sábado, diciembre 19, 2020

LOS FRUTOS DE LOS BOSQUE DE PENCO

 
 
            La sofisticación actual, para el mejor mercadeo de un cierto tipo de productos, denomina frutos del bosque a un abanico de frutas así clasificadas como las zarza moras, las frutillas, los arándanos (sub categorizadas berries).

        Para los pencones, los lirqueninos, los cerroverdinos, los cosmitenses, los primeragüinos (estoy creando estos gentilicios, con su perdón por la audacia) la categoría frutos del bosque es más amplia y, por sobre todo, silvestre, como su primera característica. Enumeraré algunas de esas frutas, que recogíamos o arrancábamos al final del verano en los cerros de Penco, en las quebradas, en las vegas, por los bordes de los esteros.

     Los queules, tenían la apariencia de los albaricoques, más grandes. Aún maduros presentaban más consistencia por su corteza algo rebelde y el carozo (cuesco) grande, poca pulpa o carnosidad, pero fino en sabor y textura al comerlos cocidos en almíbar.

      Los chupones, ésos estaban en los más recóndito del bosque, rodeados siempre de grandes telarañas. Obtener una cajetilla, donde se agrupan, es arriesgar varios pinchazos de las largas hojas espinosas de la plata parecida al maguei. Los chupone son dulces en extremo. Sólo se consume su jugo sabroso y se escupen las semillas, negras y pequeñas.

        Los copihues, en realidad me refiero a los frutos de los copihues. Las enredaderas copihuales entregan el producto maduro de nuestra flor nacional en capis sellados. Como no hay por dónde entrarles, no queda más que morderlos. Su contenido es suave y algo lechoso, con sabor parecido al plátano.

        Las zarza moras. Aquí no podría decir nada nuevo. Fantásticas.

    Las frutillas, son naturalmente pálidas, pequeñas. Crecen escondidas a ras de suelo, debajo de las hojas atreboladas de la planta rastrera. Hallarlas es una bendición de dulzura y sabor. Ojo, que en la búsqueda te puedes topar con algún bichito o bichote.

       Los corales. Su nombre más reconocido es rosa mosqueta. Esta fruta sí que es hermosa de principio a fin, la flor es preciosa, delicada y de escasos pétalos. El fruto maduro es rojizo-marrón. Pero, no te trata como a un niño, tiene espinas finísimas tanto en la corteza como en sus semillas, que casi no se ven. Hay que recogerlas con mucho cuidado, porque además las ramas de la planta tiene espinas muy agresivas. Ni que hablar del sabor con notas ácidas y su textura en la boca es aterciopelada.

        Las nalcas, ésas están en los pajonales sombríos. Sacar los mejores tallos es arriesgar rasmilladuras y exponer la piel de las piernas a ataques inesperados. Arrancar una sola nalca es salir del humedal con tres sanguiluelas pegadas. Para mejor desprenderse de ellas hay que allegarles un fósforo encendido. El tallo comestible de la nalca es áscido y al moderla transmite la idea de masticar una manzana.

        Aunque no es estrictamente una fruta, sino un hongo, el digüeñe también es buscado y apetecido. Se arracima en las ramas de los hualles (robles), desde donde es fácil cogerlos. De gusto es insípido, pero tu textura y suavidad son indiscutible. Tiende a adoptar el sabor del acompañamiento, por eso sirve para agregar a las ensaladas.

         Las murtillas. El arbusto que da este fruto es robusto, pequeño, firme y de hojas chicas ovaladas, de color verde oscuro. Forma parte de lo que llaman sotobosque. La murtilla es súper sabrosa, aromática, dulce pero áspera en la boca. Se cosecha en los primeros días del otoño.

          El boldo, es un fruto pequeño, amarillo intenso durante su madurez. Se da en racimos. Es dulce y aromático a más no poder.

         Las avellanas. Los avellanos están siempre en zona más expuestas al sol. El fruto tiene forma esférica y madura en una fuerte tonalidad roja. Cae espontáneamente al suelo, cuando comienza a secarse. Recoger avellanas es fácil, basta con rebuscar por debajo del follaje. Hay que romperlas con un martillo para obtener la parte comestible. Las avellanas tostadas son deliciosas, pero cuidado con los dientes, son tres veces más duras que un grano de maní.

         Y no podemos dejar pasar la fruta más oscura de todas: el maqui. Algunos árboles llegan a dar maquis del tamaño de un arándano. Las plantas tiende a agruparse formando pequeños bosque, que la gente llama macales. El maqui sabe a fruta exótica, única y con diversas propiedades. Es de una dulzura ácida y agradable. Violeta Parra incluyó al maqui en los versos de su canción Casamiento de Negros.

          Pues bien, para cerrar, nuestros frutos de los bosques no son los del mercadeo, son frutas silvestres, no los va a encontrar usted envasados con delicadeza en los supermercados. Los nuestros los recogen los niños, las niñas, los jóvenes, los viejos directamente de las matas. Y me detengo en los niños, esos mismos que en mis años íbamos a buscar frutos del bosque con los bolsillos llenos de pan amasado, por si nos sorprendía el hambre lejos de casa.

 

2 comentarios:

Unknown dijo...

Qué emotivo artículo, sentí el olor y sabor de cada fruto silvestre.
Qué pena que estos frutos fueron desapareciendo,justo todo con los bosques,y qué tristeza,que cada vez,los cerros de Penco se ven más áridos,sin sus bosques, abriendo paso a mineras ocultas por el desapego yla ambición de unos pocos

Unknown dijo...

Fé de errata:
Dice "justo"
Debe decir:"junto"
Ah!!
Soy Rosa Aqueveque
Google me pública como anónimo