He mirado tantas veces
esta foto del rostro amado de mi madre. Es una pose de estudio.
Seguramente el fotógrafo le sugirió que no mirara directamente al
objetivo de la cámara. Así, más relajada, ella miró hacia el
muro. La luz de las lámparas se reflejó en sus facciones y al click
del disparo esto que veo se grabó en la placa de compuesto de plata.
De ahí al cuarto oscuro del laboratorio, después al papel y muchos
años más tarde capturé la imagen con mi cámara digital. La foto
me dice “ella ha sido” eso es cierto pero no me agrega nada más.
Aunque concentre mi mirada con fuerza no logro averiguar otro
indicio. ¿En qué pensaba, qué hora del día era, hacía frío, le
hubiera gustado servirse un café? Ya no puedo saberlo, porque ella
partió de este mundo hace un par de semanas y nunca se lo pregunté. La noche del día de su muerte salí al patio miré hacia arriba, la
luna en creciente de fines de diciembre se había escondido temprano. Así la
bóveda del cielo lucía orgullosa todas sus estrellas de primera
magnitud. “Las 3 Marías” en el cinto de Orión brillaban sobre mi cabeza.
Las identifiqué con tristeza pensando que esa luz celestial llegó
tarde a despedirla, sin embargo, al mismo tiempo imaginaba que mientras los rayos estelares
viajaban a través de los espacios infinitos hacia acá, ella, mi
madre, aún estaba entre nosotros.
Estudiosos de la fotografía dicen que una foto se ve mejor con los
ojos cerrados. ¿Se descubren más cosas? Dicen también que una
foto tiene algo de resurrección. Yo vuelvo a mirar
detenidamente esta imagen inmóvil. Mi madre se ve hermosa, muy joven. Leo que la dulzura e inocencia de la niña que ella fue están presentes en su cara. En realidad ése es su aire, el halo de su alma que la acompañó desde
que fue pequeñita hasta la hora de su muerte. En las lineas del rostro intuyo los rasgos de
su ascendencia: de la abuela, la bisabuela, la tatarabuela como un
espejo que me conduce hasta lo más profundo de los tiempos.
Una foto
como ésta sólo muestra la exterioridad de la persona que fue, no su
intimidad, por eso no sabemos más de aquello que quiséramos
conocer. ¿Por qué se hizo tomar esta foto? ¿Qué conversó con el
fotógrafo del estudio? Quizá nunca pensó que la luz que ella
reflejó y que se congeló en el tiempo permanecería hasta después
de su partida. Así hoy decenas de años después, con mi mirada
humedecida por la pena de la ausencia definitiva la contemplo, la contemplo, la
contemplo.
Una foto
es para mirarla solo, sin compañía, porque es entonces cuando
parece que uno oye la voz amada aunque sepamos que es la imaginación.
Pero, vuelvo sobre esta foto en particular. Me detengo en sus ojos y digo qué
bueno que no miró de frente, porque al no hacerlo ella dejó libre
mis pensamientos y mis reflexiones. De lo contrario su mirada directa
me habría confundido porque yo habría intentado horadar el fondo de esos ojos descuidando mi observación de lo demás. Ahí
están sus ojos ligeramente mirando hacia su lado izquierdo. Y pienso, Dios, esos mismos ojos me miraron desde mi primer día así como también a mis hermanas con la
ternura inagotable que hoy yo no puedo describir. Y fuimos los tres con
mis hermanas quienes vimos apagarse esa luz que me evoca este retrato. Y
la foto silenciosa, como para aventar mi melancolía, me dice no te apenes
porque ella ha sido.
1 comentario:
Nelson; Leí ésta última publicación, y mientras recorría las lineas del texto, iba sintiendo la tremenda admiración y amor incondicional del hijo que ve, con pesar y también con esperanza, la partida de su madre. Gracias por compartirnos ésta reflexión tan personal; pero que a la vez nos identifica plenamente, cuando en un horizonte incierto, enfrentaremos el mismo aciago y radical momento.
Un abrazo,
Jaime Robles Rivera
Presidente
Sociedad de Historia de Penco
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