Pareciera no haber
antecedentes en la historia de la educación chilena, en que un grupo de cuatro
profesores de escuela de Penco (la N° 31) se propusieran el sueño de formar un liceo privado sin
el propósito de hacer negocio ni lucrar. Lo que los motivaba era el amor de su
profesión, hacer un aporte importante a la comunidad y animar, con su ejemplo,
a que el estado también tomara cartas en el asunto. Los cuatro maestros que
dieron este paso histórico en 1956 fueron Jorge
Bustos Lagos, Servio Leyton
García, Rosauro Montero Henríquez y Eduardo Espinoza. Contaron con el
entusiasta apoyo del alcalde de la época don René Mendoza Fierro, quien estaba
consciente de esta grave carencia de la comuna. Hacía falta en forma urgente un
establecimiento de enseñanza secundaria (enseñanza
media) hecho que obligaba cada vez a más adolescentes seguir estudios en Concepción. Sin
embargo, a pesar de su entusiasmo el alcalde admitía que todo el gasto que se necesitaría para
comenzar, formar el equipo docente y encaminar este proyecto la harían los
mencionados profesores organizadores; ya que para esa empresa el municipio no
tenía recursos. El Liceo debutó con su primera promoción de alumnos en marzo de 1956.
El director Jorge Bustos, además profesor de Historia. |
EL
LICEO EN “EL VEA”
Un valioso testimonio
periodístico de esta inédita experiencia la publicó la revista VEA de
circulación nacional en 1958, dando cuenta de la existencia del Liceo Vespertino de Penco
(LVP), donde
el plantel de 24 profesores no percibía un solo peso por hacer
clases. Hoy en día sería de locos pretender una idea como el LVP,
cuando toda actividad humana productiva está mediada por el dinero. Nadie mueve
un dedo si no hay plata. ¿Cómo fue posible, entonces, conseguir
echar a andar un liceo con decenas de alumnos y profesores sin apoyo monetario? Fue un desafío duro, pero, a su vez una demostración que valores superiores como
la solidaridad, el cariño, el hacerse cargo, la sensibilidad social o la amistad también motivan a proponerse grandes y valiosos emprendimientos. Aquellos maestros sentían un compromiso con sus alumnos de la primaria (la básica), ¿cómo dejarlos botados al salir del sexto o último año si en Penco no había un liceo para que continuaran su formación? VEA calificó la iniciativa "como ejemplo de patriotismo". No todo lo movía el dinero, es cierto
, pero la comunidad entendía que los maestros tenían el absoluto derecho a ser remunerados por eso sentían hacia ellos un gran respeto y admiración. El LVP
fue, quizá, la mejor respuesta en contrario a quienes sostienen que la
educación es un bien de consumo, entendiendo por «bien» una mercancía. Porque
ese liceo funcionó en salas prestadas, sin que los apoderados pagaran matrículas ni mensualidades por tener a sus hijos en el LVP (y más de uno en algunos casos), con validación de exámenes en el Liceo Enrique
Molina de Concepción, y sin embargo, todo marchaba. La mejor recompensa para
aquellos maestros era la alta aprobación que obtenían sus alumnos, resultado también de la política de excelencia académica exigida por su director señor Bustos. Quizá, a
modo de anécdota, cada fin de semestre se organizaba un ágape para el
equipo docente el que corría por responsabilidad de pescadores de Cerro Verde y
Gente de Mar, que tenían hijos en el liceo. Era la única recompensa “material” para
los involucrados.
Servio Leyton, profesor de Matemáticas. |
Rosauro Montero, profesor de Ciencias Naturales. |
EL
LICEO POR DENTRO
El liceo funcionó primero en un
par de salas de madera de la escuela N° 31, de calle Freire junto al mercado
municipal. Las
actividades comenzaban después que se iban los alumnos básicos
diurnos. Con el fin de brindar un mejor servicio tanto a los profesores como al
alumnado, las autoridades del LVP consiguieron que la CRAV facilitara su
escuela, la N° 69 del recinto, que tenía un muy buen inmueble junto a la casa
del Administrador de la Refinería. El edificio escolar de entonces fue
reemplazado por la actual escuela República de Italia. Las clases del liceo se
iniciaban a las 6 de la tarde y se extendían hasta las 10 y media de la noche.
Por tanto, la mayor parte del año, las labores eran en horario nocturno.
Edo. Espinoza, profesor de Castellano. |
Junto
con las tareas propias de la docencia y los programas de enseñanza, los
profesores motivaban a los alumnos a realizar
entretenidas actividades extra
programáticas como publicar una revista (El Anhelo), presentar obras de teatro,
participar en concursos literarios, realizar visitas programadas, competir en campeonatos
deportivos, etc. Como el liceo era mixto, los estudiantes tenían una
experiencia nueva, puesto que la enseñanza básica era con formación separada.
Entonces venían los enamoramientos y los pololeos, típicos de los jóvenes. A pesar de las limitaciones económicas el liceo pedía un uniforme de chaqueta color concho de vino y una insignia. A veces, sólo valía este último elemento como forma de pertenencia.
Luz Irene Contreras, prof. de Inglés. |
La enseñanza era completa con el
concurso de profesores muy jóvenes, incluso alumnos de la escuela de Pedagía de
la Universidad de Concepción. Algunos no vivían en Penco, por lo que tenían que
pagar de sus bolsillos los pasajes para venir después
de sus clases en la U, a
impartir enseñanza al LVP y regresar a Conce casi a la medianoche. Todo era muy
sacrificado. Y qué decir de los inviernos, cuando el sacrificio era aún mayor.
Gustavo González, profesor de Historia. |
LOS
EXAMINADORES DESCONOCIDOS
Para fin de año, los profesores
acompañaban a sus alumnos a dar examen al liceo de Concepción. Para eso dedicaban
la jornada completa en ese establecimiento a fin de apoyar a sus estudiantes. Los
examinadores del liceo penquista, desconocidos para el alumnado de Penco,
aprobaban o reprobaban las pruebas escritas y las interrogaciones orales. Nada
de eso era fácil. Igualmente en 1958 las aprobaciones fueron de un 100 % en primer año; un 80% en segundo; y un 70% en tercero.
Afredo Barría, prof. de Castellano. |
Pedro Montero, entonces estudiante de Economía en la U de C, era profesor de Matemáticas en LVP. |
Incluimos el recorte de prensa de EL VEA facilitado a nuestra redacción por el profesor Servio Leyton, quien lo ha guardado por 60 años. La nota de entonces la preparó y despachó a Santiago el corresponsal y vecino pencón don Luis Barra Concha.
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