lunes, agosto 10, 2020

EN PENCO NOS GUSTABAN CANCIONES QUE NO ENTENDÍAMOS


          Las radios de esos años rara vez difundían canciones en otro idioma que no fuera en español. Tonadas, tangos, boleros y marchas conformaban las parrillas de las emisoras comerciales. Las interpretaciones más solicitadas por las audiencias eran de Lucho Gatica, Antonio Prieto, Raúl Shaw Moreno, Violeta Parra, Sonia y Miriam, Ester Soré, Carmencita Ruiz, Carlos Gardel, Guadalupe del Carmen, Enrique Balladares, Monna Bell, etecétera. En realidad los discos de esos cantantes no eran solicitados por el público, salvo en programas especiales, era la oferta que hacían los discotecarios orientados por su intuición. Hasta que irrumpieron masivamente los cantantes extranjeros y las canciones de otras partes del mundo. ¿Y qué pasó entonces? Que de a poco, pero de repente comenzamos a acostumbrarnos a oír música popular en lenguas distintas. Edith Piaf, Johnny Halliday, Gilbert Bécaud (franceses); Doménico Modugno, Adriano Celentano, Mina, Paolo Conte (italianos); Franz Reuther, Wolf Biermann (alemanes).
         Sin embargo, lo que cambió todo y puso el mundo al revés fue la llegada incontenible de los intérpretes y cantautores angloparlantes: Presley, Franklin, Halley, Berry, Lee, Anka, etc. Con toda esta enumeración más la del párrafo anterior, las audiencias locales tuvimos que amoldarnos a escuchar muy buenas creaciones musicales populares, pero nadie entendía nada. Nunca supimos qué decían las letras de esa canciones, a diferencia de las que se cantaban en castellano.
         Los jóvenes tararéabamos e imitábamos los sonidos vocales de esos discos pero el asunto era ininteligible. Con otros compañeros de curso del Licero Vespertino conversábamos esta dificultad con la profesora de inglés, una joven de apellido Rubio, que vivía en la Población Perú. Y ella nos motivaba a que tradujéramos con su ayuda. Algo aprendimos, pero el trabajo era demasido, las canciones eran muchas y cada mes había más estrenos, y cuál todavía mejor. No, intentar traducir así no se podía. ¿Si no entendíamos ni un rábano de lo que decían las letras, por qué nos gustaban y seguíamos oyéndolas incluso más que aquellas en nuestra lengua? Con los años di con la respuesta.
          La voz es un instrumento musical, por eso cantamos y podemos incluso hacerlo sin articular palabra, emitiendo puros sonidos. Si, por el contrario, habamos a nuestro discurso agregamos en forma natural algo de musica, por ejemplo, en las preguntas, en las respuestas, en la risa o el llanto. Sin contar que añadimos acentos locales, zonales o nacionales. Enfrascados en una conversación nos preocupamos de los contenidos, pero también oímos la musiquita disfrazada en la prosodia que usamos.
         De este modo al escuchar la canción que nos gusta en un idioma que no conocemos, nos agrada por la música, por el ritmo, por la voz o las voces. El cantante ejecuta con maestría el instrumento de su voz y las palabras se convierten en rasgueos, toques, golpes, silencios. Las frases funcionan como arpegios, compaces. Los versos originales de su lírica no contienen significados para nosotros. La voz humana es la vibración maravillosa de un instrumento vivo manejado por el artista que la posee y que se traduce en pura música. La semántica no cuenta.
         Si nos interesa investigamos, averiguamos y traducimos, afloran los significados del verso, los que agregan otra dimensión. Pero, el impacto emocional de la primera vez, permanece, la traducción no lo modifica.
        He ahí mi hipótesis de por qué seguimos oyendo canciones populares que nos gustan en otros idiomas. La razón es puro agrado porque nos recuerda algún momento feliz o una etapa linda de la vida, como la juventud por ejemplo. Los versos están vacíos de significado y a nadie le importa. La canción queda grabada en nuestra memoria para siempre. Mmmm, no siempre.
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₁ El discotecario pertenecía al equipo de producción de la radio y su trabajo consistía en mantener y guardar los discos de vinilo en la discoteca, además confeccionaba la lista de las canciones que debían emitirse a tal o cual hora y llevar ese material a la mesa de transmisiones.

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