lunes, febrero 28, 2022

BOTEROS DE SANTA JUANA SE JUGABAN LA VIDA EN EL BIOBÍO

EL MAJESTUOSO BIOBÍO. Fotos de nuestro archivo
captadas desde el camino que cruza el cerro entre Hualqui y Talcamávida.

         Talcamávida y Santa Juana son localidades hermanas, casi de la misma edad, apenas con ocho años de diferencia. Las fundaron los españoles, la primera en 1757 y la segunda en 1765. En ambas emplazaron fuertes con cañones amenazadores para marcar territorio conquistador en suelo araucano en plena lucha de la frontera. Las dos se miran entre sí como los extremos de una mancuerna cuya unión (o separación) es el rio Biobío. Caudaloso y arremolinado, casi imposible de atravesar en el invierno. Durante el verano, presenta una cara apacible en la superficie pero el lecho está lleno de bajos creados por bancos de arena en constante movimiento. Peligroso y traicionero con los intrépidos y con los distraídos que dan el paso. El Biobío es un gran rio salvaje y al mismo tiempo, solemne y bello desde donde se lo mire.
SE INICIA EL CRUCE DEL BIOBÍO. Foto tomada del libro
«Hualqui Patrimonio y Rutas Patrimoniales».

             Por su anchura, ni los gritos se oyen de una ribera a otra. La imposibilidad de contar con un puente directo planteó desde los inicios la necesidad de contar con un servicio de botes para ir en los dos sentidos. El cruce regular exigía disponer de embarcaciones de uso exclusivo, de boteros con dedicación a tiempo completo y que estuvieran organizados. Sólo de ese modo habría una coordinación para disponer el movimiento de los botes, calcular los horarios de zarpes, las llegadas al otro lado y las demoras por lo impredecible del rio. Un orden de este tipo la imponía el ferrocarril con horarios fijos que circulaba por la orilla norte y que tenía un paradero en Talcamávida. El tren significaba entonces la única conexión con el resto mundo para todos los pueblos de Chile, con excepción del extremo austral. Y para estar integrada a la red ferroviaria, Santa Juana necesitaba por adición de botes para cruzar el gran rio.  Estos bogadores particulares vivían de la actividad y sin duda contaban con el respaldo de la autoridad local. 

      En la década de los 80 se terminó la pavimentación de la ruta de la madera. Se podía ir rápido de Santa Juana a San Pedro para el uso inmediato de los puentes. El gobierno de entonces inexplicablemente se olvidó del ferrocarril para privilegiar el transporte por carreteras. Chile perdió sus trenes. Vinieron los microbuses y el explosivo aumento del número de los automóviles, Santa Juana ya no necesitaba más de boteros.

NAVEGACIÓN EN UN RIO CAPRICHOSO

            Hay que despejar mitos. Este servicio regular de travesías de esos años no fue para nada romántico ni siquiera en verano debido a la errática conducta del río. Las corrientes, los remolinos y los lomos de arena aleatorios en el fondo, complicaban en extremo la navegación en los bajos. La fuerza del flujo de agua obligaba a los boteros remar al sesgo cuidando al mismo tiempo de no quedar varados. Estas condiciones exigían de mucha experiencia y conocimiento práctico. Sin embargo...

LOS BOTES a menudo encallaban en los bajos arenosos del rio
haciendo más dificultosa la tarea de los bogadores. Foto,
revista En Viaje.

EL BOTE DE LA TRAGEDIA            

          ...han transcurrido tantas décadas que pocos recordarán la tragedia que cobró la vida de 13 personas al volcar un bote a remos que iba desde Talcamávida a Santa Juana llevando los pasajeros que habían bajado del ramal Talcahuano-San Rosendo. Al parecer el número de gente era superior a la capacidad de la embarcación, como en tantas otras ocasiones. El accidente ocurrió en la mañana del 9 de agosto de 1957. Al igual que en todos los siniestros, hubo una combinación fatal de circunstancias naturales adversas y de errores desafortunados: se había levantado un fuerte oleaje, el bote navegaba con peso máximo y, se dijo después, que a medio camino un pasajero tuvo la mala ocurrencia de sacudir su pesada manta de castilla. La embarcación volcó en el acto y las víctimas desaparecieron en las turbias aguas del rio.

TRES REMEROS Y UN TIMONEL constituían la trpulación de
un bote de pasajeros. Foto, revista En Viaje.

