miércoles, septiembre 20, 2023

LA LOZA QUE SE LLEVARÁ EL VIENTO

 

                     El anuncio del cierre de la producción de artefactos sanitarios en Fanaloza que se conoció en agosto de 2023 no nos deja indiferentes. Primero, porque el impacto social es demasiado grande en la comuna, aunque se veía venir. Las causas serían los vertiginosos cambios de tecnologías en la producción industrial, la robótica de manufactura, los avances en las investigaciones sobre materiales de insumos combinado todo esto con medidas políticas de salvaguardia practicadas en países con fábricas loceras terminaron con quebrar a una industria más que centenaria que no tuvo tiempo para actualizarse o porque las alarmas sonaron demasiado tarde. Esa es una verdad sobre la que no queda más que mover la cabeza, sacar cuentas y decir en el fuero interno «¡Qué se le va a hacer!». Aquellos trabajadores que pedieron sus empleos tendrán que acomodarse a la nueva realidad y proponerse ganarle al destino. Estamos con ellos.

                    Sin embargo, el cierre de la fábrica es una pérdida de alcance aún mucho mayor y éste es el segundo punto. Fanaloza industrializó una actividad artesanal que venía de mucho antes. Porque se había desarrollado en Penco en el siglo XVIII una alfarería mestiza entre española, criolla y mapuche que se conoció en distintos lugares desde los tiempos coloniales. Una voz autorizada como la historiadora, escritora y artista británica María Graham, quien vivió varios meses en Valparaíso entre 1822 y 1823 y que en Santiago visitó al Director Supremo Bernardo O'Higgins en la casa de su familia, expresó una opinión muy clara sobre la loza de arcilla pencona. Ella tenía conocimiento estético y experiencia ganada en su estancia en la India y en otros países como para saber valorar la cosas. La impresionó la alfarería de Penco que se vendía en Valparaíso a la que le halló características semejantes a la cerámica etrusca. Los etruscos fueron un pueblo italiano de la antigüedad reconocido por la fabricación de vajillas de gran calidad y belleza, entre otras virtudes. En su libro sobre su experiencia chilena Graham nunca habló de «cacharros» para referirse a la loza proveniente de Penco sino que derechamente las piezas de arcilla cocida le recordaron la alfarería estrusca, como lo firmó. Consideremos esta parte del relato como un antecedente de lo que vendría después en Penco. 

                      De la artesanía muy bien encaminada se pasó a la industria, teniendo como referente el avance y la especialización de los alfareros locales. Así los artesanos se convirtieron en obreros.

                      Al arte de la greda, Fanaloza le agregó ciencia y sistematizó los procesos de fabricación para producir loza estándar de manera de posicionar sus productos en un mercado que dependía básicamente de loza importada. Y cuando decimos ciencia hablamos de investigación, por ejemplo, de cuáles serían las mejores proporciones de los insumos para avanzar en la industrialización. Paralelamente los obreros aprendieron aún más y se especializaron. Trabajadores manejaron los molinos rotativos que molían y conseguían las mezclas de gránulos microscópicos. Con ese material procesado se hacía un barro con la cantidad justa de agua; el lodo se batía y se lo amasaba hasta producir una pasta moldeable. Otros obreros hacían las matrices en yeso, donde la pasta adquiría la forma. Pongamos por ejemplo un plato, el que salido de la matriz debía pasar por un control de calidad. Lo que hemos mencionado es ciencia aplicada, conocimiento adquirido a través de la experiencia. Un plato es puro valor agregado que aportan profesionales, técnicos y obreros para transformar polvo y agua en una fina pieza de vajillería o un artefacto para baño. La ciencia seguía funcionando en el proceso, se necesitaban barnices para aplicarlos a los bizcochos (así se llama un plato semi elaborado). Los químicos estudiaban en los laboratorios cuáles barnices serían los más adecuados. Y posteriormente, poner ese plato en un horno para su cocción: cuál sería la temperatura ideal para conseguir el producto más resistente, qué combustible rendía más calorías y por cuánto tiempo el plato debería estar sometido a ese calor preestablecido. Qué hornos serían los más aconsejables, si los estacionarios o los de huincha sin fin. En suma, conocimiento y decisiones profesionales que se obtenían de las pruebas ensayo error.

                    Después venía el arte, qué artefactos producir, de qué características. Velar por los detalles, el toque de color, de oro licuado en los filetes. Manos artísticas decoraron esas piezas que hemos conocido y lo más importante, apostar por dar en el gusto del consumidor. Todos estos procesos, sin mencionar las estrategias de comercialización, nacieron, se desarrollaron y crecieron dentro de los muros de la fábrica. Las decisiones adoptadas durante los procesos de fabricación fueron responsabilidad de los dueños, pero el saber hacer con las manos y con el intelecto era capital de sus trabajadores. En fin, todo ese enorme bagaje de conocimiento repartido entre tanta gente que ahora se va se lo llevará el viento. Porque no está escrito en un texto de procedimientos. Lo que abunda es material de historia locera, pero los manuales de cómo hacerlo no existen. Eso es lo que se pierde. Y era eso precisamente lo que enorgullecía a Penco, que supo desde hace mucho tiempo cómo fabricar loza, sanitarios hasta el final. 

                Al cerrar la planta que fabricaba esos productos únicos se cortó la historia con una tijera dejándole el campo libre a los competidores de otro lugares para que inunden nuestros mercados con productos ajenos, subvencionados, tecnificados e idénticos entre sí, sin el toque humano y artístico que supo darle nuestra gente locera de Penco.

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