miércoles, julio 13, 2016

EL DIARIO TRAQUETEO DE UN TREN POR UNA CALLE DE PENCO

Así debió verse el tren de la Refinería avanzando por calle Talcahuano. Las locomotoras eran pequeñas pero de trocha normal. Hasta hace pocos años aún podían verse rieles del tendido de este ferrocarril en esa calle entre Freire y línea férrea. Ya que no tenemos fotos de entonces para ilustrar este post, presentamos esta imagen de fantasía. 
     Mucho se ha hablado –y se seguirá hablando—del pequeño tren de la Refinería que se desplazaba por calle Talcahuano llevando insumos y productos para y desde la industria. Como pocas ciudades en Chile Penco vivió por años la experiencia de tener un ferrocarril urbano; Coquimbo, en la IV Región también lo tuvo. Pues bien, este trencito –llamémoslo así—tenía su línea tendida entre CRAV y el muelle de la empresa. Esto significaba que el trazado cruzaba perpendicularmente la línea Concepción-Chillán. Había un mecanismo que permitía que el cruce no presentara problemas. El trencito avanzaba por el muelle que se iniciaba en calle Talcahuano. Luego que los carros eran cargados con los sacos de azúcar desde las naves, regresaban a la fábrica recorriendo tres cuadras: línea férrea-Freire; Freire-Las Heras; Las Heras-O’Higgins; y de ahí entraba por el gran portón hacia la industria. Era una rutina diaria esto del tren urbano, con sus locomotoras a vapor y una a petróleo, yendo y viniendo. Los pitazos se sentían en todo Penco. 
       Las locomotoras se hacían anunciar para evitar accidentes o para espantar a los chiquillos que se subían a los carros para sacar azúcar cruda a puñados, echársela al bolsillo, saltar con el tren en marcha y escapar corriendo. A eso de las tres de la tarde, la zalagarda de ruidos de vagones metálicos, el rechinar de los frenos de las ruedas de acero, el reinicio a duras penas de la marcha de las máquinas a vapor,  los silbatos eran el pan del día. Sin poder evitarlo, estas faenas interrumpían las siestas de los pencones quienes despertados de súbito se daban vuelta sobre sus camas para acomodarse y seguir la modorra. Qué decir, cuando había alguna locomotora sufría una pana en la calle. El tren quedaba detenido obstruyendo el paso por las esquinas mencionadas. Afortunadamente había un escaso parque vehicular en esos años. Igualmente, enfrentados a esa situación algunos conductores atascados, echaban marcha atrás, se daban la vuelta y preferían tomar la calle Penco Chico para empalmar con el camino a Concepción y evitar la pérdida de tiempo. Aquel ferrocarril urbano tenía su propia dinámica de trabajo. Las máquinas eran mantenidas por personal dedicado. Aquellos debían preocuparse porque tuvieran carbón suficiente, el nivel del agua, las calderas, los frenos, los instrumentos, todo tenía que estar en regla. Quienes hacían esta labor eran los «caldeadores». Ellos entraban a trabajar todos los días a las 4 de la mañana y su tarea consistía en encender el fuego, disponer del agua necesaria en los estanques y elevar la presión del vapor hasta conseguir que las máquinas estuvieran en condiciones de trabajar. Los operadores de las locomotoras, o sea, los maquinistas entraban a las 8 de la mañana, subían al habitáculo y todo estaba listo para ponerla en movimiento. Justo a las 8, los «caldeadores» se retiraban de la fábrica. Si bien levantarse a las 3 de la mañana para entrar a trabajar a las 4 era un sacrificio, a las 8 tenían su pega terminada, hasta el día siguiente; por eso había gente que les tenía envidia, por las pocas horas en la fábrica y por las hartas horas en casa.
Esta fue la entrada de las locomotoras a la Refinería en la esquina de O'Higgins y Talcahuano. Cuando el tren terminó, se retiraron los rieles y se pavimentó el acceso porque a partir de entonces, se comenzaron a usar camiones.

     El tren urbano perdió importancia cuando el azúcar comenzó a descargarse en Lirquén y era traído en camiones a la fábrica. Además el muelle refinero se había destruido. Sin razón para existir, el sistema ferroviario industrial pencón fue desmantelado, las líneas fueron levantadas y retiradas, quedando la calle Talcahuano con un ancho mayor que el promedio de las calles de Penco. Este cambio muy notorio se produjo a finales de la década de 1950. Fue la primera señal que se avecinaban cambios profundos. Poco más de veinte años después, la Refinería cerró. Uno de aquellos maquinistas que operaron locomotoras a vapor en CRAV en los años 30 y  40 fue don Tomás Segura, un lejano pariente del autor de esta nota; vaya para él mi agradecido recuerdo.
Las bodegas estaban ubicadas en calle Talcahuano, no en Membrillar. Las líneas ferroviarias confirman que era la calle de la Refinería y la entrada del muelle.

En encuentro de las líneas perpendiculares se observa en esta foto histórica en el final de la calle Talcahuano. 

Unas de las locomotoras aparcada en la fábrica . Ejecutivos de CRAV posan para la foto. 

El muelle de la Refinería al final de la calle Talcahuano.


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