viernes, octubre 07, 2022

EL INOLVIDABLE CAMPANERO DE LA PROCESIÓN



             Comprometerse a hacer repicar simultáneamente tres campanas de bronce, que en conjunto pesarían cerca de una toneda, durante las tres horas de la procesión, sólo pudo ser un desafío para un hombre en Penco: Osvalado Enrique Pérez Aravena, apodado «El Ratón Pérez», quien cada noviembre y por más de medio siglo tomó el reto y lo cumplió como una manda y una devoción. Y no era solamente jalar los cabos de los badajos con el fin de lograr una percusión uniforme y armónica sino también para expresar el sello único del ejecutor. Así, la procesión de la Virgen Nuestra Señora del Carmen por las calles penconas iba siempre rodeada del tañir lejano o cercano de las campanas parroquiales. La historia local no olvidará el esfuerzo --porque aquello era agotador-- y el compromiso de Pérez manifiesto en la sonoridad que sólo él sabía construir.

            Osvaldo Pérez, el campanero, nació en 1922 (a nuestra fecha, hace cien años), sus padres fueron Erasmo Pérez y Ana Delia Aravena. La historia cuenta que tuvo 18 hermanos y que la enseñanza básica la cursó en la escuela La Tosca. Cuando tuvo la edad para cumplir el servicio militar, fue rechazado por baja estatura. Desde niño fue muy católico y en su adolescencia soñaba con que algún día le dieran la posibilidad de tocar las campanas. Observando con atención aprendió el oficio de campanero. En un relato de don Mario Fuentealba se consigna que originalmente las campanas de la parroquia eran tres, hoy sólo quedan dos, y que Pérez para hacerlas sonar en forma melodiosa y por tan largo rato en las procesiones, sujetaba los extremos de los cordeles de los badajos alrededor de su cintura y el torso para no perder el ritmo si se le llegaba a soltar alguno de los cabos. Esta argucia le permitió siempre cumplir su cometido con precisión. Un aporte para la cultura fue su creación particular del «gong» que lograba de las campanas y la percusión en cinco golpes que él usaba para las ceremonias. El relato añade que les cobraba a los curas cuando le pedían que les enseñara esa peculiar combinación de tañidos.

            Pérez no logró tener una vida laboral continua, duraba poco en los trabajos, pero nunca faltó Dios. Por temporadas hacía el aseo general en la parroquia y en sus dependencias. El padre Jorge Fajardo y Raúl Sobarzo generosamente le correspondían con alimentación. También se desempeñó en el puerto Lirquén cumpliendo labores en los patios de acopio; en el casino Oriente ofició de mesero por poco tiempo. Su falta de disciplina le jugó cada vez la mala pasada. Estuvo casado y tuvo dos hijos, que no le sobrevivieron porque el mayor murió ahogado y la segunda, su hija querida, falleció de cáncer.

            Sin embargo, Pérez tuvo una vida social muy activa. Militante de la Falange primero y de la DC, después, decía tener amigos políticos muy encumbrados, para comenzar, el  mismo ex Presidente de la República Eduardo Frei Montalva, Radomiro Tomic, Bernardo Leighton, por nombrar algunos. En la provincia también decía ser amigo del diputado Alberto Jerez y del ex senador Tomás Pablo, parece que con razón. Tanto así que en un frío día de invierno el senador se despojó de su abrigo y se lo regaló. Como Pablo era alto y Pérez, chico, la prenda le quedaba tan larga que casi rozaba el suelo. Por ese inconveniente en los alrededores de su domicilio en calle Cruz le agregaron el apodo de «Rey de Bastos» sin haber perdido, por cierto, su alias original.

         Don Mario Fuentealba, entre las anécdotas por él anotadas de nuestro personaje, nos cuenta que en una ocasión el municipio lo designó como vigilante del fuerte de La Planchada, a modo de crearle un empleo permanente. Para ese propósito se le construyó una garita junto al monumento, la que no duró mucho porque desconocidos molestosos le allegaron fuego y se la quemaron. Fin al empleo de moderno centinela de la Planchada. Le gustaba el fútbol, pero tampoco calificó para que lo integraran a algún equipo. Canalizó su inquietud incorporándose a las hinchadas. Los clubes de sus amores fueron el Deportivo La Cruz y el Coquimbo Crav. Finalmente diremos, citanto el relato de Fuentealba, que fue un hábil mariscador gracias a su destreza para bucear. Desde las bases del desaparecido muelle de la Refinería sacaba locos y chumilcos sumergiéndose por largos segundos.

            Cuando Pérez falleció dice el relato de Mario Fuentealba «por disposición del padre Pedro Arregui su cuerpo fue velado en el salón parroquial y la noticia de su partida causó un gran dolor en el pueblo de Penco». Y agrega el texto respecto de su funeral: «Ese día estaba hermoso con mucho sol. Pero cuando lo sacaron de la parroquia comenzó a llover torrencialmente y tan pronto lo sepultaron cesó la lluvia y apareció de nuevo el sol. Por el cariño hacia su persona la parroquia de Penco le concedió un nicho sin costo para su familia».

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Agradecemos tanto a Manuel Suárez la producción de esta historia y al escritor local Mario Fuentealba, quien aportó los datos citados.

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