Por Juan Espinoza Pereira, desde Copiapó
Uno
de los grandes problemas que enfrenta la educación a nivel mundial
es cómo encantar a los educando para que adquieran aprendizajes con
cierta profundidad acerca de su entorno más próximo (locus, cultura
local) de tal modo que siente unas bases segura sobre su ser y de ese
modo mirar hacia el horizonte (globalización). Tamaño
problema cuando la educación se ha instrumentalizado con y
para fines economicistas; escuelas, liceos y educación
superior se han puesto a disposición del mercado para formar seres
humanos gentiles a la economía, en buen romance: consumidores
empedernidos, esto ha llegado a tal extremo que se ha naturalizado
esta forma de hacer educación. Y claro, en una modernidad líquida
(Bauman, Z.) que ha sido diseñada y desarrollada por los grandes
consorcios (OCDE), han convencido a los sistemas educacionales que
todo lo sólido se diluye en el aire (Marx, K.); nada es
estable, nada permanece siendo el bien más preciado el tiempo para
las compras, para el viaje a ninguna parte, para el zapping
televisivo (incluso hay bancos que protegen nuestro tiempo y nos
regalan para ocuparnos de lo más interesante). La educación,
entonces, ha caído en un reduccionismo cuya meta principal es la
enseñanza de competencias para responder formularios diversos
(SIMCE, PSU, otros para el ingreso al trabajo) que nos permitan
rendir ante ellos y sentirnos exitosos.
Piedra en
la piedra, el hombre, dónde estuvo? Aire en el aire, el hombre,
dónde estuvo? (Neruda, P.), parafraseando esta expresión
poética podríamos preguntarnos ¿ dónde está el ser humano en la
educación actual? La respuesta es la que le debe el sistema
educacional y los docentes a los niños, los jóvenes y a las
familias en general; máxime cuando hay tanto lamento sobre el
estallido social y el rol de los jóvenes, ¿qué reclaman los
jóvenes al sistema educacional?
La dicho propone
plantear una forma de valorar el paisaje pencón, ciertos rincones
por los cuales niños, jóvenes y adultos caminan y recorren a
diario, pero que carecen de sustento histórico y para ello nada
mejor que los adultos en familia hagan ciertas lecturas para luego
contárselas a los niños y posteriormente visitar los mismos lugares
pero con significado local; entonces, caminar ya no será lo mismo,
sino que tendrá un plus, el niños comprenderá que está en el
mismo lugar donde estuvo el hombre mapuche (Lautaro, Guacolda,
Fresia, etc.) y luego los españoles (Valdivia, Inés de Suarez, por
nombrar sólo algunos). Entonces, el estero de Penco dejará de ser
canal con algas casi todo el año, el lugar de la ermita cobrará
sentido, más aún si corre en subida hasta alcanzar la cima, en el
cerro Landa se podrá sentir a Lautaro y el trote de su cabalgadura,
los olores a vegetación autóctona, en la playa se podrá sentir las
conversaciones de los lafkenches.
Y ¿cómo se hace? Un
breve ejemplo: “El
Mestizo Alejo”(Silva,
V.D.), las familias pueden leer algunas páginas (las primeras 20) y
luego contárselas a los niños(as) para después salir a recorrer
los lugares que ahí aparecen y empiezan a tener significado cada
espacio recorrido. Es una forma de valorar el locus y
que la ciudad en la cual se está inserto tenga sentido para cada
niño o joven; de inmediato aparecerán una serie de interrogantes
que las familias deberán trasladar a las escuelas y liceos para ser
resueltas académicamente, pero lo importante es que se está
valorando el entorno y al ser humano que habita ese entorno, venga
-entonces- la globalización, pero con los pies bien puesto en la
tierra y lo más importante, empoderado con el entorno propio. (*)
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(*) Estando en 6° Básico
en la Escuela 90, la señorita Fresia Zambrano me hizo leer las 247
páginas del libro que ella me facilitó, que en su momento lo
consideré un castigo, pero una vez terminada la lectura ella debió
soportar todas las preguntas que le hice durante varios meses; al
mismo tiempo me permitió significar mi entorno y que en la
actualidad, a pesar de estar a cientos de kilómetros puedo caminar
con la imaginación cada calle de Penco, puedo subir a cada cerro y
mirar la bahía.
Revisión de estilo: N.Palma.
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