La crisis que ha causado
el virus con todas sus devastadoras consecuencias en la salud, en la
economía y en todo aspecto también impacta al gran edificio blanco
de los trabajadores loceros el «Hogar
Sindicato Industrial Fanaloza».
Al estar paralizadas las actividades deportivas que se practican en
el gimnasio, no hay ingresos por arriendos de la cancha. Regularmente
esos dineros se destinan para los pagos de servicios básicos. Mismo
fin tienen los ingresos por el arriendo de los espacios comerciales que dan a la calle. En consecuencia no está fácil la subsistencia
operativa del inmueble, por lo que la dirigencia ha tenido que hacer
«malabares».
Y la guinda de la torta de esta situación crítica fue la imposición
del cobro de contribuciones que comenzó a aplicarse el año pasado.
Antes el hogar estaba exento. Pareciera que ninguna autoridad hizo
algo para conseguir la suspensión del gravamen teniendo en
consideración a su favor el incalculable apoyo hacia la comunidad
que el inmueble ha prestado en distintas situaciones a lo largo del
tiempo. Demos un vistazo resumido a la historia.
Es cosa de recordar por
ejemplo, que nunca un invierno fue más cruel y más crudo que el de
1960. Los terremotos de mayo y sus réplicas violentas desencadenaron
para muchos el «infierno
del Dante» en Penco. En esa
circunstancia, se echaba de menos una voz de esperanza, pero
la gente estaba muda por el miedo y el sufrimiento. Por fortuna, sin
embargo, había un lugar tibio y acogedor en medio de ese caos, donde
las personas no se sentían del todo abandonadas por Dios. Era la
sede del sindicato de obreros de Fanaloza que por entonces abrió sus
brazos a los necesitados: familias que perdieron sus casas fueron
admitidas para que se cobijaran en la cancha del gimnasio. Esos
damnificados demarcaron con paneles de papel el espacio necesario de
su intimidad, todos los hogares improvisados allí semejaban a un
panal de abejas; otras ocuparon el escenario detrás de las cortinas;
el garaje del fondo destinado a la cureña para féretros y los
implementos de servicios fúnebres de los asociados fallecidos,
también se habilitó como casa. La cureña de fierro, con pértiga
de metal y pintada de negro con sus 4 ruedas con rayos de madera se
quedó todo ese período en el pasillo. Al mismo tiempo, debido a esta emergencia y el
uso de la mayor parte del recinto como habitación de muchos, se
suspendieron las actividades deportivas bajo techo.
La propiedad sindical se
ubica en calle Penco N° 125 junto al estero. Tiene 29 metros de
frente por 57 de fondo, remata en un callejón perpendicular de 4
metros de ancho que desemboca por el otro lado a la calle Freire. El
edificio principal consta de 2 pisos. En la planta baja hay un local
destinado al arriendo para fines comerciales. Arriba están las
instalaciones del sindicato, la oficina de la presidencia y una gran
sala de lectura. [En esta última durante los tiempos en que llegó la señal de televisión a Penco hubo un receptor (Bolocco) para
distracción de los socios y sus familias, además había diarios para informarse y
se podía disfrutar de algún libro gracias a una bien dotada
biblioteca]. La entrada principal al recinto continúa en un largo
pasillo de distribución. Por el lado izquierdo están los camarines
con sus duchas para deportistas, los baños, un patio de luz y las
salas cerradas para camerinos de los artistas que se han presentado
en ese escenario a través del tiempo. Por la derecha, se encuentran
la escala interior que conduce al segundo piso, los accesos al
gimnasio, a las graderías destinadas a público y al escenario.
Cuando se incendió la
municipalidad en los 60, por razones de apuro y de servicio,
reparticiones municipales se instalaron temporalmente en las oficinas
sindicales. También durante esa década Correos y Telégrafos
funcionó en el local comercial del primer piso, la correspondencia,
venta de estampillas, despacho de encomiendas, mensajes por
telegrafía, casillas postales, recepción de votos en elecciones
políticas, todo operó desde ahí. El uso polifacético del edificio
además incluyó en su historia haber servido como escuela informal
para alfabetizar a personas iletradas.
En ciertas temporadas,
el gimnasio se destinó como cine improvisado, a modo de respuesta
del sindicato ante la alta demanda local por ver películas. Una
pantalla se desplegaba contra las cortinas del escenario y los
equipos de proyección se empotraron en el rellano del segundo piso.
El gimnasio se dividía en 2 secciones: la galería a precios módicos
y, la «platea»
que se ubicaba en el piso frente a la pantalla, consistía en sillas
plegables de madera, las que terminada la función se retiraban para que el espacio recobrara el uso original. En ese mismo lugar se realizaban las asambleas de los loceros donde se adoptaban
decisiones a mano alzada, ahí con grandes aplausos se celebraban los
logros o en otras, se conocían a viva voz las noticias
insalvablemente malas.
De seguro que aquellos
obreros de los orígenes del sindicato, en la primera mitad del siglo
XX, ni sus dirigentes pensaron en todas las posibilidades de
servicios que el inmueble prestaría a la comunidad en emergencias que ellos tampoco alcanzaron a imaginar. El edificio, reconstruido
después de 1939, tenía primariamente fines deportivos, sociales y
sindicales. En deportes fue hecho para la práctica del básquetbol y
del baibifútbol; para espectáculos como el boxeo, para las
presentaciones artísticas penconas y de artistas consagrados; para bailes a beneficio con el fin de recaudar fondos
ya fuera para personas por enfermedad, para boy scouts o
clubes deportivos. Y cuando se presentaron las emergencias, decíamos,
el edificio sirvió de albergue temporal, durante crisis económicas
severas ahí se cocinaba para las ollas comunes, también se disponía
de espacio para modestos pero dignos servicios funerarios. El «hogar»
(¡qué nombre tan bien puesto!) siempre ha sido hogar en su
historia. Como tal no le ha cerrado puertas a nadie, incluso al
momento de dormir algún necesitado ha tenido un techo. Por ejemplo,
a principio de los 90 albergó a mucha gente sin recursos que buscaba
empleo.
LUIS ASCENCIO, PRESIDENTE DE LA FEDERACIÓN DE TRABAJADORES LOCEROS. |
Quien
concurra a esa sede encontrará una sonrisa cálida, un gesto de
acogida o simplemente un saludo amistoso y si se trata de un problema
más de alguien ahí ayudará a pensar una posible solución. Sin
embargo, no confundir. No es un «Hogar
de Cristo», es nada más
que el sindicato de trabajadores loceros, un importante referente
local, un respaldo de la comunidad. Es también un testimonio de la
confianza de los trabajadores como clase social y en el valor de la
unidad con la que han logrado mantenerse en el tiempo, pese a los
grandes problemas que han enfrentado.
La generosidad y la solidaridad
comunitaria del sindicato locero constituyen un fenómeno valioso,
un modelo humano Y colectivo en Penco, en particular en tiempos en que todo es dinero, lucro y frío cálculo costo-beneficio.
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Agradecemos la información proporcionada para esta crónica por don Luis Ascencio, presidente de La Federación de Trabajadores Loceros.
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