EL RECUERDO DE LAS VÍCTIMAS

            Cuando se cumplieron 50 años del hundimiento, el 9 de agosto de 2007, don Alejandro Chávez Hidalgo escribió una carta al diario El Sur para recordar el suceso añadiendo detalles: «Alrededor de las diez y media de la mañana llegó el tren Ordinario a la estación de Talcamávida. Los pasajeros que se dirigían a Santa Juana enfilaron sus pasos hasta el embarcadero donde esperaba el bote de Raúl Jofré Opazo junto a otros dos que hacían también de lanchas colectivas. En el embarcadero de Santa Juana varias personas lo estaban esperando, las que miraban atentamente las maniobras de la embarcación para sortear el fuerte oleaje que se había levantado en el río. De repente, ante sus asombrados ojos, vieron cómo el bote desaparecía. Inmediatamente dieron la alarma. En pocos minutos un puñado de vecinos junto a los policías del lugar hizo un desesperado esfuerzo por salvar la vida de los tripulantes y pasajeros. El bote de auxilio llegó sin menores contratiempos hasta el mismo lugar de la tragedia sin encontrar sobrevivientes. A unos sesenta metros del naufragio, en una pequeña islita, se encontraban los únicos que habían logrado salvarse: Raúl Jofré Opazo, 20 años, dueño del bote; Pedro Muñoz Palma, 22 años, tripulante; y los pasajeros Pedro Matus Silva y Ricardo Toledo Vergara, ambos de 20 años de edad. Los demás, 13 en total, habían desaparecido».

            En la publicación «Relatos de la Vida Cotidiana», de la Federación de Uniones Comunales de Adultos Mayores de Concepción del 2017 (páginas 47 y 48) una mujer joven de esos años recordó las dificultades para cruzar en cualquier temporada, dijo:

           «Nosotras para ir a Concepción cruzábamos el Biobío en bote. Había 16 botes y 4 balsas, ya que se podía cruzar 3 veces al día y en Talcamávida se podía tomar el tren «Valdiviano». Lo más terrible era atravesar durante el verano porque el río se achicaba y en la orilla había pura playa. Ahí teníamos que sacarnos los zapatos y caminar por el arenal. Como se nos quemaban los pies con la arena, llevábamos otros zapatos para avanzar por la playa. Otras veces el bote se varaba y no podía seguir. La travesía duraba como una hora. En invierno cuando el río estaba muy caudaloso era un riesgo mayor cruzarlo con viento y lluvia. No quiero ni acordarme del accidente que hubo el año 57 cuando un bote se dio vuelta porque un caballero sacudió una manta de castilla...».

PARIENTES DEL EX PRESIDENTE Juan Antonio Rios (en el recuadro)
posan para la revista ferroviaria En Viaje en el embarcadero de Santa Juana (1943).
Con bastón, don Amador Rios, primo del ex mandatario. 

RAÍCES DE UN PRESIDENTE DE CHILE

            La familia paterna del ex presidente de Chile Juan Antonio Ríos (1942-1946) es de Santa Juana y se remonta a cuatro generaciones. El primero en establecerse en el lugar fue don Pedro Ríos, tatarabuelo del presidente, quien llegó en 1765 el mismo año de la fundación y se casó con doña Josefa González. Del matrimonio nacieron Juan Ríos González, bisabuelo, quien se casó con Leonor Villagrán. El matrimonio tuvo a Lorenzo, abuelo, quien se casó con Micaela Gallegos. Tuvieron tres hijos, uno de ellos Anselmo, padre del presidente. Sin embargo, Juan Antonio Ríos nació en el fundo «Huichicura» de Cañete, en 1888 lugar a donde su familia se había trasladado. Santa Juana fue capital de departamento hasta 1875, cuando el gobierno decidió trasladar la sede del gobierno comunal a Coronel. Por esos años algunos brazos del Biobío eran navegables. Dos vapores subían por el rio hasta la zona de Nacimiento, donde cargaban productos, mayormente trigo, los que eran traídos hasta Santa Juana. Esos vapores eran el «Biobío» y el «Laja».

VALDIVIA VADEÓ EL BIOBÍO EN TALCAMÁVIDA

            En el siglo XVI al inicio de la conquista uno de los vados más recomendados para cruzar el rio fue Talcamávida el que permitía conectar con los fuertes de Tucapel, Purén y Arauco. Por ese mismo vado cruzó el gobernador Pedro de Valdivia en diciembre de 1553 para ir en auxilio del fuerte de Purén, viaje en el que encontraría la muerte. Otros vados que también se usaban fueron los de Hualqui y del valle de La Mocha (actual Concepción). Este último permitía cruzar a San Pedro donde se emplazaba un fuerte. Los vados determinaron la configuración de dos caminos principales en la zona: el camino «la cordillera de la mar» que iba de Concepción (La Mocha) vía Hualqui para llegar a Talcamávida, donde se cruzaba el río hacia Santa Juana. Esa senda continuaba a través de los cerros para terminar en Lota. El segundo camino se abría paso por la costa siguiendo casi el mismo trazado de la carretera actual que va a Arauco.

