domingo, julio 10, 2022

CANTIDADES DE LUZ: LA NOCHE ES NOCHE Y EL DÍA ES DÍA

TRONCOS de árboles de la plaza rodeados de fuentes de luz de alto lumen.
        
POR JUAN ESPINOZA PEREIRA, docente, desde Copiapó.


          L
a realidad natural es una unidad compuesta de partes, todas ellas interconectadas cumpliendo una función para sí y para las demás; cada elemento de la realidad en su accionar influye directa o indirectamente en la realidad. La energía que libera el aleteo de un colibrí, por ejemplo, es recogida por la planta que le permite liberar con potencia el O2, y al observar este acto estético con pasión, nos hará sentir plenos y maravillados como personas. El universo es una unidad, pero cada componente tiene su movimiento y ritmo propio de «vida» no siempre comprendidos ni respetados por nosotros los seres humanos, quienes al parecer somos la única especie con dificultad para entender al universo y la naturaleza. Entre los humanos hay quienes se ufanan en auto declararse civilizados, modernos y/o posmodernos.

        Todas las especies, excepto el homo habilis-sapiens, están conectadas con la naturaleza y no necesitan intermediarios para comprenderla y vivir en-y-con ella. Los hombres requieren de las ciencias para acercarse a la naturaleza, pero jamás para llegar a la aprehensión y sumergirse en ella. Hago la excepción de las culturas que eufemísticamente los civilizados llaman bárbaros, quienes viven conectados día a día con natura sin mayores problemas y que el mundo occidental no entiende. Los así llamados bárbaros tienen un respeto único por natura, por eso cada día se le saluda en las mañanas, se despide al anochecer, se le entregan alimentos en rituales, se agradece por lo entregado: los alimentos, la vida, el aire, etc.; jamás se le falta el respeto a la ñuke mapu, la pacha mama, ngenechén o al tata inti.

          Cuando el sujeto abandona la soberbia de la racionalidad como único medio para conocer la realidad, entonces logra entender que natura tiene ritmos propios y que obedecen a la actuación de otros elementos que cohabitan, hoy le llaman ritmos circadianos, es decir, cada componente de la naturaleza tiene un ritmo que le permite cumplir una función en ese todo cósmico (estimo que el señor Crovetto –excepcional agricultor de Florida fallecido recientemente– aprehendió este ritmo natural sin recurrir a fertilizantes químicos para obtener mejores cosechas de trigo).

          Hace poco conversé con un pencón de paso por Copiapó, muy orgulloso él de su ciudad (sin saber que yo era también medio pencón), me hablaba de su historia, de la plaza y lo hermosa que era, de los lugares para visitar, que estaba cerca de Concepción donde había malls, etc. Me llamó mucho la atención el énfasis que puso en la plaza, pues la colocó a la altura de las que existen en grandes urbes europeas, con luces durante toda la noche, con sus esculturas en madera. Sólo me dediqué a escucharlo por lo orgulloso que estaba de su lugar de origen.

          A raíz de esa conversación, luego de despedirme, se me vino el recuerdo de la plaza de Penco, en la cual disfrutábamos los chiquillos de los '70s-’80s, con esos Tilos añosos, con la pileta de azulejos de Fanaloza, con ese odeón donde tocaban pequeñas bandas, las vueltas sin fin alrededor que dábamos durante la semana pencona. Comparé aquellos recuerdos con mi última visita al origen durante este verano. Cito la situación: Por un motivo que explico aquí, yo debía estar en la plaza a las 04:00 AM; se me advirtió que tuviera cuidado, que era peligroso y otras advertencias por el estilo, pero no podía faltar para recoger en ese lugar una maleta que venía en un bus interprovincial que me había enviado mi hija y que pasaba a esa hora tempranera. Grande fue mi sorpresa al ver una plaza iluminada hasta enceguecer a una persona, sus árboles estrangulados por serpentinas de luces blancas que iluminaban… ¿a quién iluminaban? ¿a quién asombraban a esa altura de la madrugada? Me acerqué a varios de esos árboles y constaté que las mangueras iluminadas que rodeaban a los Tilos estaban sujetas con grampas metálicas o con clavos muy grandes para impedir que las robaran. Entonces, se vinieron a mi mente una serie de emociones e ideas que esta situación era un atentado a los ritmos circadianos, una ofensa a natura, una forma de romper los ciclos naturales de los seres vivos. De inmediato lo asocié al tribuno Cayo Graco, asesinado a golpes en Roma el siglo II a.C. por su convicción de que la tierra debía ser entregada a cada ser humano para sobrevivir, cada garrotazo que recibía era un clavo que se incrustaba en su cuerpo por sus ideas. Y, por otra parte, sin creer en la religiosidad occidental, me llevó a asociar también el sufrimiento de Jesucristo crucificado con clavos en una cruz.

          Aquellos árboles pencones no hacen más que emular a estos personajes. Imaginé el momento en que el martillo hizo contacto con el clavo para incrustarse en esa débil y delicada piel de los árboles pencones: ¿cuánto «dolor» irradió esa energía al cosmos? En las escuelas penconas se sigue enseñando que «los árboles trabajan durante la noche» y los docentes no mienten. El ritmo circadiano nos indica que los árboles pencones necesitan la oscuridad natural de la noche, la necesitan para realizar esa maravillosa actividad de la fotosíntesis: atrapar el CO2 y liberar oxígeno para que los pencones se oxigenen sin que se den cuenta.

          Entiendo que alguien quiera estar a la altura de las ciudades europeas, de una ciudad moderna que acoja a turistas nacionales y hacerlos «sentirse como en…», habría que cuestionarse a qué coste natural. Estimo que hay muchos elementos culturales que pueden ser presentados a los estrangiers (extraños en francés antiguo) y que se encuentran en el suelo y subsuelo pencón, en la sociedad pencona actual y la antigua… ¡Por favor respetemos los ciclos de la naturaleza!… ella es más bella cuando la ciencia está alejada y la dejan seguir su ciclo vital.


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