Foto tomada de www.elciudadano.cl |
A Penco venían familias completas si no tribus gitanas las
que se desplegaban en los sitios baldíos que los había hartos en la comuna. Por
ejemplo, montaban sus carpas en la manzana donde después se levantó la población Perú; en otros lugares desocupados de esos años, como como en la esquina de Freire con Yerbas
Buenas, frente al Menaje Lina. La gente miraba a los gitanos con cierto recelo, pero no
los rechazaba, porque no estarían ahí por mucho tiempo. O sea, los soportaba. En un par de semanas
partirían hacia otros pueblos y ciudades siguiendo su tradición nómade.
Como grupos humanos cerrados, los gitanos mantenían sus
costumbres, su cultura, sus cantos, sus bailes y sus usos. Por ejemplo, hacían
fiestas a media tarde con altavoces. Cuando las cortinas de sus carpas estaban
levantadas se los podía ver bailando, fumando, conversando o bebiendo. Las
mujeres daban pasos y taconazos contra el piso alfombrado. Con la boca bien
pintada, largos aros en forma de argollas, pelo suelto ensortijado a moños
opulentos. Los gitanos exhibían grandes anillos con formas de tuerca, uñas
largas, zapatos puntiagudos, pantalones desplanchados, chaquetas a rayas y
sombreros de ala corta. Bailaban y bailaban haciendo palmas y bebiendo. Eran
fiestas a plena luz del día y de frente a los sorprendidos pencones que miraban
con ojos cautelosos. Pero, en el fondo, admiraban a los gitanos por esa vida sin ataduras a ningún lugar.
El resto de la jornada, las mujeres la dedicaban a atender
sus niños, a ir por las calles ofreciendo ver la suerte y hablando un
castellano rudo y golpeado para hacerse entender. Los hombres revisaban sus
vehículos y vendían relucientes ollas hechas a golpe de martillos de láminas de
cobre. Hasta que un día cualquiera, se iban y llegaban otros.
Estos nómades de la modernidad ya no enfrentan los mismos
problemas de aquellos pastores que en la antigüedad arreaban sus animales para
encontrar nuevos pastos. Entonces, los pueblos sedentarios, preocupados de sus
cultivos, los miraban con sospecha y los
correteaban usando sus herramientas de hierro. Por el contrario, en Penco nadie los rechazaba así que por un par de días, los gitanos podían bailar y cantar su libertad en suelo pencón.
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