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SALA DE LECTURA, Biblioteca Nacional. (Foto internet). |
UNA JUGADA PREVIA: ¿PODRÍAMOS OCULTARNOS EN UNA BIBLIOTECA?
Un día leí un texto de
ficción que sugería una biblioteca como el mejor lugar para huir de la realidad
omnipresente. Bueno, para tragarse la metáfora hay
que conceder que eso sería posible si uno pudiera disociar el
espíritu del cuerpo, como lo hacen los santones orientales en estado
de concentración. Así lo que se escondería en una biblioteca sería
el espíritu del lector y no el cuerpo₁. Sólo una poesía puede
tomarse tales licencias para imaginar acciones separadas del cuerpo
por un lado, y del alma por el otro. La prosa no acepta este
trueque porque faltaría a la verosimilitud y se rompería la
confianza que el lector deposita en quien escribe. Sin embargo, ya que estamos en esto juguemos y veamos qué pasaría. Imaginemos estos hechos: los que afanosamente te buscan te hallarían
en la biblioteca leyendo, pero fruto de tu lectura estarías de
viaje, lejos, ausente, entonces ¿quién podría contar contigo si en
ese momento marchas con el ejército griego a las órdenes del gran
Ciro en el año 530 antes de Cristo?₂ ¿O si navegas junto al irritable Ahab persiguiendo a la ballena
blanca?₃ ¿O,
acompañas a Bloom en un sombrío funeral en Dublin?₄ Quizás Mefistófeles trataba de engatusarte en el tugurio Auerbach
de Leipzig₅. Y, quién
sabe, a lo mejor Rodión Raskólnikov te confesó su horrible crimen
antes de entregarse a la justicia₆.
En circunstancias tan curiosas como si de un sueño se tratara, nadie
daría con tu parte espiritual si estás inmerso en una página
indeterminada de las historias o las ficciones de algún libro de la
biblioteca. Pues bien, el que te busca ya habría localizado tu
cuerpo, o sea una de las dos partes. Sólo que tendría que sentarse
a tu lado y esperar o simplemente darte un empujón y traer de vuelta
bruscamente tu espíritu a la realidad. Y solo ahí estarías entero.
El filósofo francés Jacques Derrida dijo que los textos de los libros son mensajes
muertos y que por ese motivo se exige silencio en las bibliotecas,
como un honor eterno a los idos. La figura derridiana remite a un «mausoleo» donde los estantes serían los nichos. Pues bien aquel honor
a los libros lo aprovechan los lectores en las salas silenciosas de
esos establecimientos para no desconcentrarse. El mismo
filósofo añadía que afortunadamente la muerte de los contenidos de
los libros es reversible, porque vuelven a la vida cuando alguien,
los estudiantes o los adultos los abren y comienzan a leerlos. En ese
momento las historias despiertan del letargo y comienzan a latir.
El juego de imaginación del comienzo y la hipótesis de la escritura de un filósofo contemporáneo nos pintan modos de ver el ambiente de una biblioteca. Pues bien, en Penco hay y las hubo. Pero, a lo menos una de esas bibliotecas fue además espacio de otras actividades humanísticas. Miremos en retrospectiva y ubiquémonos a mediados del siglo XX.
DOS MAGNÍFICAS BIBLIOTECAS PRIVADAS DE PENCO
En la casa signada con el número 53 de Cochrane, Penco, había una biblioteca privada la que además de contener libros era escenario de actividad social y cultural. El aspecto exterior de esa dirección decía poco: una pandereta blanca interrumpida por
una puerta que tenía un golpeador de bronce para que quien llegara
se hiciera oír. No había otra puerta con un golpeador como ése en
el pueblo, que consistía en una manito de bronce sosteniendo una
esfera de metal. Con cierta frecuencia, malillas se atrevían a
usarlo para molestar a las personas del servicio de la casa que eran las que abrían mientras
ellos huían riendo. La puerta tenía además un dosel de protección
para la lluvia. Ésa era la entrada/salida de servicio de la casa de
don Óscar Contreras, jefe de recursos humanos de Fanaloza. Sin
embargo, la puerta principal, de esa casa concebida originalmente
para veraneo, daba a la playa, a la línea del tren. Dos robustas
palmeras le otorgaban carácter y dominaban el antejardín. Su
antiguo morador fue don Facundo Díaz, uno de los dueños de la
fábrica locera.
