Las empresas ya no pueden
disponer de sus trabajadores para cualquier propósito y esto se acrecentará día
a día. Así resumido lo dijo el futurista norteamericano Alvin Toffler
[1928-2016] en su libro «El Cambio del Poder» publicado en 1990. La afirmación,
sin embargo, ya era un hecho en Fanaloza de Penco harto tiempo antes. Y,
puntualmente, la puso en práctica el capataz señor Insunza. Toffler hacía
hincapié en la capacitación acotada de cada trabajador que exigía el presente y
que sería aún más en el porvenir. Así lo entendía el señor Insunza en 1955. Para él la especialización contaba, pero más que eso, detrás
había una cuestión emocional, de orgullo. No se podía mandar así no más a un trabajador a
hacer cualquier capricho de los jefes.
Veamos la
situación concreta planteada en Fanaloza. Así me la contó un
obrero de apellido Palacios. Me dijo en esos años: «Yo trabajo en la sección embalajes de
piezas pequeñas. Se necesita de práctica para colocar los productos ordenadamente
y con rapidez en las cajas de madera para su despacho al comercio. Nuestro
capataz, el señor Insunza, supervisa esto y reporta informes al jefe de la
sección».
Ocurrió que en una ocasión se
necesitó mano de obra urgente para cargar ladrillos en un camión que había
ingresado a la fábrica. Se requería despejar un sector próximo a las labores de
embalaje ocupado por esos elementos de albañilería. Debido a que los obreros
de la sección arreglaban sus cajas y esperaban la próxima hornada de loza, parecían
estar con poco trabajo. Así lo creyó alguien de la jefatura superior que pasaba por
ahí. Entonces gritó autoritariamente a los obreros para que la cuadrilla de
seis fuera a cargar el camión. No había nada que hacer sino obedecer la orden
superior, eso sí, con desagrado. Pero, en ese preciso momento entró en la
escena el capataz señor Insunza.
«El señor Insunza vio esto y de
inmediato se acercó al jefe macuco», prosiguió contándome Palacios. Y continuó: «Le preguntó que si le podía explicar la insólita e inesperada orden. El súper
jefe macuco le echó la caballería y le dijo que menos preguntas y hagamos la
pega que estoy ordenando. Pero, se tropezó con la sangre fría del señor Insunza
quien lo miró serio pero respetuoso y le dijo: "mi gente no va a cargar ningún ladrillo
en ese camión, porque son obreros especializados en este trabajo, no se puede
disponer de ellos para eso. Son profesionales
en esto y están, además a punto de recibir la próxima hornada. Así que lo
siento, se quedan aquí y no harán eso que usted está ordenando. Busque trabajadores en otra sección de la fábrica. Discúlpeme, señor, pero, informaré de este problema a la jefatura de mi
sección. Mis trabajadores no pueden desatender la tarea para lo que están
contratados". Y el jefe macuco tuvo que dar media vuelta y se fue…». Hasta ahí, lo que me contó Palacios.
El gallito lo miraban con atención los obreros aludidos, el chofer del camión y otros que iban pasando y que se quedaron a curiosear el incidente, según le oí después. La firmeza y claridad del señor Insunza lo convirtió en un héroe para los trabajadores de la sección. En 1955 ya no se podía disponer de los trabajadores para cualquier función. El señor Insunza lo tenía clarito, 30 años antes que lo escribiera el futurólogo Alvin Toffler.
El gallito lo miraban con atención los obreros aludidos, el chofer del camión y otros que iban pasando y que se quedaron a curiosear el incidente, según le oí después. La firmeza y claridad del señor Insunza lo convirtió en un héroe para los trabajadores de la sección. En 1955 ya no se podía disponer de los trabajadores para cualquier función. El señor Insunza lo tenía clarito, 30 años antes que lo escribiera el futurólogo Alvin Toffler.
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