jueves, septiembre 07, 2017

LOS INICIOS DEL VEGETARIANISMO EN PENCO


Toro de lidia, tomado del diario ABC, internet.
          Puede que los antecedentes del vegetarianismo en Penco se remonten a la década de 1950 y que el punto exacto donde comenzó esta tendencia haya sido la sastrería Barrientos, que entonces atendía en calle Freire frente a la población Juan Díaz, en el primer piso del edificio de tres plantas. El dueño, dependiente y sastre atendía allí a su numerosa clientela, mayormente obreros de Fanaloza. Todavía las grandes tiendas no vendían trajes masivamente con el sistema de prêt-à-porter (listo para llevar y fabricados a escala industrial) introducida en Francia por Yves Saint Laurent, que conocemos hoy. La irrupción de ese revolucionario estilo en el vestir dejó en el pasado a los sastres que trabajaban trajes exclusivos. Pero, ése es otro asunto. Volvamos a nuestro tema, el vegetarianismo.
La sastrería Barrientos funcionó en la planta baja del edificio de 3 pisos, ubicado en calle Freire.
     Estaba yo haciendo entrega de trabajos de costura de mi tía Ana a don Hugo Barrientos, el sastre. Detrás del mesón me miró de reojo y no me atendió de inmediato, porque conversaba con dos clientes que venían a retirar sus trajes, hechos en casimir de Bellavista con el corte a medida. El sastre hablaba con autoridad y gran dominio de los temas que abordaba. Como era evangélico --tenía un culto propio en el tercer piso de su edificio-- exhibía esa personalidad fuerte para hablar en público que manifiestan algunos pastores.
     Mientras esperaba mi turno, me di cuenta que la conversación, o su monólogo, se refería a los alimentos. Él padecía un problema con su sistema digestivo. Y el asunto era que había dado un viraje en sus hábitos de comida para mejorarse, hecho que efectivamente ocurrió. Y así les decía a sus dos clientes: “¿Se han fijado ustedes lo macizos y forzudos que son los vacunos? Me refiero a las vacas, a los bueyes, a los toros”. Quienes los escuchaban –me incluyo  le hallaron sentido a la pregunta. Claro que esos animales son fuertes, parecieron responder los clientes sin verbalizarlo sólo moviendo sus cabeza afirmativamente. Y siguió hablando don Hugo con gran convicción y moduladas palabras: “Y ellos (las reses) se alimentan de puro pasto y agua, nada más. ¿Por qué nosotros no podemos hacer lo mismo y ser tan fuertes como ellos (las reses)?” Los clientes nuevamente asintieron moviendo la cabeza, nada más…
     Pero, de por medio estaban las tentaciones o las indulgencias. Porque eran los tiempos en que la Bahía de Concepción era generosa en productos marinos: merluzas, sierras, jureles, cholguas, chumilcos, changayes, caracoles, reris, robalos, corvinillas. Y, además, en los alrededores del matadero de calle Infante al llegar a la línea se hacían unos cocimientos de interiores de animales casi todos los días. Toda esta bienaventuranza hacía imposible adherir a los desafíos planteados por don Hugo, las provocaciones gastronómicas eran muchas. Pero, considero, que el señor Barrientos había lanzado las semillas de esa idea que muchos años después se convertiría en un modo de vida de muchos vegetarianos y de su versión más radical, los veganos, en Penco.

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