miércoles, diciembre 18, 2019

EL SECRETO MEJOR GUARDADO DE UN SINDICATO EN CALDERA

Buzos mariscadores del sindicato de Caldera en plena actividad de la crianza de ostiones.


Conocer la historia nos ubica en el espacio, en el tiempo, nos orienta y nos despeja las dudas. El siguiente texto trata de una experiencia vivida a causa de mi desconocimiento de una historia en la hermosa ciudad de Caldera, en el norte de Chile. No saber el pasado puede plantear situaciones tanto embarazosas como anecdóticas. Adelante:   

         Las calles de Caldera tienen ese color amarillento típico del desierto de Atacama. La arenisca ocre que se levanta con el viento parece teñir todo. Y, nada de curioso, por esta circunstancia ése es el tono de la sede del sindicato independiente de trabajadores de mar de la comuna, situada en una esquina cerca de la playa. Como es de suponer un día ellos se organizaron para producir juntos el ostión, el sabroso bivalvo de gran aceptación en la gastronomía mundial. Pero, sin apartarnos del hilo, nuestro relato se enfoca en la sede.
        La casa sindical tiene una sola planta como las demás viviendas del sector. Sobre el dintel, el letrero recién pintado: Sindicato de Mar, que reemplazó al cartel de la otra actividad que cesó muchos años años antes y que nadie había retirado. El antiguo presidente de los mariscadores y buzos adquirió el bien raíz, a la venta y sin moradores, para instalar al sindicato ahí, en un domicilio conocido. La ubicación cerca del centro fue una de las razones para que los buzos se interesaron. Sin embargo, la mejor razón fue el precio, botado por la quiebra. Y eso que el giro fue exitoso por tanto tiempo. Pero, así son los emprendimientos, qué se le va a hacer. El inmueble quizá lo construyeron allá por los años 50 y su diseño, decían, correspondía fielmente al exclusivo propósito del negocio. De seguro que el antiguo presidente del sindicato conoció bien ese comercio al igual que mucha gente de Caldera, de Copiapó y hasta de Vallenar. Eso me lo contó el nuevo presidente.
Gente entra y sale por la estrecha puerta de calle.Pese a esa modesta apariencia externa, el interior fue una sorpresa para mí.  Al ingresar uno encuentra a cada lado dos salas independientes separadas por el pasillo. Si sus puertas se abrieran al mismo tiempo bloquearían el pasadizo. Pues bien, luego de avanzar se llega a un espacio grande con piso de baldosas que se extiende a lo ancho de la propiedad, tal vez unos 15 metros. La primera impresión fue que esa sala grande pudo servir como cancha de baby fútbol así tenían sentido las oficinas de la entrada que pudieron ser los camarines de los equipos. Daba para pensar eso. Aunque costaba imaginarse que en el lugar pudiera realmente funcionar una mini cancha o un gimnasio. Buscándole el ajuste, en la superficie de las baldosas a lo mejor hubo mesones de taca-taca o mesas de pimpón. También daba para pensar eso.
          Al levantar la vista uno se encuentra con los tijerales y las planchas metálicas de la techumbre. No hay cielo raso. Al frente, una especie de mostrador angosto, de concreto, que descansa sobre pedestales de hormigón de 80 centímetros de alto cierra en redondo una de las esquinas del sector embaldosado, y por el otro lado remata en una plataforma de una altura de un metro, la que a su vez termina en uno de los muros. A ella se sube por un par de peldaños a un costado. Hasta un niño pudo creer que la plataforma sirve de escenario para números artísticos.
      Más hacia el fondo hay un amplio patio descubierto. En ese lugar pavimentado mujeres contratadas por el sindicato trabajan remendando redes y reparando trajes de buzos. El visitante comprueba la actividad en todos los ámbitos de la sede: contadores rellenan formularios, secretarias atienden llamadas telefónicas, dirigentes se reúnen con funcionarios de bancos algunos para ofrecer nuevos créditos, otros para recordar pagos de préstamos ya concedidos y usados. Agentes de aseguradoras con folletos de cómo trabajar sin riesgos en el mar esperan su turno. Nada que decir, en el sindicato cada cual hace lo suyo con dedicación.
         Mi anfitrión, el presidente sindical, me explica que es un día agitado así que me insinuó que tuviera paciencia. El hombre no se veía preocupado, irradiaba satisfacción. Sin duda, y con razón, estaba orgulloso de la organización que encabezaba, de la disciplina de los socios, y, por cierto, ─creí entender, para él lo más importante─ la sede sindical, elección del antiguo presidente. Así que me invitó a tomar asiento en el sillón. En la espera me seguí cabeceando para dar con el sentido original del recinto, ya que muchos elementos arquitectónicos no calzaban para servir a  una empresa común y corriente. Aquí debió funcionar otra cosa, pero no imaginé qué.
          Circuló el comentario que en una ocasión alguien le preguntó al antiguo presidente cuál fue el giro verdadero. Respondió orondo: «un supermercado». De acuerdo con su relato en el mostrador de cemento estaban las cajas y la plataforma, con aspecto de escenario, servía para recibir los abastecimientos traídos por los vehículos de carga. El antiguo presidente hablaba con autoridad. No le preguntaron más porque en esas cosas el hombre no mentía (eso decían ellos muy serios, ¿sería cierto?). 
       