Cuando la familia
Contreras Torres se instaló en esa dirección, destinó una pieza
para biblioteca, porque don Óscar era un hombre estudioso,
ilustrado, culto y asiduo lector. En esa sala tenía su escritorio;
de uno de los muros colgaba un enorme óleo de temática campestre
con la firma del pintor de Valparaíso Rocco Machassi, un regalo del
artista a su amigo Contreras ex vecino del puerto. Cuando vivía en
Valparaíso don Óscar participaba en reuniones y tertulias de un
reconocido círculo de artistas, pintores, escritores, intelectuales,
poetas, músicos los que con alguna frecuencia lo visitaban en Penco. Pues bien, junto a la puerta de la sala de libros,
que daba al pasillo central, había dos armarios con libros y en el
otro muro tres grandes repisas atiboradas de volúmenes. Al frente de
la pintura, un amplio ventanal semicircular se orientaba al jardín y
extendía la mirada a la playa pencona y la bahía. Esa era la
biblioteca de los Contreras, tal vez la mejor biblioteca privada,
ordenada y quizá indexada de Penco. Tanto así que don Óscar
tenía un timbre de goma para marcar sus libros: «Biblioteca
Privada Óscar Contreras, Penco».
Pero, no era la única en el pueblo. Había otra, menos conocida,
también en manos particulares y súper interesante además.
El doctor Salomón
Margulis Repetur, era médico de la Refinería. Residía con su
familia en una casa grande con jardín amplio en el recinto refinero,
donde hoy se levanta la escuela «Gloria
Méndez Briones», frente
al inmueble de la ex administración. De especialidad bronco
pulmonar, el médico atendía en el hospital Regional de Concepción
y en la clínica de la Refinería. Estudió medicina en la
Universidad de Chile y fue uno de los fundadores de la Sociedad
Chilena de Enfermedades Respiratorias en 1930. El doctor Margulis
disponía también, decíamos, de una biblioteca con muchos
volúmenes. Pero, a diferencia de los Contreras, a ella no accedía
gente de afuera, salvo sus cercanos, quienes comentaban en sus
círculos sobre esa maravilla escondida. En cambio en la casa de don
Óscar autorizaban a niños y jóvenes del pueblo que nada tenían
que ver con la famila para tomar y hojear ordenadamente esos libros
en busca de algún tema en particular, o un texto literario
específico encargado por el profesor.
En una ocasión de
esos años, uno de esos jóvenes visitantes era José «Checho»
Vergara, quien le pidió a don Óscar que le prestara la novela
«Mónica
Sanders»
de Salvador Reyes, un escritor de Valparaíso₇ conocido por su prosa
audaz y demasiado liberal para su época. Como se trataba de un libro
que se podría clasificar «para
mayores»
el señor Contreras le preguntó al muchacho su edad, luego lo miró
a los ojos con el ceño fruncido y le facilitó el libro con la
advertencia «tenga
cuidado joven, no lo preste a otros y me lo devuelve en mis manos».
Había una
tercera biblioteca, era de propiedad del sindicato de obreros de
Fanaloza, bien dotada, por lejos superior a la que tenía su
contraparte el sindicato de empleados de la empresa ubicada pocos
metros más allá. Ofrecía una cómoda sala de lectura amplia y
acondicionada donde también se desplegaban diarios y revistas
locales y nacionales. En esa pieza espaciosa siempre había socios e
hijos de socios que aprovechaban la ventaja. Los trabajadores de la
Refinería también dispusieron, aunque un poco más tarde, una
biblioteca para asociados. Por otra parte, los scouts de Penco, del
grupo «Armando Legrand»
consiguieron, a instancia de los dirigentes entre ellos el propio
señor Contreras y el doctor Emilio Suárez, una abundante colección
de libros de una editorial mexicana, cuyos contenidos, entretenidos
por lo demás, eran moralizadores y se basaban en fábulas y en la
mitología azteca orientados a la formación de buenos ciudadanos.
Dichos libros estaban disponibles para la tropa scout en el cuartel
de la Legrand en calle Infante. Hay que añadir que a finales de los
60 y bajo la administración del alcalde de Penco de entonces,
Bernardino Díaz, la Municipalidad inició una campaña para que los
vecinos donaran libros y así formar en parte una biblioteca pública
pencona. Mucha gente regaló lo que tenía, quizá libros de poco
valor, pero igualmente llegó a la dirección una cantidad voluminosa
de ejemplares. La nueva biblioteca, pero con libros viejos, se
instaló en Las Heras, en el local vecino al Banco del Estado de la
época, que anteriormente usara la tienda del “turco” Seda
(Jacinto Seda Cabezas).
TERTULIAS Y CENÁCULOS EN LA BIBLIOTECA DE LOS CONTRERAS
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PABLO GARRIDO |
En más de una ocasión
las notas de un violín trascendían a la peatonal paralela a la
línea ferroviaria. Salían de la casa de los Contreras. Porque en la biblioteca doméstica un grupo de amigos provenientes de
Santiago y Valparaíso se reunían para oír el talento del
violinista nacional Pablo Garrido. Los aplausos tambien los sentía
la gente que apresuradamente pasaba por allí, quizá caminando hacia
Cerro Verde. Tetulia o cenáculo, que concluía con magníficas
recitaciones de la actriz Silvia Thayer, que
con frecuencia aparecía en las portadas de revistas. En otras leía
sus últimas creaciones el poeta Pablo de Rokha. También asistía
para exponer ante el grupo de selectos amigos los avances de sus
investigaciones científicas en la zona el naturalista Carlos Oliver
Schneider. Por años, estos encuentros de intelectuales se sucedieron
en Penco en el ámbito privado de una biblioteca privada.
