Por Abel Soto Medina
Tímidamente empezaron a llegar los primeros expedicionarios, traían en sus vuelos la esperanza de encontrar un nuevo hogar, y quizás, desde lo alto, divisaron lagunas y desembocaduras, hechos que se transmitieron los machos alfas, y decidieron bajar para inspeccionar la zona o simplemente para hacer un descanso en su peregrinar. Esas preguntas, no sabremos si se hicieron, pero sí con certeza tenemos la respuesta: «¡Quedémonos!»
Así nace nuestra historia de los nuevos vecinos de Penco, hace ya unos años, sin duda, más de diez, que en una tarde tranquila, soleada, el borde de agua de las playas de Penco, se empezaron a divisar, los cisnes, que lucían sus plumajes intensamente blanco y también muy orgullosamente su color negro en su cabeza y cuello, contraste perfecto de la naturaleza para estas preciosas y hermosas aves que vinieron a asentarse en las aguas costeras de Penco, panorámicas que no tuvieron la ocasión de apreciar ni en los amaneceres o atardeceres los turistas de élite que llegaron a Penco en sus años de balneario top, cuando se disponía de afamados hoteles como Hotel Coddou, Hotel Alemán, La Giralda, allá por los años finales del siglo XIX, o sea 1890 al 1900. Y a principios del XX, los turistas que con la llegada del tren, inaugurado el 24 de noviembre de 1889, fue más masiva, sobre todo cuando el año 1916, hubo conectividad de las zonas chillanejas por el ramal costero del Itata, que iba desde Rucapequén a Concepción y que unía muchas localidades a través de sus estaciones de Rucapequén, Quinchamalí, Confluencia, Nueva Aldea, Centro, Ñipas, Magdalena, Coelemu, Ranguelmo, Pissis, Menque, Dichato, Tomé, Carlos Werner, Fuerte (Punta de Parra), Lirquén, Cerro Verde, Penco, Playa Negra, Cosmito, Tucapel, Andalién, Concepción (estación central, hoy Intendencia regional).
Con este medio disponible y de fácil acceso o ya más popular, los visitantes de esos entonces o turistas hoy, disfrutaban de las playas de Penco y sus apacibles aguas, compartiendo la diversión y degustación que otorgaban los casinos de esos entonces instalados en espacios de playa, principalmente entre las calles Roble y Maipú, ahí se distinguían Casino Bahamonde, Huambaly, La Bahía, Cuartito Azul, y cómo no, pero unos años posteriores, El Turismo o Costabella después. Todos quienes transitaron en esas épocas nunca vieron, ni siquiera pensaron o se imaginaron que hubieran visto cisnes de cuello negro en las aguas penconas. Los que sí los han podido apreciar son aquellos turistas o visitantes que han concurrido estos últimos años al afamado y longevo restaurante de Penco, Casino Oriente que sus inicios datan de los años 50, y que se ha mantenido cómo ícono de la gastronomía pencona, así cómo también de sus alegres noches de reuniones sociales de fin de semana o para celebrar las Fiestas Patrias, Año Nuevo, matrimonios o fiestas aniversarios.
Bueno al parecer nos estamos apartando de lo central que son nuestras aves silvestres, hoy se les puede apreciar muy apacibles y juntos a otras especies como las gaviotas, terrines, alcatraces, todas ellas las vi convivir ayer en el sector de Cerro Verde, pasado el cruce de la línea férrea por calle Infante hacia la caleta ya nombrada. Allí el mar hace un remanso especialmente cuando el viento norte empieza a susurrar dejando cual laguna la ensenada de bajo fondo que conserva una enormidad de piedras que fueron depositadas en el lugar, según algunas conversaciones antiguas, por la infinidad de veleros que las usaban cómo lastre, hecho que se podría tener cómo teoría, pero que pasa a formar parte del mito de las aguas del mar de Penco.
En nuestros días de infancia, era normal ver bandadas de cuervos, patos lile, guanayes y otros cormoranes, llegando a los humedales del río Andalién, y que los clubes de caza de Penco, hacían un festín entre comilla deportivo, en esos años para realizar su tiro al vuelo, y que ganaba el equipo que más ejemplares mataba. Para suerte de los cisnes de cuello negro ese «deporte» ya está en extinción y pueden seguir reproduciéndose por éstos lugares para decorar lo maravilloso de la naturaleza y de éstas flamantes aves acuáticas, que no pasean volando, sino disfrutando con nadar para conseguir su alimento y así conservar la especie.
Revisión de estilo, N.Palma
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