RESTOS DEL HOSPITAL COLONIAL DE PENCO (Dibujo de Le Bretón, 1838). |
En un hospital se nace, se sana de alguna enfermedad o se muere. En tiempos normales y dependiendo del momento en la historia, se da un cierto balance de estas tres situaciones: tantos nacen, tantos sanan, tantos mueren.
Lo anterior que nos valga como intro para una breve reflexión.
En los tiempos coloniales de Penco, sus habitantes sabían que estaban muy lejos de hospitales de renombre. En lenguaje actual diríamos, establecimientos de alta complejidad. Sin embargo, para tranquilidad de los pocos habitantes, en su mayoría peninsulares, existía acá un hospital, un recinto al menos con ese nombre. Se llamó el Hospital de Nuestra Señora de la Misericordia y estuvo al cuidado de monjes de la Orden de San Juan de Dios. Se ubicó en la última cuadra de calle Penco entre la playa y el estero y se levantaba junto a la Iglesia de esa orden. Resultó destruido con los terremotos, en particular por aquel devastador sismo de 1751.
El hospital seguramente se especializó en atender personas heridas. Difícil sería imaginar otros servicios salvo los nacimientos. Quizá fue más un lugar para lograr un buen morir, con las atenciones espirituales y del alma que administraban aquellos monjes caritativos. Esa pudo ser la normalidad de entonces.
¿Podríamos establecer una remota coincidencia con nuestro momento en la historia? Quizá el verbo apropiado no sea establecer sino extrapolar.
La normalidad del tiempo presente, ese balance enunciado al inicio, fue alterado por la pandemia del corona virus y quienes contraen el mal van a los hospitales en busca de mejoría, pero también con algún grado de pesimismo puesto que al no existir cura para ese mal, se reducen las opciones de salir vivos de allí. Por eso, las insistentes campañas de las autoridades de salud para prevenir. Algo parecido ocurría en aquel hospital de Penco de la colonia, pocas posibilidades de recuperación. Tal vez desde el púlpito pencón, algún sacerdote también hizo advertencias a evitar en lo posible heridas graves por las pocas posibilidades de una total recuperación a falta de medios.
Existe una semejanza entre el ayer y el hoy, dadas las realidades derivadas de las limitaciones humanas. Valió y vale, en ambos casos, la máxima atribuida a Séneca: “Aunque el miedo tenga todos los argumentos, aférrate siempre a la esperanza”.
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Nota: Agradecemos las colaboración en datos de Jaime Robles Rivera, presidente de la Sociedad de Historia de Penco.
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