jueves, agosto 13, 2020

ROSITA BRAVO EJECUTÓ COMO NADIE EL ARMONIO DE LA IGLESIA DE PENCO

ARMONIO, foto tomada de internet.

       La iglesia estaba con su capacidad completa. La aglomeración bloqueba la puerta principal que daba a la plaza. Por ese motivo, el silencio se hacía más imponente esa mañana de noviembre en que un grupo de niños de ambos sexos, luego de aprobar su curso de catequesis, se presentaba en el templo para su primera comunión. El cura y sus acólitos con sus relucientes indumentarias para la ocasión observaban a la grey reunida y silente en los momentos previos a la celebración. Las niñas y los niños que comulgarían por primera vez lucían sus tenidas nuevas y cada cual mantenía en su mano y con el brazo semi levantado un nardo de pétalos blancos. Los estómagos crujían vacíos por el respeto debido al precepto de no desayunar antes de recibir la hostia. Siguiendo el uso clásico anterior al Concilio Vaticano II, las mujeres cubrían sus cabezas con velos negros, las mayores, y con velos blancos las jóvenes. Los hombres vestían dignamente sus trajes oscuros. Y aquellos que usaban sombrero, lo sostenían en una mano apegada al pantalón en señal de respeto.
          En ese ambiente de expectación, el sacerdote giró la cabeza a su derecha, todos miraron con él en esa dirección. Ahí estaba la conocida vecina Rosita Bravo sentada frente a un hermoso armonio lutúrgico de color caoba. El cura le hizo un imperceptible gesto. Era la seña que ella esperaba para presionar sus dedos contra el teclado, puesto que desde hacía rato tenía sus falanges apoyadas ahí. Una ayudante le sostenía partituras. El bello y ronco sonido, pleno de personalidad, del armonio se oyó con fuerza en todo el espacio de la iglesia y el coro que estaba cerca de ella cantó con energía el “Espíritu Santo”, una dulce emoción se apoderó de los corazones. La ceremonia de la primera comunión de 1957 en Penco había comenzado.
         La iglesia católica del pueblo ocupaba el solar donde hoy está el auditorio parroquial, como aquella quedara en muy mal estado a causa de los terremotos del 21 y 22 de mayo de 1960, hubo que demolerla. Seguramente el armonio se dañó también o lo trasladaron a otro recinto. Desde entonces las ceremonias religiosas, en la iglesia que se levantó al lado y que hoy es ícono local, no cuentan con la sonoridad de ese instrumento.
         Interesante es recordar que quien ejecutaba aquel armonio con gran maestría era Rosita Bravo, una mujer de unos 50 años, que vivía en la casa paterna de Las Heras con Alcázar. (En ese lugar ahora funciona un centro de diálisis). Ella trabajaba atendiendo el negocio de abarrotes su padre, don Hipólito Bravo. Rosita era diligente y rápida detrás del mesón. En la esquina opuesta había otro negocio, de propiedad de don Manuel Jesús Aburto, quien trabajaba en la refinería. El local, menos surtido eso sí, lo atendía su hija Elbita Aburto, una mujer un poco menor que Rosita. Ambas eran amigas, a pesar de la competencia comercial.
         Al final del día, Rosita Bravo se arrancaba del negocio e iba a la iglesia a practicar en el armonio. Tocar piezas en ese instrumento exigía gran coordinación porque como usa fuelles que se inflan por la acción de pedales, requiere dedicación y práctica. En virtud de esa habilidad, de sus conocimientos de música, y de su entrega a actividades pastorales, era conocidísima en la comunidad católica local. No supe de otra persona que tocara el armonio en Penco en esos años, de allí que Rosita estuviera presente en casi todas las ceremonias que requerían de ese sonido único, cargado de notas sagradas, que evocaban los coros gregorianos o la misa del Papa Marcello₁... El armonio pencón se lo llevó el terremoto del 60. Algo parecido ocurrió con las frases y las oraciones en latín que pronuncicaba el cura, pero esto último debido a los aires modernizadores del Concilio Vaticano II.
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₁ Autor: Giovanni Pierlugi da Palestrina 1562.

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