viernes, julio 08, 2022

HISTORIA DE TALENTOS AUTÉNTICOS SURGIDOS DEL PUEBLO DE PENCO

NUESTRO PATRICIO RENÁN, en esta foto de archivo, aparece departiendo con dos estrellas de fama mundial:  a la derecha, Ricardo Montalbán, protagonista de la celebrada serie de TV La Isla de la Fantasía, y a la izquierda de la foto, el telentoso actor mexicano Mario Moreno, Cantinflas. 
 

          Alguna vez en el futuro, la historia comenzará así: hubo una vez en Penco... 

         Fueron tres amigos, cuyas afinidades eran superiores a los lazos de una amistad común. Coetáneos, vivían cada uno a poco más de dos cuadras. Se buscaban, conversaban y se reían. No es fácil encontrar el trasfondo de esa proximidad, pero el tiempo ayuda a discernir. En el alma de esos tres jóvenes de entonces, avecindados –aunque no para siempre en nuestro pueblo industrioso y proletario, se agitaban sueños de alcanzar metas incalculadas, no relacionadas con el dinero sino con el deseo de acercarse a la realización personal. Para soñadores eso es la gloria.

      Sus nombres: el Pato Renán, el Alfonso Piñero y el Chenko Muñoz. En sus encuentros habituales ellos nunca hablaron de cosas etéreas sino del día a día, como suele ocurrir entre personas, digamos, predestinadas. En la escuela el Pato era un niño hiperkinético. Sin embargo, los profesores lo querían y lo buscaban para que presentara un número artístico (que cantara algún canto) en las formaciones del patio de la escuela cada lunes o en los actos cívicos del 21 de mayo o del 18 en la plaza. Eso le agradaba, no fallaba y lo hacía fantástico. 

         Los tres amigos ya adolescentes y, claro con otros y otras más, participaban en malones, esas fiestas juveniles que se realizaban en la casa de alguno. En un malón que tuvo lugar en un domicilio de calle Robles al llegar a O'Higgins, participaban los tres amigos.  «¿En qué estás Pato?», le preguntó a Patricio uno de los invitados. «Estoy, encargado de poner los discos», respondió. Y al poco rato caminó hacia donde estaba esa persona que le hizo la pregunta y le dijo con firmeza mirándolo a los ojos: «Ya me escucharán a mí, cruz p'al cielo. Lo vas a ver...».

ALFONSO PIÑERO, a la izquierda, en uno de sus viajes a Chile y de Santiago a Penco. A la derecha, en una actuación con el elenco del teatro de Hannover, Alemania.
               Alfonso en cambio tenía un solo tema: el baile. Mientras la chiquillada berrinchaba en los recreos, haciéndose zancadillas, correteando de aquí para allá, chuteando una pelota loca en un auténtico caos, Alfonso ejecutaba un pas-de-deux con una bailarina de su imaginación, a su ritmo, concentrado fuera de este mundo del bullicio, mientras otros pasaban como celajes, sin tocarlo, persiguiéndose al pillarse. Daba un paso adelante, poniendo la punta de su pie sobre el pavimento, el mentón levantado y ambos brazos estirados hacia el cielo. Practicaba, era su pasatiempo, era su pasión. 

         El Chenko ejercía liderazgo y estaba en todas, haciendo eso que le gustaba: el deporte. Organizaba partidos de fútbol, saltaba para colgarse en las argollas de los tableros de básquetbol y armaba grupos para algún juego particular de mucho derroche físco. Hablaba con harto volumen, se sabía de inmediato dónde él estaba y lo que decía. No tenía complejos.

OSCAR CHENKO MUÑOZ, en los años 50, junto al camión de su padre.

         Decíamos que los tres no hablaban de estas cosas del futuro sino que vibraban con el presente. Sin embargo, llegó el día en que cada uno se dedicó a forjar su propio destino. El Pato dio en el clavo con el canto, se hizo profesional y se instaló en Santiago hasta el día de su muerte, en marzo de 2022. Alfonso tuvo más de dificultad, primero debió hacerse obrero de Fanaloza, se desempeñó por unos meses en la sección sanitarios, hasta que optó por retirarse para buscar nuevas oportunidades en la capital acordes con sus deseos. Tampoco regresó a vivir en Penco. Empujado por su anhelo, tomó la decisión  de bailar en un escenario. Se presentó en el Teatro Municipal donde solicitó seguir un curso de ballet clásico, su vocación lo ayudó y en cosa de semanas ya formaba parte del elenco estable. Pero, no era suficiente para él, se embarcó a Alemania y se incorporó al teatro de Hannover, donde actuó junto a grandes estrellas. Cuando visitaba Chile decía que donde se presentaba en Europa y le preguntaban su origen, él respondía que venía de Penco. Luego de una corta y meteórica carrera Alfonso Piñero murió en esa ciudad en 1988 como consecuencia de triste accidente de calle. Lo atropellaron cuando se dirigía al teatro. Sus restos fueron sepultados en Alemania. Tenía poco más de cuarenta años. Su hermano Julio contó que chilenos que tuvieron su amistad y que pasan por Hannover, se acercan al cementerio donde reposa para dejarle una flor.

         Chenko optó por quedarse en Penco y comprendió que él estaba hecho para el trabajo fuerte y el deporte, donde volcó toda su capacidad creativa. Dirigió a jóvenes en la práctica de diversas disciplinas, cultivó amistades y todo el pueblo lo conoció y le tuvo gran estima. Rebasaba de entusiasmo en cada proyecto, cantaba en coros ya fuera de boys scouts o de equipos deportivos, fue músico en la banda de guerra de la “Armando Legrand” donde tocaba con maestría el flautín. Murió en agosto de 2021 y está sepultado en Penco.

EL PATO en la casa del doctor Julio César Arriagada, en Santiago.
      Tanto Pato Renán como Alfonso Piñero, cuando en forma individual venían a Penco, buscaban al Chenko para retomar viejas conversaciones y compartir un té en casa de este último. Afloraban las risas del pasado envueltos en un halo de recuerdos.

         Estos tres amigos y compinches ya no están con nosotros, a lo mejor, siguen departiendo animadas chácharas en otra parte. Valga este texto como un podio para estas tres figuras del pueblo auténtico, que se formaron con puro amor propio, en la calle y no en aulas universitarias. Lo lograron, brillaron para sus públicos cada uno en lo suyo. Por eso, ellos permanecerán en nuestros corazones y en las memorias más humildes de Penco.

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