Era una visión común: el transitar
lento de carretas de bueyes por las vacías calles de Penco y jinetes
que iban en sus cabalgaduras en distintas direcciones y propósitos,
carretas de mano de un solo eje con alguna carga menor empujadas por
personas se añadían a la escena de aquellas calzadas en mal estado.
Esos medios urbanos de movilización y transporte entraban en la
categoría tracción de sangre, clasificación que se modificó después. Y el panorama urbano se completaba
con ene peatones que iban y venían por las aceras entonces de tierra
y empedrado. Era habitual ver caballos o bueyes en sitios baldíos de esos años, por ejemplo donde hoy se levanta la población Facundo Díaz o la población Perú. Otros simplemente, por descuido de sus dueños, andaban sueltos por las calles de las afueras.
Los almacenes que usaban sus propios carretones tirados
por caballos para los antiguos delivery guardaban y mantenían sus
equinos no lejos de las tiendas. El negocio de abarrotes de Mario
Zúñiga, por ejemplo, tenía una pesebrera para tres pingos en un
sitio de calle Alcázar detrás de los pabellones de madera. Santiago
Herrera, poseedor de fundos en los alrededores del pueblo, mantenía su
caballo en el patio trasero de su casa por calle Penco. Carabineros disponía de pesebreras que lindaban con casas particulares.
Los equinos y los
bueyes que cumplían estos trabajos descansaban en horario nocturno
bajo techos especialmente construidos para ellos en medio de las
poblaciones. En la mitad de las noches o en las
madrugadas se oían los relinchos y los bramidos cerca de los
dormitorios. Pero, el pueblo estaba acostumbrado a estos
inconvenientes porque entendía que esos animales eran parte de la
rutina.
En términos históricos, los caballos y los bueyes fueron unos afortunados en cuidados y supervivencia, pero sólo por sus servicios. En Penco, en tiempos aún más pretéritos, hubo otros animales también,
pero que se fueron, los correteamos, los arrinconamos, los matamos
porque no nos servían. Había pudúes, huemules, zorros,
coipos, chingues, huiñas, gatos monteses, pumas, guanacos. Todos
estos animales nombrados, hoy ausentes y tal vez otros más,
convivían con los grupos humanos originarios aquí en Penco. Ninguno
estaba demás, ni ninguno era eliminado por criterios economicistas.
Se los cazaba nada más que para comer su carne o para conseguir sus pellejos.
PINTURA RUPESTRE descubierta en Tassili, Argelia, data de 12 mil años (Wikipedia). |
Veamos ejemplos en otros lugares: en pinturas rupestres en la meseta de
Tassili en el sur de Argelia que datan de 12 mil años se ven hombres de raza negra arreando un rebaño. Y registros más antiguos aún de
unos 44 mil años muestran escenas de cacería. Nos referimos a pinturas descubiertas recientemente en Indonesia. A comienzos del Neolítico la
humanidad estableció las primeras ciudades, las que se formaron en
lugares donde había alimentos. Esto ocurrió cuando el ser humano se
hizo sedentario, porque desarrolló la agricultura y la ganadería.
Ya no fue necesario salir a cazar ni a recolectar frutos u
hortalizas. Eso estaba en casa, en las huertas y en los corrales. A
partir de entonces, el hombre seleccionó los animales que más le
servían y los más favorecidos fueron los vacunos y los equinos,
además de algunos otros. Pero, la gran mayoría fue descartada.
Desde entonces comenzó la extinción de especies por responsabilidad
humana. Y hoy en día esos animales exóticos que han sobrevivido permanecen encarcelados en los zoológicos.
CACERÍA prehistórica. Pintura rupestre descubierta en Indonesia. Su fecha ronda los 44 mil años (The Economist). |
Pero, volvamos a Penco. Vemos menos caballos, como decíamos al comienzo. Tampoco se ven
carretas tiradas por yuntas, la carretas de mano tampoco se ven. Sin
embargo, cuidado, no hay que sacar cuentas rápidas. Ni los vacunos
ni los equinos están en peligro de extinción. Se puede asegurar
como si se tratara de una hipótesis comprobada, que primero se
extinguirá el ser humano. Las vacas nos sobrevivirán.
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