El señor Jorge Bustos Lagos, al centro de la fotografía, a la izquierda su esposa, la señora Leticia Mella Álamos. La imagen fue captada en la fiesta de matrimonio de don Rosauro Montero (1957). |
Muchos pencones de mayor edad recordarán a don Jorge Bustos
Lagos, un distinguido ex profesor primario de Penco de los años cincuenta a los
setenta y quien fuera el gran inspirador para la creación de un liceo pencón.
El señor Bustos era oriundo de Coelemu. Cuando terminó sus humanidades
se vino a Concepción para estudiar Derecho siguiendo los consejos de su familia
en particular de su padre. A poco andar, sin embargo, comprendió que la carrera
de abogado no era para él y quizá por ese motivo no rindió lo suficiente y
reprobó exámenes claves. Tuvo que cambiar de rumbo porque a Coelemu no regresaría
sin título. Para entonces se convenció que su vocación estaba en la docencia,
por eso ingresó al curso normalista de la Universidad de Concepción. Cuando
alcanzó el cuarto año de estudios, conoció a Leticia Mella Álamos, una joven de
Penco que había entrado a primero en esa carrera. Pololearon y se casaron, don
Jorge Bustos no regresó a Coelemu, se quedó a vivir en Penco en el entorno de
la familia de su esposa. Aquí se incorporó a la planta de profesores de la
escuela N° 31, cuyo director era el señor Amulio Leyton García. El
establecimiento estaba al lado del mercado municipal, en el terreno del actual
gimnasio. Transcurrido cierto tiempo el señor Bustos asumió como subdirector de
esa escuela.
Durante su desarrollo profesional tuvo iniciativas
interesantes en la educación básica para adultos. Su propuesta resultó clave para enfrentar en parte la alta tasa de
analfabetismo que existía en Penco. Fue así que muchos trabajadores recibieron
instrucción primaria en el gimnasio de Fanaloza con el concurso de otros
profesores como fue el caso de don Rosauro Montero. Bustos había observado la tendencia por los cursos vespertinos orientados a adultos que se imponía en Concepción y advirtió que los resultados de la experiencia penquista eran importantes.
Entre tanto, reingresó en la Universidad de
Concepción para estudiar pedagogía en historia, campo del conocimiento que
ejercía un gran interés en él. Siguió ese curso por dos o tres años, pero no
alcanzó a graduarse a causa de las actividades docentes que lo absorbían
demasiado. La educación vespertina le seguía rondando. Fue así que concibió la idea de introducir
esta práctica en Penco. Sus pares reconocieron que él hizo la primera propuesta
para crear un liceo vespertino en Penco. Fue el ideólogo, el dueño de la idea
que en breve se convertiría en proyecto. El señor Bustos había comprendido que
el liceo era una necesidad urgente y persuadió a sus colegas más cercanos para
que se involucraran en la base académica. Él mismo se comprometió como profesor
de historia; Rosauro Montero asumió en ciencias naturales; Servio Leyton se
hizo cargo de matemáticas; y Eduardo Espinoza tomó la enseñanza de castellano
(español). Leticia, esposa de Bustos, fue la profesora de inglés. Sin embargo,
para poner ese plan en marcha no había dinero, ni un solo peso… pero sobraba el
entusiasmo. Las clases se impartirían en la escuela, después de terminadas las
jornadas de los niños. De ese modo, el Liceo Vespertino de Penco se convirtió en
una realidad, pero con todos sus profesores sin recibir
remuneración. Ellos percibían ingresos como profesores primarios, no por el
número de horas dedicadas al liceo. Finalizado cada trimestre el cuerpo docente ad honorem participaba de un cholguazo organizado por algunos apoderados, sin duda el único estímulo o reconocimiento a sus labores.
Por otra parte, luego del incendio del edificio principal de
la escuela de Penco, la Dirección Provincial de Educación decidió abrir una nueva escuela, la N° 90, para que funcionara en aquellas salas que se salvaron de las llamas. Su primer director fue el señor Bustos quien así prosiguió su
fecunda labor en la educación primaria en la comuna.
Quienes recuerdan a este profesor no olvidan algunas de sus
cualidades personales: tenía una voz grave y profunda; en sus clases era
convincente y atildado; imponía disciplina. Su personalidad afable contenía
humanidad y vocación por la docencia. Era común verlo llegar a la escuela en su motoneta italiana Lambretta.
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