Ese
amigo mío de apellido Cid que vivía cerca de la estación del tren me demostró su sentido
previsor en tiempos difíciles. Él sabía que los zapatos nuevos que sus padres
le compraron tendrían poca vida, si los usaba desde la mañana a la noche, los
siete días de la semana, partidos de fútbol incluidos. Ese era el destino de
los zapatos. Y, en su caso, no habría otro par hasta mucho tiempo después. Con
estos elementos de juicio en su cabeza, a sus 14 años ideó una solución para
prolongar la vida útil de su calzado. O quizá la copió de alguna revista de
monitos o, tal vez se la sugirieron en su casa. Se trataba de una medida de prevención
impensada contra el desgaste de las suelas. Claro que la aplicación de la
fórmula ─Cid la pudo patentar y adquirir derechos─ requería de técnica y de uno
que otro insumo. Veamos.
«A
mis zapatos les pongo una media suela de lata», me dijo con toda naturalidad y
me sorprendió. Cid era seriote, cuando hablaba empleaba el tono y el estilo de
un hombre mayor. Y como vio en mí, una absoluta incredulidad, me mostró la
planta de uno de sus zapatos. La hojalata aplicada con clavos pequeños por la
periferia de la base original presentaba ese brillo del hierro bruñido. Sus dos
zapatos tenían el mismo aspecto, lo que visto a la rápida parecían dotados de suelas
de acero inoxidable. Cid, con su voz pausada y de hombre adulto, añadió: «Hay
que tener un poco de cuidado al caminar, eso sí. A veces, uno puede resbalar y
mucho ojo con los cables eléctricos. Por ningún motivo pisar uno si ves alguno
tendido en el suelo, te electrocutai… Ah, la lata no dura mucho, se rompe, tienes que reemplazarla cada dos
meses más o menos».
Y sobre este asunto de las plantas metálicas , ocurrió
que los estudiantes abordábamos los buses del estado ahí en calle Maipú con
Freire para nuestros diarios viajes a Concepción. Un día, entre todos los amigos y conocidos
en la cola para subir estaba Cid, pero varios puestos más adelante. Cuando lo vi levantar el pie divisé las aceradas plantas de sus zapatos y, acto seguido, comprobé que él no
siguió las recomendaciones que me comunicara con anterioridad. Al hacer pie sobre la pisadera de fierro
corrugado del bus, Cid patinó y se sintió el ruido de roce de metales como cuchillos. Si no hubiera sido por una niña que le seguía
en la fila que lo sujetó se habría sacado la contumelia. La pregunta que queda flotando es si a partir de esa experiencia Cid haya decidido retirar para siempre las latas de las plantas de sus zapatos...
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