Doy otros detalles del lugar. Por ambos muros laterales había en total 6 puertas 5 de ellas cerradas. La única entreabierta permitía ver un pasadizo ciego que conducía a otra puerta interior a lo mejor de una habitación. Era de suponer que las restantes obedecían a la misma idea. A su vez, a ambos lados de la plataforma-escenario había otras dos puertas de los baños para hombres y mujeres.
Jaulas para la crianza de ostiones en el litoral de Caldera, Región de Atacama.
          Elementos propios de la actividad productiva de ahora ocupan la plataforma: remos, timones de madera y tres motores fuera de borda, apoyados contra el muro. Sobre la barra o mostrador semicircular que aislaba el córner de la supuesta cancha de baby, se apilan jaulas tubulares de alambre color café que se usan para las camadas de ostiones que crecen en la zona de mar asignadas.
         Cuando transcurrieron varios minutos de espera en ese sillón y de darle vueltas a mis interpretaciones del uso del recinto en tiempos pretéritos, vi acercarse al presidente del sindicato, quien por fin disponía de un rato para atender el asunto que me había llevado a Caldera a tratar con él. Luego de mirar a su alrededor para asegurarse que nadie más iba a escuchar, comenzó a hablarme de la historia de la sede: «Vea usted lo que el antiguo presidente consiguió para nuestro sindicato». Mi interlocutor estaba orgulloso de ocupar el puesto que antes ejerciera una persona que él admiraba. Pero, para proseguir con su relato, cortésmente me invitó a una de las oficinas laterales de la entrada que describimos al inicio. En la sala una secretaria digitaba frente a un computador. Cuando tomamos asiento le ordenó a la mujer que nos sirviera café, por lo que ella dejó de tipear, se paró sonriente y salió. Entonces me di cuenta que quería hablarme sin que hubiera testigos (esto se pone interesante, pensé). Él lo sentía como si fuera su obligación. Me dijo: «El antiguo presidente aprovechó una auténtica ocasión para adquirir esta propiedad, quien decía ─sólo por decir, sin la intención de mentir─ que acá hubo un supermercado. No, no fue así. Se trataba de otra cosa. La gente mayor de Caldera recuerda bien. Como usted no es de acá, ¿de Penco me dijo?, yo se lo cuento: hace ya mucho tiempo aquí hubo una famosa casa...». Bajó la voz de súbito porque en ese preciso momento la secretaria que estaba en la oficina de enfrente pidió permiso y entró a buscar unos papeles. Cuando los halló y se retiraba, llegó la otra mujer con las tacitas de café.
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POST SCRIPTUM: 

Me escribe de Copiapó el colaborador de este blog, el profesor pencón Juan Espinoza, sobre este relato, que, según me dice ha causado interés en Caldera. Y me agrega que don Vidal Naveas, ex minero quien posee una gran cantidad de libros y publicaciones acopiados por años en las ciudades y localidades del desierto de Atacama, tuvo conocimiento del negocio que funcionó antes en la actual sede del sindicato de buzos y mariscadores.

Resumo la nota del señor Espinoza: 

«Con Vidal estuvimos recordando lugares de Caldera  y desembarcamos en el "supermercado" que relatáis y que algunos viejitos de la zona visitaron en su juventud cuando habían juntado algún dinerillo, o cuando se enganchaban con algún minero que estaba de "bajada"... muchos concurrían a la Boite Rivadavia, donde estaban las mejores muchachas y la mejor música envasada y en vivo (Los Peniques, Los Fenix, Los Viking V, Cecilia la Unica, entre otros)...»

                         








  


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