UN MECANISMO PARECIDO A ESTA COSA CON ASPECTO DE MÁQUINA GENERARÍA LA MÚSICA QUE EMITÍAN LAS RADIOS EN LOS 50, SEGÚN IMAGINABAN DOS NIÑOS MENORES DE 10 AÑOS. |
Un día con un amigo oíamos música clásica por una radio AM (no había otro tipo de emisiones públicas entonces),₁ seguramente la «Cóndor» de Concepción. Mientras escuchábamos en silencio, mirábamos el increíble azul de la bahía sentados en una banca en el patio de la casa de la tía Evangelina en el cerro Alegre de Tomé. El bello color del mar se debía al cielo despejado y precioso. La emisora emitía la novena sinfonía «Coral» de Beethoven ₂. Entonces mi amigo que debía andar en los 8 años, me dijo: «siempre pienso cómo hacen la música». Lo miré y me interesó la pregunta lanzada al voleo. Pero, fue él mismo quien la respondió, casi como un monólogo: «Se me ocurre que ellos tienen una máquina grande y pesada encima de una mesa. Debe ser una máquina limpia de color café oscuro y brillante, con hartas piezas, perillas y ruedas. Esa máquina debe moverse sola después que la echan a andar, debe tener hartos hoyitos por los lados y por ahí sale la música». No supe qué pensar, pero valía la pena preocuparse por cómo lo harían en la radio para producir esa melodía que oíamos en ese día tan hermoso, tal vez en 1956.
Si bien afinando el oído podíamos apenas destinguir algunos instrumentos, la polifonía era la mezcla perfecta que hacía que ninguno de ellos destacara en particular. Para producir eso, yo pensaba también atendiendo la lógica de mi amigo, era necesaria una máquina que sonara al unísono como si fuera un solo instrumento enorme y magnífico. O sea, no hay duda, tiene que ser una máquina, muy limpia y elegante, además.
Mi amigo, cuyo nombre no recuerdo, pero le decíamos «Cachín» vivía cerca de la tía, salvo que su casa no tenía esa vista maravillosa. Su padre disponía de una fragua, trabajaba forjando fierros. Se ponía una pechera de cuero, guantes y unas antiparras redondas y oscuras. Sobre un enorme yunque apoyaba las barras de hierro ardiendo al rojoblanco, recién sacadas de las brasas de la fragua y comenzaba a golpearlas, una gran cantidad de chispas saltaba en todas direcciones a cada impacto. El «Cachín» estaba orgulloso del oficio de su padre. En el taller había una radio, de donde provenía la música popular. Esa vez cantaba Antonio Prieto. Mi amigo me miró y en su mirada yo recordé su idea. Pero, ahora había un agregado: un hombre cantando —de todas maneras— al lado de la máquina, intuí que me decía el «Cachín» con sus ojos.
En el siglo XXI mucha música emiten también los computadores, semejantes a la máquina que ideó mi amigo. Incluso, esos equipos pueden producir su propia música creada a partir de programas y algoritmos. Sólo que esas composiciones interpretadas por sonidos de instrumentos inexistentes e ininteligibles carecen de la idea original que solo puede generar un cerebro humano inspirado.
Esa noche regresamos a Penco en el tren chillanejo que en Tomé pasaba a las 8 PM. Durante el viaje en mi cabeza siguió rondando el misterio de la máquina de la música que había en las emisoras, cómo sería en detalle, cómo la cuidarían. Por las noches la debían tapar con un paño limpio y bordado y así el día siguiente un hombre la pondría en marcha y oiríamos sus inagotables composiciones musicales a través de la radio. La desmistificación y el conocimiento de la forma y la estructura de una orquesta vino poco después.₃
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