En una nota publicada
aquí hace 6 años recordamos la fantástica idea que tuvo Fanaloza
Penco de marquetear sus productos con un cohete espacial en la Feria
Exposición del Sur, en 1962. El post completo está en este blog (1).
¿Por qué fue aquella una idea inspiradora? Bueno, porque todo el
mundo estaba en la onda de la cohetería, qué mejor que seguirla.
Por eso mientras en Penco Fanaloza planificó construir la aplaudida
alegoría de un vector de lanzamiento al cosmos, en Santiago un grupo
de jóvenes se lanzó a construirlos de verdad, aunque con las patas
y el buche. O sea, tuvieron que hacer más de una vaca para allegar
fondos para la carrera hacia el espacio. Ni las universidades ni el
estado pusieron dinero, así los muchachos se las ingeniaron solos.
De aquel domingo 21 de
enero de 1962 nadie se acuerda. Por ejemplo que ese día, que pudo
haber sido histórico, el cohete Epsilon I, diseñado y fabricado en
Chile, despegó exitosamente desde su base en una loma del fundo Las
Brisas, a 10 kilómetros del balneario de Santo Domingo junto al
camino que va hacia Navidad y Matanzas. La prensa de entonces dijo
que el lanzamiento, realizado sin publicidad ni medios, marcaría el
inicio del ingreso de Chile en la era espacial. ¿Alguien lo
recuerda? ¿Ese cohete, nos abrió las puertas del cielo? Parece que
no. Veamos.
Tengo en mis manos la
revista Ercilla del miércoles 24 de enero de ese año. La noticia
ocupó toda la portada y los pormenores se desplegaron en las páginas
centrales. El texto lleva la firma de un conocido periodista de esos
años y que además es de esta zona, nacido en Coelemu Enrique Cid.
Las excelente fotos las captó el reportero gráfico Heliodoro
Torrente (2).
Un resumen; la historia
fue así: Un grupo de entusiastas jóvenes santiaguinos encandilados
por la carrera espacial que protagonizaban Estados Unidos y la Unión
Soviética, se organizó para empujar a Chile en la materialización
del sueño de conquistar también el espacio pero con medios propios
y en forma independiente. Para tal fin crearon CICA, una entidad
amateur de la que ya no quedan registros, integrada por amigos cuya
sigla se desglosaba Centro de Investigaciones en Cohetería y
Astronomía. Carecían de apoyo institucional. Sólo el Ejército
permanecía a la expectativa de resultados de estos ensayos extravagantes.
Los fondos los juntaban con colectas y recibían algo de dinero de
algunas empresas. El líder era Rodrigo de la Vega Letelier, hijo del
premio nacional Daniel de la Vega (dramaturgo y periodista). Con los
pocos antecedentes del jefe de CICA disponibles en la web, concluimos
que era un joven estudioso, autodidacta y amante de la astronomía.
Sólo algunos integrantes de su grupo seguían carreras técnicas en
universidades. Pero, igualmente ellos trabajaron junto a Rodrigo en
la aventura de disparar un cohete chileno que llegara lo
más alto posible.
La crónica de Enrique
Cid dice que el Epsilon I medía 3 metros y 55 cm de largo, su
diámetro era de 13 cm y el combustible: una mezcla de azufre, zinc y
un compuesto secreto. El vector pesaba 120 kilos y fue llevado al
fundo por un camino de tierra en una camioneta. CICA consiguió
permiso para realizar el ensayo desde una base improvisada en el
fundo Las Brisas, pero ese día el dueño no se hizo presente. A
juzgar por la nota y las fotos, los jóvenes tuvieron que cruzar la
alambrada del cerco para entrar al predio con Epsilon I al hombro. El
cohete fue llevado de ese modo desde la camioneta al punto. Allí
otros muchachos se dedicaron a erigir la torre de lanzamiento,
mientras que el resto ultimaba preparativos y despejaba el sector de
pastizales para que la base espacial estuviera lista.
