HABÍA
ACTITUDES ADOLESCENTES en muchos que ya eran adultos en Penco. Una de esas
conductas, por ejemplo, imitar lo que veían en el cine y que no pertenecía al
uso local. Los imitadores querían aparentar ser tipos rudos, como los cowboys
de las películas. Cuando se presentaba la posibilidad, algunos montaban caballos
emulando la forma de cabalgar de los vaqueros del celuloide. Sin embargo, lo
más fácil para impresionar a otros era encender un cigarrillo al modo de los
rudos. Eso sí, había que hacer una producción y ensayar un par de veces la
maniobra para que la acción sorpresa saliera natural, como en las películas.
Veamos: El adolescente en cuestión (aunque mayor, por supuesto) le quitaba la
banda de lija a una caja de fósforos. La pegaba ya fuera en la suela de sus
zapatos o en un lugar elegido para «hacer la talla», ya fuera el tronco de
algún árbol, un poste o una muralla. Así, pues, nuestro personaje durante
alguna reunión invitaba a un cigarrillo y encendía el fósforo frotándolo contra
la suela de su zapato. Ooooh, decían los otros. Y, si era necesario prender un
segundo fósforo, lo hacía rozar contra la muralla, el poste o el árbol (donde
estaba la lija previamente pegada), ooooh, continuaban exclamando los
contertulios como si estuvieran frente a un mago. Cuando el adolescente-viejo
(que se creía cowboy) conseguía ese efecto perfectamente calculado, inflaba el
pecho y se hacía el desentendido, como en las películas.
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LAS
MUJERES HACÍAN VIDA SOCIAL a su modo, en reuniones sólo de ellas. El centro de
gravedad de estos encuentros frecuentes era el mate. ¿Cuándo nos vamos a juntar
a matear? se preguntaban para convocarse. Por años el mate fue la bebida más
consumida por las mujeres de los estratos obreros en sus casas. La yerba se
vendía a granel en todos los almacenes de los barrios a un precio conveniente. Para que aquellas
reuniones fueran exitosas, ellas compartían sus mates y, cómo no, era la
ocasión para conversar, «darle a la sinhueso», se decía popularmente. Pero, hablar
de asuntos familiares o personales era ingresar en la antesala de la etapa
siguiente: el pelambre, el segmento más sabroso de la reunión. Quizá por eso
tomar mate en la compañía de más personas se interpretaba como pelar. Por consiguiente
se decía que en estas reuniones en torno a esa bebida participaban
materas-peladoras. Y para cerrar este relato, digamos que había algunas
variantes para la infusión del agua y la yerba, también se tomaba mate de leche
y cuando hacía frío, las materas le agregaban una pisquita de aguardiente.
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