sábado, diciembre 11, 2021

LOS MITOS URBANOS DE PENCO

TESTIMONIOS DE LA COLONIA EN PENCO. A la izquierda, el piso de una iglesia del pasado descubierto en excavaciones arqueológicas, a la derecha un vaso hallado en el mismo sitio de investigación.
         
             Oímos decenas de historias irreales, de apariciones y de fantasmas en Penco durante el siglo XX, relatos que mezclaban lo imaginario con lo tangible, hecho que a veces nos producía confusión, dónde terminaba una cosa y dónde se iniciaba la otra. «Todo eso que se dice es por la falta de luz», me comentó en una conversación un trabajador acerca de esos cuentos mientras pintaba una tumba en el cementerio parroquial, días antes de un primero de noviembre allá por los 50. Y para redondear su argumento de pura racionalidad, continuó: «mire usted a su alrededor,  bajo la luz del sol no se ven fantasmas porque no existen; en cambio en una noche aquí, nos asustaríamos por cualquier motivo ridículo ante la ausencia de luz...». Terminado su discurso el hombre guardó silencio por unos instantes y al fin siguió pintando.

          «La gente sencilla de los campos en otros tiempos inventaba todos esos cuentos», decía sobre esas cosas con una sonrisa pícara don Varo (su nombre era Evaristo), un vecino mayor de Penco, quien vivía frente a la población Perú, estableciendo así una diferencia elitista entre los citadinos pencones y esa gente sencilla que él mencionaba.  

           Sin embargo, en este siglo XXI esos relatos escatológicos no han desaparecido como era de imaginar; igual se siguen oyendo incluso un medio día cualquiera. La diferencia entre el ayer y el hoy sobre cuentos de este tipo es que ahora quienes narran tienen un punto a favor en qué apoyarse: la tecnología. Veamos.

          En septiembre de 2016 asistí a observar los trabajos de científicos mexicanos en Penco para confirmar o descartar la ubicación de antiguos edificios históricos cuyos zócalos habían sido tapados por la tierra con el paso del tiempo en la manzana sur de calle Chacabuco y Las Heras, frente a la ex escuela La Tosca. En ese sitio se buscaba el solar de un desaparecido convento colonial. Bastó con que supiera el porqué de esas investigaciones, para que vecinos conectaran ese hecho con supuestas apariciones de siluetas de monjes con capuchones  caminando en la oscuridad por ahí, según decían algunos que las habrían vito.

         Una persona letrada (me reservo su nombre) me dijo que él oyó también a gente que juraba haberse sorprendido de ver sombras con apariencias de monjes en el sector donde trabajaban los científicos. De confirmarse eso que los arqueólogos buscaban bajo la tierra con sus equipos tecnificados avalaría las visiones, creí entenderle a esa persona. Se creaba así un tejido imposible e ingenuo entre la realidad y la no-realidad. Incluso si estiráramos más este enredo, alguien perfectamente concluiría que los fantasmas orientaban los trabajos de búsqueda: «por aquí, por aquí, por aquí...». 

          El ciclo de las historias imaginadas atribuidas antes a la gente sencilla de los campos ahora está presente entre citadinos, salvo que esta vez hasta podrían aspirar a ser catalogadas dentro de la fenomenología y así justificarlas. De haber estado vivo don Varo habría movido la cabeza resignado en cambio aquel pintor de brocha gorda del cementerio vería confirmada su tesis del efecto de la falta de luz sobre la imaginación, claro que a estas alturas no de la luz física sino la del intelecto. Es que el ser humano seguirá siendo una eterna pregunta, jamás una respuesta... también en Penco.

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