Toro de lidia, tomado del diario ABC, internet. |
La sastrería Barrientos funcionó en la planta baja del edificio de 3 pisos, ubicado en calle Freire. |
Estaba yo haciendo entrega de trabajos de costura de mi tía Ana a don Hugo Barrientos, el sastre. Detrás del mesón me miró de reojo y no me atendió de inmediato, porque
conversaba con dos clientes que venían a retirar sus trajes, hechos en casimir
de Bellavista con el corte a medida. El sastre hablaba con autoridad y gran
dominio de los temas que abordaba. Como era evangélico --tenía un culto propio en el tercer piso de su edificio-- exhibía esa personalidad
fuerte para hablar en público que manifiestan algunos pastores.
Mientras esperaba mi turno, me di cuenta que la conversación, o su monólogo, se refería a los alimentos. Él padecía un problema con su sistema digestivo. Y el asunto era que había dado un viraje
en sus hábitos de comida para mejorarse, hecho que efectivamente ocurrió. Y así les decía a sus dos
clientes: “¿Se han fijado ustedes lo macizos y forzudos que son los vacunos? Me
refiero a las vacas, a los bueyes, a los toros”. Quienes los escuchaban –me incluyo– le hallaron sentido a la pregunta. Claro que
esos animales son fuertes, parecieron responder los clientes sin verbalizarlo sólo moviendo sus cabeza
afirmativamente. Y siguió hablando don Hugo con gran convicción y moduladas palabras: “Y ellos
(las reses) se alimentan de puro pasto y agua, nada más. ¿Por qué nosotros no
podemos hacer lo mismo y ser tan fuertes como ellos (las reses)?” Los clientes nuevamente asintieron moviendo la cabeza, nada más…
Pero, de por medio estaban las tentaciones o las indulgencias. Porque eran los tiempos en que la Bahía de Concepción era generosa en
productos marinos: merluzas, sierras, jureles, cholguas, chumilcos, changayes, caracoles, reris,
robalos, corvinillas. Y, además, en los alrededores del matadero de calle Infante al llegar a la línea se hacían unos cocimientos de interiores de
animales casi todos los días. Toda esta bienaventuranza hacía imposible adherir a los desafíos planteados por don Hugo, las provocaciones gastronómicas eran muchas.
Pero, considero, que el señor Barrientos había lanzado las semillas de esa
idea que muchos años después se convertiría en un modo de vida de muchos
vegetarianos y de su versión más radical, los veganos, en Penco.
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