Las dos industrias más importantes de
Penco de esos años, la Refinería y Fanaloza, tenían cada una un grupo de
celadores, personal que se desempeñaba en tareas de vigilancia y de orden. También
hubo celadores en la fábrica Vidrios Planos de Lirquén. Vestían uniforme y
llevaban un terciado de cuero café sobre el pecho y la espalda que terminaba en
un cinturón el que se ajustaba por encima de la chaqueta. Allí colgaban su bastón
o luma, no portaban armas de fuego. El equipamiento incluía gorra militar. Los
funcionarios loceros del orden usaban trajes color «paquete de vela» (azul grisáceo pálido) y, en esa
característica, se parecían a los actuales vigilantes de los bancos o de las
empresas de transporte de valores. En cambio, si bien el uniforme de los
celadores refineros tenía el mismo aire policial mencionado, la diferencia estaba
en su color azul marino. En ambos casos, las telas para su confección que
exigían las empresas eran finos paños de lana. Los terciados presentaban
detalles en bronce reluciente.
Los
celadores de Fanaloza se veían siempre en las dos puertas de la industria, esto
era al fondo de calle Freire y en Cochrane junto al edificio de la
administración. También quedaban expuestos a las miradas de la gente en sus
visitas frecuentes a la sección empaque de sanitarios que quedaba en Las Heras
con Infante. Los de la Refinería, por su parte, se concentraban en el edificio
administrativo junto al acceso al recinto. Ellos levantaban las barreras para
el paso de los vehículos que ingresaban o salían de ese sector habitacional de
la industria. Las garitas construidas en concreto que los celadores ocupaban a ambos
lados de la calle les facilitaban también vigilar el paso de peatones.
Cualquiera información sobre direcciones de personas en particular en el
recinto la proporcionaban ellos. Sin embargo, justo es señalar que estas dos últimas labores las cumplieron en tiempos muy pretéritos.
Una de los puestos de guardia de los celadores a la entrada del recinto en Penco. Foto de hace 4 años. |
Entre
los celadores de Fanaloza cómo no recordar al señor Ascanio Urrutia por su
altura, corpulencia, afable personalidad y largas y bien pobladas patillas. Era
el padre de un especialista en arte que se desempeñaba en la sección Decorados
de la fábrica. Y entre los nombres que no se olvidan en el grupo de vigilantes
de la Refinería están los de los señores Nicanor Aguayo, el señor Durán y el
señor Leiva, según me apunta mi amigo Manuel Suárez.
Que
las industrias de la zona dispusieran de un equipo de celadores pareció ser más
un uso generalizado que una real necesidad. En Penco la delincuencia no se conocía
como para que constituyera un peligro para los productos o los bienes de las
fábricas. Y, por otro lado, los obreros y empleados eran gente de probada honradez,
así que nunca se oyó o se supo de la intervención de celadores en la retención
de merodeadores o sospechosos dentro de los espacios fabriles a la espera de la
llegada de la policía. Los celadores de las fábricas gozaron del respeto y la amistad de todo el personal.
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