El Ejército destacó a
un general y un coronel quienes llegaron en calidad de observadores y
con lentes de larga vista miraron desde una distancia prudente. Un
cohete como ése propulsado por combustible sólido es un arma
moderna. Obvio que les interesaba. Otra de las curiosidades de este
evento científico fue que Carabineros no estaba informado y en el
retén de Santo Domingo no se sabía nada de lo que estaba pasando,
por tanto no desplegó personal allí. De la Vega había dicho que
era mejor realizar la prueba con la menor cantidad de gente en los
alrededores ante el riesgo de una explosión. No quisiéramos que los
veraneantes llegaran masivamente a mirar, comentó Rodrigo. Así que,
dice el relato de Ercilla, en las cercanías había sólo vacas y
unos equinos. Una camión que trasladaba ciclistas se detuvo en el
lugar brevemente y luego de ver el ajetro de los coheteros retomó su
marcha; a los pedaleros no les interesó. Sólo periodistas de medios
impresos reporteaban, anotaban, fotografiaban.
Después de 4 horas de
trabajo para montar la torre de lanzamiento, el Epsilon I estuvo
listo para viajar a las estrellas, ésa era la metáfora, porque se
sabía que no llegaría muy alto. En su ojiva no llevaba carga. Aún
en medio del intenso calor del mediodía, la cuenta regresiva debió
ser emocionante: 4-3-2-1... Así con el ardiente sol sobre las
cabezas de los entusiastas se produjo el disparo. Rugió el motor
central quemando su combustible secreto y el cohete se elevó por los
aires como un trueno y lanzando enormes llamaradas y humo. Ascendió
rectamente, según lo planificado y alcanzó una velocidad cercana a
la del sonido. No se supo qué altura máxima logró cuando
se le acabó la energía. Tal vez unos 6 kilómetros y desde ahí
comenzó a caer hasta chocar contra el suelo adonde llegó silbando
debido al roce y quedar semi ensartado en un campo de trigo a 2
kilómetros del lugar del disparo. El despegue fue perfecto, hecho
más que suficiente para que la experiencia fuera considera un éxito.
La nota periodística
añade que después del disparo en “Cabo Santo Domingo”, como le
pusieron al lugar copiando la idea de Cabo Cañaveral, posteriormente
Cabo Kennedy, los oficiales del Ejército dijeron que ayudarían para
que CICA siguiera desarrollando su proyecto. Sin embargo, no sabemos
si la Fundición Libertad, de los hermanos Küffer o la maestranza de
precisión de Bolívar Carrasco prosiguieron prestando sus recursos a
esta aventura, como lo hicieron para el caso del Epsilon I. En cambio
las 2 universidades tradicionales no se dieron por aludidas, pese a
las solicitudes. En respuesta, De la Vega dijo “seguiremos adelante
hasta que nuestros cohetes alcancen los 300 kilómetros de altura”.
Ercilla añadió que el
disparo del Epsilon I correspondía al ensayo n° 37. O sea, el grupo
hizo 36 tiros antes, del que no se tienen antecedentes. Pero, según
datos vagos de la época, las pruebas las efectuaban cerca de Los
Vilos. Después de este episodio, integrantes de CICA sufrieron un accidente
automovilístico en uno de los viajes entre Santiago y Los Vilos, hecho que
habría marcado la declinación sin marcha atrás de las
investigaciones en el campo de la cohetería privada.
Porque estas pruebas
científicas a puro ñeque y entusiasmo no podían continuar enfrentadas a la realidad. Si no
hubo entonces una política de estado para contar con recursos y profesionales para investigar, proyectar y
lanzar cohetes con miras a alcanzar el espacio exterior, el sueño no
pasó más allá de estos sacrificados disparos que por último se convirtieron en
anécdotas y se olvidaron. En el obituario de El Mercurio del 2 de
diciembre de 2008 aparece un nombre Rodrigo de la Vega Letelier, que
podría corresponder al ex jefe de CICA, no lo podemos asegurar.
Y la segunda curiosidad,
que hoy en día sería considerada grave, fue la consecuencia
inmediata del lanzamiento en Cabo Santo Domingo. El fuego del
despegue inició un incendio de pastizales que todo el equipo de
jóvenes debió combatir con rapidez para evitar la propagación del
fuego. Las llamas del motor de Epsilon I sobrepasaron la estimación
previa y alcazaron la maleza seca situada más allá del perímetro.
O sea, al final, la experiencia se convirtió también en causa
inédita de incendios de matorrales a tener en cuenta. Así terminó
el despegue de un cohete nacional de fabricación amateur cuya misión era abrir el camino de
Chile hacia las estrellas.
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(1) Dirección de la otra nota de cohetes pencones citada aquí:
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