La cantante Mon Laferte, en su presentación en el Festival del Huaso de Olmué 2023, me evocó a una antigua cantora de Penco, en el momento en que ella, Mon, compartió el escenario con Chabelita Fuentes, cantora del folclore tradicional y ambas interpretaron una tonada. Fue bella esa imagen, llena de generosidad y simbolismo, de una joven con una mujer mayor unidas por la música. Y he aquí la conexión: en los años 50 en Penco tuvimos a una hermosa cantora, quien quizá ya fue olvidada, pero que aún así permanece en mi memoria y de ella les hablaré en este post.
Sólo supe que la nombraban abuela Paula. La recuerdo alta, delgada, fina, pálida con rasgos que hacían deducir que en su juventud fue una mujer atractiva. Vivía en calle Alcázar al llegar a Las Heras, vecina de otro cantor popular Raúl Oliveros, fallecido el 2013. Doña Paula tenía una guitarra, de esas de encordadura con clavijas de madera, se la conocía al dedillo y la tocaba como nadie. Como que el instrumento formara parte de su alma...
Doña Paula hacía vida social y se la veía con frecuencia caminando por las calles de Penco. Diligente, activa, rápida. Sin duda gozaba de buena salud y quizá se cuidaba. Cuando la conocí debió estar cerca de sus setenta. Con muy pocas probabilidades de equivocarme, para mí doña Paula era originaria del campo. O de los alrededores de Penco: Primeragua, Cieneguillas o de más lejos: Menque, Guariligüe, Ñipas, quizá. Al parecer no tenía mucha historia en nuestro medio. Digo esto porque su círculo no era muy amplio, a diferencia de otros artistas populares conocidos y reconocidos. Me parecía que doña Paula aún estaba en esa etapa de hacerse su ambiente en Penco. La ayudaba esa enorme virtud de tocar bien la guitarra, cantar tonadas conocidas y otras recopiladas por ella, o sea, una cantora de verdad.
La vi actuar en reuniones sociales informales, adonde ella llegaba con su guitarra y no hacía falta que se lo pidieran, comenzaba a tocar nomás. La recuerdo sentada en una silla, inclinada sobre su instrumento, afinándolo, primero apretando las clavijas que crujían como un rechinar de dientes por la tensión y roce de la madera; rasgueaba después a modo de prueba a que diera bien las notas. En seguida se echaba hacia atrás con su guitarra bien segura en el regazo. Cuando su canción era alegre, su voz estaba en el tono. Si el tema iba por el lado nostálgico, doña Paula cantaba con sentimiento fingido. Sacaba aplausos y su rutina podía prolongarse por una hora. Se notaba que cultivaba su arte, no lo improvisaba.
De ella me acordé cuando vi a Mon Laferte cantar con doña Chabelita, quien cuando finalizaron dijo en voz alta «¡Que vivan las cantoras de Chile!» Fue en ese momento en que me propuse escribir estas líneas pensando en la abuela Paula; no lo sé pero a lo mejor es posible que alguien más la recuerde todavía en Penco.
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