sábado, febrero 18, 2017

PENCO A TRAVÉS DEL ESPEJO RETROVISOR

Penco en 1933 según imagen de calendario del municipio. Nótese directo al fondo el denso bosque de pinos en el cerro Bellavista. A la derecha de la foto entre la línea y el mar no hay casas. Allí había entonces una vega natural con abundante pasto, cicuta e hinojo. Tampoco se observa la cancha de Gente´Mar.
          Muchos creerán ver en este texto una nota nostálgica. Pues no. Tampoco es un relato en blanco y negro. No. Es a todo color. Deseo hacer notar el salto gigantesco que observo entre lo que ocurría en aquellos años, lo que veo ahora y aquello que probablemente se dé en el futuro en nuestro querido Penco. Es cosa de mirar detenidamente las fotos de los calendarios que distribuye el municipio para formarse una idea. Con ellas fijas en la mente se puede trazar el mapa del ayer y el hoy y proyectar cómo sería el porvenir.
       Por ejemplo, ir a Primer Agua era una odisea, había que armarse de coraje para caminar a lo menos unas tres horas cerro arriba para llegar. No existía otro medio salvo conseguirse caballos ¿con quién? Enganchar una de las carretas que iban de regreso a los fundos carecía de sentido porque el tiempo del viaje a la vuelta de la rueda se multiplicaba por tres. Por eso Primer Agua estaba tan lejos. Y son apenas diez kilómetros. Lo que ocurría en los extramuros, en nuestra última frontera se sabía en Penco tres días después.  Por eso quienes iban regresaban contando historias, como si de una aventura épica se tratara. 
         A pesar que el camino mantiene el mismo aspecto, los nuevos medios: vehículos 4x4, permiten ir volver en sólo minutos. Si admitimos que en algún momento del futuro la ruta recibirá una capa de asfalto, ir será todavía más fácil. Pues bien, esta facilidad permite tener a Primer Agua cada vez más cerca de Penco. Y con los años lo será aún más. Ya no constituirá una aventura ir allí. La magia y el encanto de entonces se convertirán en una rutina del día a día.
       ¿Y qué pasaba en Penco? La leche, el aceite y el vino se vendían sueltos, a granel. La leche se recibía directo en la olla de parte de los dispensadores que vendían el producto por las calles en carretelas tiradas por caballos. Los tambores de aluminio clásicos iban cargados de leche recién ordeñada ya fuera en las vegas de Coihueco o en los campos de Cosmito y Playa Negra. Tan pronto la recibían, las mamás se iban directo a sus cocinas a cocer el producto y prevenir así que se cortara o para alejar la posibilidad de contraer alguna infección añadida en los procesos de la ordeña. El olor de leche hervida se advertía en las casas a eso de las 11 de la mañana. Después apareció la leche en polvo y años más tarde, el producto envasado en cajas de tetrapak. En este caso, el futuro podría ser al revés, es decir que la gente vuelva al consumo de leche fresca y cocida cansada de tanto invento transgénico. Quizá lo único distinto podría ser que no se compre en la calle, sino en un viaje rápido directo al punto de la ordeña… 
         Había que llevar una botella común y corriente para comprar aceite en el almacén. El tambor estaba por lo general junto al mesón mostrador. Si uno pedía un litro, el vendedor operaba la manivela de una bomba y el aceite dorado y transparente caía por gravedad dentro del envase. Después llegó el producto embotellado hecho que hizo la compra más limpia. Sólo una rebaja sustancial de precio por la adquisición a granel y evitar el costo del envase podría significar un retorno al uso de los tambores y las bombas.                ¿El vino? Se vendía suelto. También se necesitaba de una botella neutra para ir por un litro de vino a las bodegas penconas, que las había por montones, unas legales, otras clandestinas. El expendedor no usaba bombas, sino jarros graduados con las medidas: un litro, medio litro, un cuarto de litro. El producto salía de pipas de madera recostadas sobre un par de palos paralelos. El flujo del vino se controlaba con llaves de madera. Hasta que se instaló la primera botillería en calle Freire, pasado calle Penco junto a la Farmacia Méndez. El depósito de vino envasado era de propiedad de Marcelo Careaga. A partir de ese momento el fin de las bodegas de venta a granel estaba en el horizonte.  No me es posible imaginar una forma distinta de expender vino sólo que la gente opte por acudir personalmente a las viñas a comprar sus botellas. Igualmente, según lo expuesto, había un “algo más” que aportaba cada uno en la compra de vino, aceite o leche que lo hacía diferente a la comodidad e impersonalidad de comprar hoy.
          Por último, demos un vistazo al crecimiento de la ciudad. Los bosques llegaban hasta los patios de las casas del Recinto de la Refinería, por el sur; había pinos a todo lo largo del cerro Bellavista. Calle Freire terminaba entre los árboles al final de la subida desde San Vicente. Recuerdo que unos amigos de mis mayores vivían a la entrada del mencionado bosque en rucos de cantoneras. Por el lado norte de Penco, las plantaciones de pino rodeaban el cementerio. Este ambiente de campo pleno de árboles llegaba hasta el borde de calle Toltén. La calle Maipú más allá de Cruz se convertía en un entorno rural. A esa altura entre la mencionada calle y Membrillar eran vegas y lomas. La falda de Membrillar estaba poblada de pinos muy añosos, cuyo oscuro follaje era nido de bulliciosos guairavos; la vega era generosa en producir camarones a comienzos de cada mes de agosto. Los pinos fueron cortados, los terrenos urbanizados y después del terremoto de 1960 se desplegó allí la población FECH y se creó un colegio. La falda del cerro está llena de casas y se abrió la prolongación de calle Penco. El crecimiento, por ahora no tiene marcha atrás, por el contrario, sigue el aumento poblacional aunque no tengo cifras en la mano para hacer esta afirmación. Mi recomendación es tomen fotos, graben videos, pónganles fechas y guárdenlos así en el futuro podrán apreciar cómo era Penco en la primera parte del siglo XXI, que yo tengo en la mente las imágenes del término del siglo XX.

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