sábado, octubre 29, 2016

LAS VISITAS EN PENCO LLEGABAN SIN AVISO


Una calle típica de Lirquén.
          Nadie se incomodaba. Las visitas se aceptaban. Estaba en la costumbre saber que el día menos pensado llegaría gente a la casa, algún familiar, grupos de ellos. Ninguno  avisaba. No había cómo hacerlo. La falta de un teléfono no era una necesidad entonces. Así, las visitas golpeaban la puerta. Llegaban. ¡Qué sorpresa verlos después de tanto tiempo!  El dueño de casa o la dueña de casa los recibían de mano, con un abrazo y jamás les reprenderían “¡por qué no avisaste que venías!”. Porque ¿cómo hacerse anunciar? ¿Enviando una carta? La demora de ese servicio hacía inviable el anuncio. Por tanto, importante es  señalar que el hecho de la llegada de una visita no era sorpresa en sí misma. Nunca fue una situación inesperada o incómoda. De ese modo, cuando esto ocurría la dueña de casa iniciaba urgentes movidas para atender a los recién llegados. De allí, seguramente, surgió el dicho “a la suerte de la olla”, “echarle más agua a la cazuela” o “donde comen dos, comen tres”.
        En Penco, las visitas eran una alegría. Traían noticias, copuchas frescas de otras partes. Nadie llegaba con las manos vacías, tampoco. Los que venían de los campos traían harina tostada, aguardiente en bolsas de cuero que llamaban “cuntras”, vino pipeño en botijuelas. Los más jóvenes se ufanaban sacando de su bolsa quintalera –así como los magos-- un conejo cazado la víspera con el concurso de su perro que se quedó allá en el cerro. Dependiendo de la temporada, también traían nalcas delgadas y tiernas sacadas por ellos mismos, según decían,  de los pajonales cercanos a sus domicilios rurales. Las mujeres se preocupaban de llevar un enorme pan amasado o tortillas. Las tertulias con las visitas se extendían por horas. Se repasaba la situación de cada uno de los conocidos, de aquellos a los que se les había perdido la pista.
          La gente quedaba al día con las novedades que traían los visitantes. Las visitas no se extendían por más de dos días. Cuando se iban llegaban otras. Y cuando estas últimas se iban también, era el turno de la familia de ir a saludar a la parentela dentro o fuera de la ciudad. De esa forma circulaban las informaciones, las que interesaban, las que afectaban o las que esperaban saber los dueños de casa. Sin embargo, todo cambió con la arremetida de la globalización y sus inventos.

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