del matadero de Penco. A la derecha, de sombrero, don José Nieves Garcés.

Cuando el matadero de Penco se cerró, los trabajadores tuvieron que dedicarse a otra cosa. Don José Nieves buscó nuevos horizontes y dejó el trabajo de su vida, matarife. El oficio lo había heredado de su padre Florentino Garcés Aguayo. Ambos provenían de  Lloicura, en el sector de Rafael. Fue precisamente gracias a su oficio que don José Nieves conoció a quien sería su esposa, Elena Bouldres. Ella era hija del primer veterinario que tuvo el matadero local, don Francisco Bouldres, proveniente del sur de Francia, del país vasco francés y avecindado en Penco. Don José Nieves es recordado por su gran estampa, su fuerte vozarrón y su fama de bueno para las fiestas. Sin otro matadero para desempeñarse, ingresó a trabajar en la Cosaf. Pero, como era un hombre certero para la estocada (capaz de faenar un animal en menos de 30 minutos), siempre lo buscaban para hacer esos trabajos. De modo que a don José Nieves, “el Burro” Garcés nunca le faltó un encargo de este tipo para seguir practicando lo que a él tanto le gustaba.
Elena Bouldres y José Nieves Garcés.
“Don Lito”, en cambio,  siguió manejando, pero no el camión rojo repartidor de carne. La municipalidad local lo destinó a guiar un tractor con un rastrillo para hacer el aseo de la playa de Penco.
Florentino Garcés Aguayo.
 

1 comentario:

Unknown dijo...

Don Nelson : Lo primero es darle las gracias por este lindo reportaje a nuestro padre, abuelo y bisabuelo. Como familia le estamos muy agradecidos por hacer pública la vida de trabajo de un grupo de personas de nuestro Penco .
Muchas gracias
Natacha Garcés Bouldres