sábado, octubre 22, 2016

UNA HISTORIA DE TRACTORISTAS DEL MUELLE DE LIRQUÉN

El muelle de Lirquén. 
            Cómo no evocar el poema «La sinfonía en gris mayor» del poeta nicaragüense Rubén Darío si uno está solo mirando el horizonte en la punta del muelle de Lirquén en un día de lluvia suave: 
«El mar como un vasto cristal azogado, // refleja la lámina de un cielo de zinc; // lejanas bandadas de pájaros manchan // el fondo bruñido de pálido gris». Esos versos los memoricé en el liceo y se me vinieron a la memoria allí observando el mar agitándose suavemente. «Las ondas que mueven su vientre de plomo, // debajo del muelle parecen gemir…».
El poeta Rubén Darío
(foto Wikipedia).
       Hacía décadas que yo no ingresaba al muelle y ese mediodía de octubre de 2016 pude caminar por allí mismo como cuando lo hice de niño, porque en ese tiempo no había barreras formales para entrar en el puente si uno iba acompañado de algún conocido de esa actividad. Agradezco desde aquí a Puerto Lirquén haberme brindado ahora ese placer, eso sí, en el contexto de un trabajo específico.
Tractoristas del puerto de Lirquén posando para la foto junto a sus máquinas.
(Fines de los años 50 aproximadamente).
        Junto con mirar extasiado nuestra Bahía de Concepción, golpearon también mi memoria historias que se contaban de los tractoristas del muelle: que se caían con sus máquinas al mar. Porque en esos años se usaban pequeños tractores para arrastrar vagones ferroviarios que dejaban o recibían las cargas en el cabezal del muelle. Esos accidentes tenían sus causas: la inercia de los carros de acero, cuyo peso muchas veces hacía imposible frenarlos; la lluvia que facilitaba las patinadas; aceite derramado que convertía el piso en jabón; exceso de concentración del tractorista; en otras,  impericia y las menos, los efectos de una furtiva copa de vino. De ese modo, algunos trabajadores, sin darse cuenta que habían traspasado los límites de seguridad, caían al mar sentados en el sillín de su tractor. Nunca oí de casos fatales, pero sí de los episodios. El splash de la máquina golpeado el agua debió ser un espectáculo, no en vano son cinco metros de altura. Supongo que el tractorista a nado era rescatado entre los pilares.
          En una ocasión acompañé a un amigo a dejar la vianda (el almuerzo) a uno de esos trabajadores. Ingresamos al muelle y le pasamos los platos al hombre que nos esperaba, quien había dejado su tractor junto a la vereda. Sentado a la orilla comenzó a comer, mientras nosotros mirábamos el entorno, los barcos y las faenas del puerto. Y fue ahí que tuve la ocurrencia de subir al tractor estacionado, sentarme en el sillín y presionar el botón del arranque. Para  mi susto y sorpresa, el motor se puso en marcha. El tractorista, que almorzaba tranquilamente, tuvo que pararse a la carrera para detener la máquina que vibraba entera como queriendo escaparse en el acto. Si eso hubiera ocurrido, me habría enviado directo al mar con el tractor. El reto vino a continuación: «Hiciste eso justo cuando iba pasando un jefe», se lamentó el tractorista y no se habló más del asunto. Terminado el almuerzo del trabajador, con mi amigo salimos del puente para regresar a Penco. Desde esa vez, yo no había vuelto a entrar en el muelle. Gracias Puerto Lirquén.
Foto captada en el cabezal del muelle antiguo de Lirquén.
 

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