De algún modo los profesores se
las arreglaban para constituir las comisiones examinadoras. Apelaban al centro
de padres, a otros docentes y a carabineros. Por eso, en los tiempos de
la desaparecida escuela N° 31 en calle Freire en Penco, esas comisiones tenían
un aspecto solemne. El profesor ordenaba cinco o seis sillas junto al pizarrón
enfrentando a los estudiantes y a la hora del examen, los examinadores
ingresaban en silencio y tomaban ubicación. Se generaba un clima de gran respeto,
aunque muchos de los examinados reconocían a su papá, mamá, tío o vecino
integrando la aparentemente severa comisión. Demás está decir que los
examinadores permanecían allí muy serios mirando a los niños. El silencio era
impresionante y el ambiente, como para cortarlo con cuchillo.
Y, a continuación, el profesor
rompía el hielo saludando a los integrantes de la comisión y en seguida se
dirigía a los examinados para iniciar la ronda de preguntas: “A ver, Juan Pérez,
¿dónde nació Bernardo O’Higgins?”. “En Chillán, señor”. Los integrantes de la
comisión se miraban entre sí y sonreían por lo acertado de la respuesta. “Tú,
Gonzalo Améstica, ¿cuánto es 7 x 8?” “56, señor”. Algunos de los examinadores
levantaban la vista al cielo raso como sacando cuentas y asegurarse que la respuesta era
correcta. “Muy bien, Améstica", afirmaba el profesor. A su vez, la comisión
aprobaba… Y así seguía la serie de preguntas ordenadas por materias. El examen
no duraba mucho rato, tal vez media hora. Luego, la comisión se retiraba en
medio de los aplausos de los alumnos. En la sala de profesores los esperaba un
café y unas galletas y eso era todo.
Me detengo en la comisión, antes
de terminar este post. Sus integrantes eran personas del pueblo que acudían a invitación de los profesores a
esta cita con mucho respeto y con sus mejores tenidas. Muy bien rasurados y
peinados los varones, con ternos planchados, con corbata; ellas, con sus
vestidos y zapatos oscuros de medio taco, moños o peinados; los uniformados
lucían sus zapatos más lustrados que lo habitual. Pero, era gente común, simplemente trabajadores. Esas comisiones no venían del mundo académico, sino del diario vivir. En más
de una ocasión descubrí entre los examinadores a obreros de Fanaloza, pero se veían distintos, con otro estatus, como debía ser. Era
curioso ver sus caras serias, conscientes que estaban participando de una
actividad de nivel superior a la rutina. Ellos y ellas disfrutaban de haber sido nominados y
citados para testimoniar un examen. Visto en perspectiva, la comisión examinadora fue
una instancia social, de consideración y reconocimiento de los profesores de
Penco para con la población local mayormente obrera.
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