ARMONIO, foto tomada de internet. |
La iglesia estaba con su
capacidad completa. La aglomeración bloqueba la puerta principal que
daba a la plaza. Por ese motivo, el silencio se hacía más imponente
esa mañana de noviembre en que un grupo de niños de ambos sexos,
luego de aprobar su curso de catequesis, se presentaba en el templo
para su primera comunión. El cura y sus acólitos con sus
relucientes indumentarias para la ocasión observaban a la grey
reunida y silente en los momentos previos a la celebración. Las
niñas y los niños que comulgarían por primera vez lucían sus
tenidas nuevas y cada cual mantenía en su mano y con el brazo semi
levantado un nardo de pétalos blancos. Los estómagos crujían
vacíos por el respeto debido al precepto de no desayunar antes de
recibir la hostia. Siguiendo el uso clásico anterior al Concilio
Vaticano II, las mujeres cubrían sus cabezas con velos negros, las mayores, y con velos blancos las jóvenes. Los hombres vestían
dignamente sus trajes oscuros. Y aquellos que usaban sombrero, lo
sostenían en una mano apegada al pantalón en señal de respeto.
En ese ambiente de
expectación, el sacerdote giró la cabeza a su derecha, todos
miraron con él en esa dirección. Ahí estaba la conocida vecina
Rosita Bravo sentada frente a un hermoso armonio lutúrgico de color
caoba. El cura le hizo un imperceptible gesto. Era la seña que ella
esperaba para presionar sus dedos contra el teclado, puesto que
desde hacía rato tenía sus falanges apoyadas ahí. Una ayudante le
sostenía partituras. El bello y ronco sonido, pleno de personalidad,
del armonio se oyó con fuerza en todo el espacio de la iglesia y el
coro que estaba cerca de ella cantó con energía el “Espíritu
Santo”, una dulce emoción se apoderó de los corazones. La
ceremonia de la primera comunión de 1957 en Penco había comenzado.
La iglesia católica
del pueblo ocupaba el solar donde hoy está el auditorio parroquial,
como aquella quedara en muy mal estado a causa de los terremotos del
21 y 22 de mayo de 1960, hubo que demolerla. Seguramente el armonio
se dañó también o lo trasladaron a otro recinto. Desde entonces
las ceremonias religiosas, en la iglesia que se levantó al lado y que
hoy es ícono local, no cuentan con la sonoridad de ese instrumento.
Interesante es recordar
que quien ejecutaba aquel armonio con gran maestría era Rosita
Bravo, una mujer de unos 50 años, que vivía en la casa paterna de
Las Heras con Alcázar. (En ese lugar ahora funciona un centro de
diálisis). Ella trabajaba atendiendo el negocio de abarrotes su
padre, don Hipólito Bravo. Rosita era diligente y rápida detrás del mesón. En la
esquina opuesta había otro negocio, de propiedad de don Manuel Jesús Aburto, quien trabajaba en la refinería. El local, menos surtido eso sí, lo atendía su hija Elbita Aburto, una mujer un poco menor que Rosita. Ambas eran
amigas, a pesar de la competencia comercial.
Al final del día,
Rosita Bravo se arrancaba del negocio e iba a la iglesia a practicar
en el armonio. Tocar piezas en ese instrumento exigía gran
coordinación porque como usa fuelles que se inflan por la acción de
pedales, requiere dedicación y práctica. En virtud de esa
habilidad, de sus conocimientos de música, y de su entrega a
actividades pastorales, era conocidísima en la comunidad católica
local. No supe de otra persona que tocara el armonio en Penco en esos
años, de allí que Rosita estuviera presente en casi todas las
ceremonias que requerían de ese sonido único, cargado de notas
sagradas, que evocaban los coros gregorianos o la misa del Papa
Marcello₁... El armonio pencón se lo llevó el terremoto del 60. Algo
parecido ocurrió con las frases y las oraciones en latín que
pronuncicaba el cura, pero esto último debido a los aires
modernizadores del Concilio Vaticano II.
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₁ Autor: Giovanni Pierlugi da Palestrina 1562.
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