martes, julio 09, 2019

UN DÍA LLEGÓ A PENCO LA IDEA DE UNA LECTURA RÁPIDA



         
       A inicios de los 60' llegó a Penco una ola de orientación intelectual que se expandía por el mundo: la técnica de lectura rápida. Fue un boom, los profesores trataban de comprender primero el asunto para llevarlo luego a los alumnos. Pareció a todos entrarles el bicho de leer textos en forma veloz, como si fuera posible iniciar el Quijote y llegar a la última página 2 horas después. La gente quería convertirse en máquinas lectoras: devorar libros simples o complicados en el menor tiempo que pudiera ser posible. Tal fue entonces la presión entre los jóvenes por dominar esta técnica, o al menos conocerla, que el equipo de docente del Liceo Vespertino de Penco (muchos de sus integrantes eran estudiantes de la Escuela de Educación de la Universidad de Concepción), tuvieron que enfrentar este desafío. Explicaron lo que se decía a modo de consejo cómo leer más de prisa. No diremos aquí detalles de esa técnica, que hoy en día está disponible en internet. Pero, mencionaremos algunas recomendaciones que aquellos jóvenes maestros de Penco sugirieron a los liceanos pencones para mejorar el rendimiento.
        Lo obvio era leer relajado y con una buena cuota de concentración, saber qué estabas leyendo, sentarse cómodo, etc. Pero, a mi juicio, luego de escuchar esas explicaciones, lo más desconcertante era la idea de leer un texto en forma vertical llevando la vista por el centro. Como que había que crear una columna imaginaria por la mitad del documento y leerla de arriba abajo sin preocuparse de los extremos. No, eso no me cupo en la cabeza. Hubo alumnos que lo intentaron y quienes afirmaron haber logrado resultados satisfactorio. Pero, a mí esa práctica no me condujo a ningún lado. Debí conformarme con la velocidad promedio de lectura de un ser humano común que es de unas 250 palabras por minuto. En cambio hoy he sabido que en campeonatos mundiales de lectura rápida, hay ágiles que serían capaces de descifrar hasta 4.700 palabras cada 60 segundos.
          Pero, vayamos más despacio.
        No se puede aplicar técnicas de este tipo a textos profundos. Por ejemplo, leer los clásicos o filósofos contemporáneos no es una cuestión cuantitativa. La lectura debe ser reposada para oír la polifonía de las palabras, captar la intención detrás de las oraciones, la sintaxis, el planteamiento, la subjetividad del autor. Con una lectura desenfrenada no comprenderíamos a Heidegger, Derrida, Unamuno, Marión, Nietzsche, Weber. Hay que poner el pie en el freno, detenerse en cada capítulo o párrafo y mirar a través de una ventana para meditar el sentido de lo relevante,
         La lectura rápida ni siquiera se la sugeriría a los parlamentario para que nos les «pasen goles de media cancha», aunque haya textos que ni siquiera merezcan la pena poner los ojos en ellos. Mi conclusión es que casi 60 años después del boom de la técnica de leer velozmente, la recomendación es exactamente al revés. Junto con tomar un libro para leerlo, dese su tiempo.

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