Junto
a la casa del adulto mayor del recinto refinero en Penco, que antes fue la residencia de los
administradores de la industria, estaba el edificio de la escuela N° 69 donde también
funcionó por un tiempo el Liceo Vespertino de Penco, antecesor del actual Liceo
Pencopolitano. A ese lugar íbamos a clases en las tardes, alumnos de
Penco, Lirquén y Cerro Verde así lloviera o no. Profesores jóvenes, aún
estudiantes de Pedagogía en la Universidad de Concepción, eran nuestros
maestros, quienes llegaban a cumplir su compromiso de enseñar sin remuneración, esfuerzo no exento de sacrificios.
En
una de esas clases, uno de esos profesores, al parecer de biología, abordó un
asunto complementario de conceptos del ramo como ejemplo para tener en cuenta.
Se refirió a la alarmante pesca de arrastre que comenzaban a practicar grandes
empresas pesqueras. La cita fue una auténtica profecía de lo que vendría apenas algunos años después. Era 1960 y ese profesor nos informó que barcos pesqueros usaban redes
muy finas que no discriminaban el tamaño de los peces porque todo servía para
hacer harina de pescado. O sea, a esas pesqueras les daba lo mismo destruir ciclos reproductivos
de las especies. Lo que a ellos verdaderamente les interesaba era cargar sus
barcos con la cosecha y llevarla a puertos para fabricar la harina con muy buen
precio internacional y lucrar. Nos añadía el profesor que esta nueva y preocupante
técnica de pesca se practicaba en el norte de Chile y en Perú. Se acabarían los
peces, era el pronóstico.
Al
día siguiente de esa clase que a muchos nos quedó grabada, fuimos a la playa
junto a la cancha de Gente de Mar a comprar pescada recién capturada por
pescadores artesanales. Era una bendición elegir las merluzas más bonitas
depositadas dentro de los botes y que pescadores ─todos conocidos─ entregaban a sus clientes enganchadas en alambres por el hocico para
llevarlas colgando a casa.
Los
antropólogos dicen que las personas no notan los cambios en el día a día, que
hay que establecer comparaciones en períodos largos de tiempo para percibirlos.
Me pregunto si hoy en día venden pescadas esos pescadores ahí en la playa de
Gente de Mar. ¿Sí?, ¿no?
Muchos
años después de esa visionaria clase del Liceo Vespertino, la televisión
comenzó a informar que enormes buques factoría ex soviéticos y japoneses pescaban
en el límite chileno de las 200 millas practicando pesca de arrastre. Aviones de la
Armada que sobrevolaban a dichos barcos mostraban las imágenes. Estaban
depredando el mar.
En
años muy posteriores a esta descripción vino a ley de pesca chilena que entregó
la explotación de nuestro mar a siete familias, como se ha dicho. El mar se
está quedando sin peces, por el apetito de las grandes empresas por ganar dinero . Por eso, en nuestra bahía pencona ya nadie pesca, porque no hay qué
recoger. Los 57 años que han transcurrido de aquella clase en el Liceo
Vespertino constituyen un período suficiente para tomar conciencia de los
cambios que en nuestras rutinas no advertimos.
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