domingo, enero 24, 2021

POLLO ASADO PARA EL ALMUERZO

         


        Parece un absurdo, pero importante información de las costumbres alimentarias del ser humano se puede hallar en aquellos lugares destinados a los desechos. Ahí está la fuente de datos acerca de nuestras rutinas de vida. Pregúnteselo usted a un antropólogo, a un arqueólogo. Hace un tiempo, científicos de estas especialidades indagaron en un conchal descubierto en el fundo Playa Negra que databa de más de cuatro mil años. Plena prehistoria pencona. (Ya hemos publicado datos sobre ese hallazgo). Como resultado de los estudios que se realizaron, supimos de qué se alimentaban esos ancestros, qué herramientas usaban para pescar y tal vez de cómo las fabricaban, etc. Los datos estaban en el basural prehistórico. 

          Para nuestro enfoque, centrémonos en el siglo pasado con el fin de  comprender mejor esta generalidad. Los desechos que la gente arrojaba nos hablan de cómo han cambiado las cosas desde entonces. Para hacer el paralelo miremos solamente la alimentación de aquella gran masa obrera, de los profesionales y de sus familias, o sea, de Penco en su totalidad.

          Comencemos y terminemos nuestra observación en las cocinas.

        Pollo al almuerzo, con sus variables: cazuela de ave; trutros, alas y pechugas asadas; reponedora sopa de patas, buche y cabeza. La dueña de casa no abría el refrigerador y sacaba el pollo, no. Había que ir al gallinero, escoger el ave y agarrarlo, traerlo a la cocina, tomarlo de las patas y estirarle el cogote hasta que muriera. Otra opción era cortarle el pescuezo con un cuchillo. Un trabajo cruel, rutinario, no quedaba más que hacerlo. Al pollo muerto se les quitaban las plumas rociándolo con agua hierviendo. Se desprendían con facilidad, todas las plumas iban al tacho de la basura igual que los interiores. Otras veces en que se cocinaba, por ejemplo, un conejo, había que beneficiarlo y faenarlo en casa. El pellejo, la cabeza y los interiores terminaban en la basura. Si la familia tenía chanchos y faltaba carne, la muerte del animal se practicaba en el patio. Pelos, interiores, pezuñas tenían por destino el recipiente de los desechos. Si la idea era comer pescado frito, al pez se le quitaban la piel o las escamas en la cocina, se les retiraban la cola y la cabeza y todo eso iba al tacho.

            Las tareas extras de las dueñas de casa para cocinar en aquellos años nada tienen que ver con la realidad de hoy, en que la mayoría de los alimentos vienen listos para meter al horno, si es que ya no están horneados. Las tareas crueles de matar, despellejar, desplumar, destripar se trasladaron a las industrias del ramo. Los niños de hoy no tienen la experiencia de cómo la carne que viene en su plato antes fue un animal. La carne que saborea nunca la conoció viva.

          Los arqueólgos del futuro descubrirán en los vertederos que nosotros en el siglo XX comíamos cazuela de ave, pescado frito o chuletas asadas por los restos de plumas de pollo, de cerdas de chancho, o por las escamas apiladas de las merluzas.

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