|
La apacible laguna de Lomarjú, entre los cerros de Penco. |
Curiosa
fue esa forma de considerar los cerros de Penco. Entonces eran nuestros, así lo
entendíamos y actuábamos con la mayor naturalidad. No se nos pasó por la cabeza
que fueran propiedad privada. Para meterse en el monte no se pedía permiso, era
simplemente ir, nadie lo impedía. A veces te topabas con guardabosques, pero si
se trataba de un paseo apenas se intercambiaban saludos. Disfrutar de esos
cerros, explorarlos, jugar en ellos, quererlos era parte de nuestra cultura.
Los pencones han tenido los cerros para sí como si se tratara de la extensión
de un parque abierto de la comunidad.
Pero,
esa extensión ilimitada con casi todos los matices de verde, llena de vegas,
árboles, humedales, pajonales, quebradas, cumbres y valles se redujo con las
infraestructuras de la modernidad: las carreteras pusieron límites. Ahora
puedes ir al cerro igualmente, pero en algún punto de la marcha, enfrentarás la
doble calzada de cemento que no te dejará pasar por los atajos como entonces,
hay que hacerlo por un par de pasos sobre o bajo nivel. Por tanto, ya no es lo
mismo pasear a tus anchas por allí. Las nuevas vías camineras, construidas en
los últimos 30 años, fueron muros que cortaron la prolongación de Penco por sus cerros y más
allá, transformándose en el costo contemporáneo
|
Una hermosa quebrada a las espaldas de Villarrica. |
. Decíamos
que caminar por los cerros significaba quererlos que es igual a cuidarlos. Por
eso duelen en el alma los incendios forestales, como si fueran la destrucción
del propio jardín. El celo profundo por ese tipo de cuidados descartó a
pencones de una autoría de semejantes siniestros. Sin embargo, conductas nuevas
han afeado parte de la belleza natural de sus cerros: el acto de algunos de
arrojar escombros y basuras en zanjas abiertas al lado de caminos de tierra.
Eso no se veía entonces, pero es más o menos común hoy. Lamentable.
Una
categoría particular de nuestros cerros son sus senderos o caminos temporales
para la explotación maderera. Estas últimas vías, creadas para la cosecha,
permanecen escondidas y cubiertas de sotobosque a la espera de que se las use
de nuevo. En este contexto, sin embargo, hay rutas que podríamos llamar “principales”
que sirven todo el tiempo. Pues bien, ahora, esta red de caminos las usan para
la práctica del deporte mecánico. Organizaciones deportivas tuercas llevan sus
competencias a los cerros. El rugido de los motores, las velocidades y
maniobras extremas de los pilotos rompen la tranquilidad de los cerros. Se
terminó la paz. Ojalá se regule esta práctica teniendo en cuenta los efectos
del impacto ambiental, para que nuestros queridos cerros recuperen y mantengan su prístina
soledad en los años del porvenir.
|
Una vista hacia el sur-este desde los altos de Roa, en el camino Penco-Florida. |
2 comentarios:
Has interpretado con toda claridad,la tristeza y nostalgia que siento cuando voy a mi Penco y observo,como muy bien lo relatas,mi patio de cerros añorados.Duele observar cómo el avance del "progreso" arrasa con la naturaleza sin consideración.
A pesar de ello,Penco,sigue siendo bello.
Fe de erratas "mi patio de cerros añorados ha sido arrancado"
Publicar un comentario