PASAJEROS DE UN VAGÓN de tercera clase, del ramal San Fernando-Pichilemu. (Tomada de internet). |
UN CONDUCTOR posa junto a la locomotora de su tren. (Internet). |
AGATHA CHRISTIE ¿nos penó en el chillanejo? |
Los temas de conversación del viaje en primera eran la política, las próximas elecciones, un trascendido de algún senador renombrado, los negocios, las noticias, las variaciones de la bolsa, las cosechas, las trillas, el problema del gorgojo del trigo, el precio de la pipa de vino, del quintal de harina, la peste del tizón que dañaba la producción de papas, el valor del metro-ruma de madera, los precios de los vacunos en la feria de Chillancito, las próximas carreras a la chilena en tal o cual lugar, algo de fútbol y mucho de boxeo.
En la segunda clase viajaban dueños de restaurantes o de casinos en plan de conseguir productos frescos, de primera mano y baratos para sus cocinas entre vendedores habituales de los pueblos por donde pasaba el tren; parientes de algún finado que regresaban del funeral; carabineros de franco vestidos de paisa; vendedores viajeros de farmacéuticas; estudiantes de internados de visita a la casa de sus padres; militares-clase con sus uniformes de calle; personal subalterno de ferrocarriles en funciones del servicio; estafetas empingorotados de empresas con documentos bancarios y correspondencia confidencial; etc.
Los temas que se hablaban en segunda clase estaban más centrados en el comercio y en los precios al pormenor. El valor de un litro de vino, el saco de carbón vegetal, la carestía de los remedios, planes de hospitalizaciones para intervenciones quirúrgicas. Pelambrillos sobre desavenencias. También se hablaba de política, donde el partido que la llevaba era el comunista. Se comentaban las mañas de algunos preparadores de caballos y las perspectivas de las próximas carreras.
NIÑOS POSAN para la cámara de papá en un vagón. (Internet). |
En el carro de tercera clase el pasaje valía la mitad, conveniente si se tiene en cuenta que el propósito de llegar a un destino se cumplía igual que en primera. En estos vagones viajaban obreros, jornaleros, trabajadores informales, comerciantes ambulantes con sus canastos, familias con sus numerosos hijos. Iban sentados en forma rígida a causa de los duros espaldares de los escaños de madera. Carros mal iluminados, ruidosos por el traqueteo. Para hacerse oír el conductor subía el volumen de su voz: “¡los boletos!”.
Algunas personas del vagón de tercera clase hablaban poco por timidez. Pero, los parlanchines de siempre contaban historias y chascarros de sus jefes. En ningún otro coche del chillanejo la gente hacía más amistades y entablaba conversaciones con cualquier extraño. Como no llevaban nada entre manos para leer o matar el tiempo trababan pláticas con quienes tuvieran al lado o al frente. La gente socializaba mucho, incluso se daban direcciones y se prometían visitas. Eran amistades que duraban nada más que lo que duraba el trayecto.
Tengo un recuerdo que avala esto que digo: En una ocasión, en Dichato subieron al chillanejo en el que yo viajaba, Gerardo, un niño que era mi amigo, y su padre, ambos de Penco. Me reconoció en el acto y se alegró de verme y poder conversar. Noté que su papá venía un poquito alegre y que de inmediato se puso a hablar con unos pasajeros que estaban sentados más allá como si hubieran sido viejos conocidos. Gerardo sorprendido no le despegaba la vista. Unos minutos después, el papá se paró de ese asiento y se alejó un poco más, donde saludó a otras personas y también se puso a conversar con ellas. En seguida, se paró de nuevo, regresó, pasó de largo por el pasillo y saludó a más gente, charlando con todos ellos vívamente motivado. Esto se repitió varias veces, el hombre actuaba como un relacionador público en un evento de empresa, sólo le faltaba la copa en la mano. Entonces Gerardo con una sonrisa y con orgullo por la cordialidad con que los pasajeros respondían a lo que les decía su padre, gente que él no conocía, me comentó: «Mi papá parece ser amigo de todos los del tren».
En carros de tercera también viajaban delegaciones de colegios, boy scouts, bomberos. Un carro de tercera, resultaba en consecuencia uno de los lugares más democráticos para un viaje en tren. Todos podían hablar con todos.
LA EX ESTACIÓN DE PENCO. |
Un tren del futuro que retome estos viajes, previa inversión de nuevo tendido de vías y lo demás, será distinto. Sin embargo, cuando la gente sueña con el regreso del tren lo hace pensando en el evento, en lo glamoroso que resulta ir en ferrocarril, no lo imagina como un medio rutinario de transporte, como ocurre hoy con el metro de Santiago, por ejemplo, que no es para nada glamoroso. Si ese tren del porvenir se estableciera como un servicio regular, en primer lugar sus recorridos deberían demorar menos. Fueron las interminables seis horas de viaje entre Concepción y Chillán, unos 100 kilómetros, lo que causó la declinación y muerte del chillanejo, porque surgió la eficiencia del automóvil y la posibilidad de que la gran mayoría pudiera acceder a ellos así como el desarrollo de las carreteras. La mejor ventaja del auto en relación con los trenes de tramos cortos y medianos es su rapidez y gracias a los caminos llega a todas partes. Sin embargo, los autos generan otros problemas, lo sabemos muy bien, asunto que abordaremos en un próximo post.
Así las cosas, el tren chillanejo (1916-1980) fue, en realidad, la víctima empobrecida de la época moderna, donde la primera exigencia para un transporte es la prisa.
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