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CARLOS OLIVER SCHNEIDER |
Decíamos que don Óscar
disponía de muchos volúmenes. Su hija Luz Irene Contreras nos
mencionó algunos de ellos. En su casa había diccionarios,
enciclopedias, varias ediciones de El Quijote; obras de autores
franceses: Guy de Maupassant, Romain Rolland, Marcel Proust, Gustave
Flaubert, Víctor Hugo, Honoré de Balzac, Alejandro Dumas;
británicos como Charles Dickens, Somerset Maugham, H.G Wells, William Shakespeare;
alemanes como Goethe, Thomas Mann; y los rusos con su gran literatura
no podían faltar Fédor Destoievski, León Tolstoi, Nicolai Gógol.
La Eneida, La Iliada, La Odisea, La República de Platón, La Ética
de Aristóteles. Había una enorme cantidad de autores
latinoamericanos, harta literatura chilena. Estaban las publicaciones
de don Enrique Molina y de la Universidad de Concepción. Más tarde
el material bibliográfico se incrementó especialmente con obras de
ciencias sociales del Fondo de Cultura Económica, de sociología,
de filosofía... Jóvenes pencones obtuvieron libros generosamente facilitados por esa familia para fines de estudio. Probablemente algunos de esos ejemplares no volvieron nunca. Don Óscar Contreras Yáñez murió en 1959, año
que marcó el inicio del paulatino ocaso de su biblioteca y
terminaron también las tertulias intelectuales.
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PABLO DE ROKHA |
La vida cultural que floreció en el
ámbito privado pencón fue pródiga como que un Premio Nobel,
Gabriela Mistral, estuvo de paso en la casa de las profesoras/señoritas
Rodríguez, curiosamente vecinas de los Contreras Torres. La música
culta ejecutada en vivo atravesó los muros y se escuchó en la
calle. Los aplusos por una emotiva recitación
en una de tantas tertulias también se oyeron en el vecindario. Estas actividades humanísticas calaron en algunos y tangencialmente tocaron a
muchos. ¿Quedará algo de nuestro modesto «siglo de la
luces»? Sin duda, nuevas
muestras y formas distintas de cultura se conocen en Penco: cine club,
museo, exposiciones de fotografía, de pintura, proyecciones de
videos, concursos literarios, teatro al aire libre inspirado en la historia, conversatorios radiales... porque el pueblo pencón nunca ha perdido el interés por el buen gusto y de mirar a lo alto.
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Esta
propuesta de que existe una separación cuerpo-alma es conocida como
dualismo y defendida tanto por Descartes como por Kant. La
Antropología moderna o la filosofía de la liberación, por
ejemplo, se oponen señalando que cuerpo y espíritu son una sola
corporalidad.
«La
Expedición de los diez mil»,
Jenofonte (400 aC).
«Moby
Dick»,
Herman Melville (1851).
«Ulises»,
James Joyce (1922).
«Fausto»,
Johann von Goethe (1832).
«Crimen
y Castigo»,
Fédor Dostoievski (1866).
POST
SCRIPTUM: Recibimos un mail de nuestro colaborador en Copiapó,
profesor Juan Espinoza Pereira, de origen pencón y cuyo texto es el
siguiente:
Estimado
Nelson...
Me
pareció muy interesante el escrito que habla sobre las Biblioteca
que había en Penco, desde pequeño me han apasionado los libros;
recuerdo cuando pequeño que visitaba la biblioteca de la CRAV,
también en el Sindicato de Fanaloza habían libros que se podían
leer ahí mismo.
No
obstante lo anterior, quiero hacer una observación para ajustarse a
los datos duros de la información y que guarda relación con
Salvador Reyes, él no es de Valparaíso, sino que nació en Copiapó
(calle Colipí esquina Infante), luego de unos años en la ciudad su
padre se traslada a Antofagasta, donde desarrolla sus estudios.
Acompaño la foto de un monolito que es lo único que queda en el
lugar; en Atacama hay varios seguidores del autor, en lo personal no
me gusta mucho, pero tengo todos sus libros que he adquirido en mis
viajes a Penco.
Un
saludo a la distancia y que te encuentres muy bien.
Placa recordatoria del lugar donde nació Salvador Reyes, en Copiapó. Agradecemos el aporte de Juan Espinoza Pereira.
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