A la edad de 84 años ha dejado de existir el gran
folclorista pencón, ex estibador de Lirquén y ex pescador de Penco, don Raúl
Oliveros Díaz. Su deceso se produjo en el hospital Higueras de Talcahuano. Sus
restos fueron trasladados a su casa de calle Alcázar 375, Penco, para el velatorio. Decenas de amigos y
familiares concurrieron a esa dirección para tributar un sentido homenaje a don
Raúl, un hombre ampliamente conocido y querido en la comuna. Su funeral se efectuó en el cementerio
parroquial de Penco luego de un oficio religioso en su
domicilio.
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Raúl Oliveros era un hombre ladino, cultor de la picardía
chilena y los juegos de palabras. No era un payador, pero le gustaba la rima
expresada en los versos de las canciones que interpretaba y componía. Cantaba
con el alma y ejecutaba su acordeón de botones como ninguno. En alguna reunión
cuando don Raúl estaba presente no se pasaban penas y si las había él las
aventaba con una buena salida chilena o la talla oportuna. A él nadie le venía
con cuentos, las sabía todas, como que se inició en el duro oficio de pescador,
donde las bromas vuelan para envalentonarse unos con otros arriba de los botes cuando
los pescadores son sorprendidos por el viento de travesía. Y a este respecto,
don Raúl fue siempre prudente en el mar; no se internó más allá de los límites
de la isla Rocuant o el túnel de Punta de Parra.
Precoz ejecutor del acordeón. Foto en la plaza de Penco. |
De niño y a la sombra de su tío, don Felipe Díaz otro
folclorista pencón, aprendió a tocar el acordeón. Amó tanto ese instrumento
musical que llegó a dominarlo como un maestro. Don Raúl fue el alma de las
fiestas. No sólo cantaba y creaba cuecas, también las bailaba. Y lo hacía tan
bien, que obtuvo el premio nacional de cueca en un concurso realizado en San
Carlos. Su pareja en esa presentación fue su hija Mirella Oliveros Lavín.
Después de dejar el oficio de pescador se enroló como
estibador del sindicato local. Dedicó años de su vida al duro empleo de cargar
y descargar barcos graneleros en el muelle de Lirquén. La rudeza de la faena no
lo amilanaba sin embargo, por el contrario, sus compañeros gozaban con él por sus tallas pícaras y divertidas.
Le encantaba salir a cazar. Por eso, junto a un grupo de
amigos pencones creó un club de caza y pesca, el que se denominó FAVIPAR (por
provenir sus integrantes de Fanaloza y Vipla y la participación de
particulares). Prendido por FAVIPAR se las ingenió para crearle un himno, cuyas
estrofas, según recordó el profesor Servio Leyton, ex miembro del club, eran las
siguientes:
El FAVIPAR cazando va, cazando va. Tengan cuidado becacinas, liebres y
zorzales porque hoy sale de caza el famoso FAVIPAR. Si en Chile hubiese
elefantes, osos, tigres y jaguar ya estarían extintos por el famoso FAVIPAR. Al
salir de madrugada sentiremos la brisa del mar y al volver de anochecida ya no lo
veremos de tanto tomar…
El FAVIPAR fue otro testimonio del sentido festivo de la
vida que tuvo don Raúl Oliveros. Salir de caza resultaba ser, en realidad, una
excusa para divertirse con los amigos y con las familias en aquellos lugares de
la zona elegidos para el propósito. El profesor Leyton recuerda que las salidas
del FAVIPAR eran una fiesta desde el momento en que subían a las micros
contratadas. A poco andar salían a relucir las guitarras y el acordeón. Todos
los integrantes del club cantaban al compás y el ritmo que
imponía Raúl Oliveros.
Raúl Oliveros también jugó fútbol defendiendo al equipo de sus amores: Gente de Mar. Arriba, el segundo de derecha a izquierda. |
No quería nada con los médicos y los hospitales. Enfermo en
una oportunidad, su familia y sus amigos le rogaron que fuera a ver un doctor.
Les hizo caso, compró el bono y en la consulta esperó a que lo atendieran.
Siéntese, le dijo el médico, qué es lo que lo trae por aquí. Don Raúl
respondió, no sé, doctor. Vine porque me dijeron que viniera, pero yo estoy
bien, no tengo nada. El médico sorprendido lo miró y le dijo: bueno, aquí tiene
su bono. Ya que usted dice no tener nada, vaya a la caja para que le devuelvan
el dinero de la consulta… Puchas, doctor, le dijo don Raúl entre pícaro y compungido: ya que estoy aquí
¿por qué no me echa una revisadita?
Aparte de tocar el acordeón, Oliveros era diestro en la percusión utilizando conchas marinas entre sus dedos a modo de castañuelas. |
Otro cantante de Penco avecindado en Puente Alto, Heriberto
Ramos, de nombre artístico Mario Rey, recuerda que fue vecino con don Raúl
cerca de la cancha de Gente de Mar. “Cantábamos juntos en fiestas familiares”, dice. Y añadió que era notable la alegría de Oliveros, después de las fiestas
en el casino La Bahía, de propiedad de Francisco Jara (me aclaran que en realidad ese recinto era de don Armando Urbina). Terminadas esas
reuniones sociales y ya de madrugada, los enfiestados se iban por la calle
Freire y se instaban a cantar en las esquinas. Eran los años cincuenta (1950).
Permítanme romper el estilo de esta nota para indicar que
don Raúl me recibió en su casa hace un par de meses. Conversamos largamente
acerca de Penco y de cómo era el pueblo de esos años. Afortunadamente grabé esa
conversación con una cámara de video. Tengo el registro, lo revisaré y lo
difundiré en otro momento. Por ahora sólo interesa decir que ha fallecido un
vecino, que quiso la vida, la gozó a su modo, proyectó esa alegría hacia
quienes estaban cerca de él y estuvo siempre orgulloso de su origen pencón con
raíces en Gente de Mar. Saludos a la familia de don Raúl. Penco recordará por
mucho tiempo la persona, la cordialidad y el talento artístico de don Raúl
Oliveros Díaz.
2 comentarios:
Hola quisiera acotar a esta historia que el casino la Bahía era de propiedad de Don Armando Urbina (qepd) y fue el único casino de dos pisos que existió en la playa de Penco.
GRACIAS
Que bello reportaje. Las fotos preciosas. El contenido sensible. Orgullosos deben sentirse y justa razón es.
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