«UN ANCHO DE MILLA Y MEDIA»

           El español Antonio Pineda, integrante de la expedición de Alejandro Malaspina visitó Chile en 1790. Incursionó en Santa Juana, Talcamávida, Quilacoya y Hualqui entre los meses de febrero y marzo de ese año. Cruzó el rio en Concepción hacia San Pedro, de ahí orillando el Biobío llegó a Santa Juana, atravesó a Talcamávida aprovechando que el rio llevaba poco caudal por el verano. Escribió sobre esa experiencia particular: «Nos embarcamos en una balsa de madera que tendrá 10 varas de largo sobre un pie de diámetro, reunidas por flexibles ramas y tres o cuatro maderas que lo atraviesan. Tal es la simple armazón de esta máquina que la dirige un caballo y un hombre con un bichero (una vara con un gancho en un extremo). La carga se pone con precaución…y así se atraviesa un río de milla y media de ancho. Su extensión, la mansedumbre de las aguas distraen al pasajero, que pasa incómodo y arriesgado; los pies se mojan, los equipajes no van seguros ni preservados… El fondo del río es muy arenoso y lleno de bajos. Nuestra embarcación varó y no se pudo arrancar en un cuarto de hora. La fortaleza (de Talcamávida) era un cuadrado de más de 70 varas con sus cuatro cañones baluartes, buen foso, pero pequeños cañones».

           RELATOS PENCONES SOBRE LOS BOTES

ANA PALMA (mi querida tía Anita) Y FLORENTINA HIDALDO
(señorita Flora) tuvieron experiencias de esas travesía
como pasajeras.
                 Personas de Penco, que ya no están, vivieron experiencias en la travesía del Biobío en botes desde Santa Juana a Talcamavida y vice versa. Por ejemplo, Florentina Hidalgo Villarroel (la señorita Flora, como le decían cariñosamente en la casa de los Suárez), quien prestara servicios por muchos años en esa casa del doctor, y que era originaria de Santa Juana, contaba las verdaderas peripecias a que se enfrentaba cada vez que debía ir a Concepción en su juventud. La señorita Flora narraba también otras historias de viajes a Lota a vender productos obtenidos del trabajo familiar. Para ese fin empleaban carretas tiradas por bueyes y seguían la senda de la colonia, cruzando los cerros, para llegar a la localidad carbonífera. Al regreso traían los abarrotes para el hogar. Aunque más largo y solitario, ese viaje, que les tomaba dos días, era menos riesgoso que cruzar el río para ir de compras a Concepción. Ana Palma, tía del autor de esta crónica, también contaba historias parecidas del cruce en bote del Biobío, cuando ella con su marido vivían en el fundo Pinares, trabajando durante la temporalidad de cosecha maderera. Decía que el miedo de atravesar el rio en esos botes llenos de pasajeros, con frío, con viento, con lluvias o bajo un sol abrasador ella no se lo deseaba a nadie. Pero, no quedaba otra opción, la gente iba y venía en esas embarcaciones sorteando los bancos de arena o las corrientes fuertes de las partes más hondas.

EN CARRETAS TIRADAS POR BUEYES se llevaban los productos
hasta el embarcadero de Talcamávida, especialmente en verano,
cuendo el cauce disminuía. Foto revista En Viaje.

UNA DESCRIPCIÓN POÉTICA

          Una visión más poética de una travesía nocturna nos entrega el periodista de la revista «En Viaje» de ferrocarriles. Su relato hace justicia al trabajo esforzado, poco reconocido de esos boteros y devuelve el romanticismo, la belleza y la paz al mítico cruce del rio Biobío. En 1943 la publicación dedicó una edición especial con los ancestros del nuevo presidente de Chile Juan Antonio Ríos, a las localidades de Santa Juana, Cañete y Talcamávida destinando un equipo de reporteros y fotógrafos. Al final del día de visita a la localidad santajuanina, los enviados volvieron en bote en un servicio fuera de itinerario para tomar un autocarril, porque trenes ya no pasaban a última hora de la jornada. Dice el texto periodístico:

HERNÁN OLATE, el
timonel de 16 años
.


«...emprendernos el regreso a Talcamávida para volver a Concepción. Ha anochecido. En el cielo empiezan a brillar, como cabezas de alfileres, las estrellas. Un panorama de misterio conturba nuestro espíritu. Arauco sueña y el Bio-Bio, salpicado de reflejos lunares, arrastra sus aguas mansas. Los boteros reman y Hernán Olate maneja el timón como si fuese navegando por un rio de plata».


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AGRADECIMIENTOS:

-A Luis Hernán Espinoza Olivares, profesor de historia de Hualqui e investigador, quien nos facilitó el ejemplar de la revista «En Viaje» y otros manuscritos sobre la relación Talcamávida-Santa Juana.

-Libro «Hualqui Patrimonio y Rutas Patrimoniales», autor Luis Hernán Espinoza Olivares.

-Manuel Suárez Braun por sus comentarios sobre la experiencia de Florentina Hidalgo Villarroel.

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